Fernando González, ABC, 12/7/12
«El final de la violencia no se alcanza con una o tres declaraciones, se requiere más: tiempo, verificación, repudio, rechazo»
CONVOCADOS por la Fundación Víctimas del Terrorismo, especialistas e interesados en la materia razonaron durante varios días en un curso en El Escorial sobre «terrorismo e impunidad». Profesores, periodistas, historiadores, expertos de las Fuerzas de Seguridad y de la Justicia, víctimas y personas preocupadas por el problema analizaron el terrorismo etarra y el significado de «sin impunidad», esencial para acabar con medio siglo de violencia injustificable.
Aunque el debate fue rico en matices y exigencias, algunos medios reflejaron dos aspectos desafortunados y nada representativos del tono y contenido del mismo, con referencias fuera de contexto y poca fidelidad a lo ocurrido en la sala durante las treinta horas de sesiones. Ni Maite Pagaza expresó una posición distinta a la habitual sobre el derecho de venganza de las víctimas, ni el fiscal Zaragoza se encaró con un asistente a preguntas sobre el 11-M. Pero es lo que trascendió para disgusto de los asistentes. Trataré de hacer un resumen personal de los debates por si sirve para formar criterio. Las intervenciones fueron consistentes y al concluir alguna se palpaba desasosiego, silencio pesado que congeló los aplausos que cierran este tipo de actos; más preocupación que esperanza.
Primera conclusión: el terrorismo ha sido derrotado, las Fuerzas de Seguridad y los tribunales lo han conseguido; los violentos no pueden matar, extorsionar, robar la libertad, pero no hay que descartar actos desesperados, como ocurre en Irlanda tras el punto final. El Estado puede acabar con la violencia con sus propias bazas: policía, tribunales, Estado de Derecho.
Segunda conclusión, menos tranquilizadora: los violentos han guardado las armas, pero sin aceptar sus errores; ni repudian la violencia, ni asumen los daños causados, ni dan explicaciones suficientes. Tratan de imponer un relato exculpatorio que justifique sus horrendos y cobardes crímenes.
Tercera conclusión, nada tranquilizadora: los terroristas mantienen sus objetivos aunque modifiquen el instrumento para lograrlos. Sin repudio de los crímenes existe impunidad y, por tanto, riesgo de volver a las andadas si no alcanzasen sus objetivos permanentes.
Pronto se cumplirán tres años desde que ETA cometió su último asesinato en España (hubo otro en Francia en marzo de 2010) y un año desde el «cese definitivo de la actividad armada», pero faltan pasos decisivos para ser creíbles. Por ejemplo el repudio inequívoco de la misma; la disolución formal y explícita de ETA; la renuncia de cualquier estrategia de justificación que elimine culpa y responsabilidad.
La violencia terrorista no puede explicarse (disculparse) como una fatalidad de la historia. Fue ETA quien engendró la violencia. Dar de lado ese principio con el pragmatismo de que hay que pagar un precio para «que no haya más muertos», que es tiempo de «audacia para superar el conflicto», que es la oportunidad para «consolidar la paz», supone aceptar tristes y tontos tópicos del tipo: «Sin vencedores ni vencidos»; «con memoria no superamos los conflictos»; «todas las partes han sufrido».
El punto final de la violencia no se alcanza con una o tres declaraciones, se requiere más: tiempo, verificación, rechazo, repudio, reparación del daño, explicaciones, expiación. En resumen, justicia, dignidad y respeto. Más de un tercio de los asesinatos de ETA están sin aclarar, los presuntos arrepentidos no han reconocido todos sus actos, ni aportan suficiente información. Echar al olvido supone aceptar el marco conceptual de ETA a cambio de la promesa de que no volverán a matar, que es muy relativa.
ETA, Batasuna, Sortu, Bildu…, tal para cual, pretenden justificar la violencia criminal de cincuenta años, un perdón tácito, excarcelación de los presos, que vuelvan justificados para ser incluso reconocidos en su comunidad. Y sobre todo alcanzar buena parte de los objetivos que querían imponer con esa violencia, a la que ahora renuncian porque no pueden ir más allá. Renuncian pero sin repudiar el instrumento, sin asumir que fue y es ilegítimo, desmedido, abusivo y contrario a los derechos humanos.
A ETA la han derrotado las Fuerzas de Seguridad, la Justicia, el Estado de Derecho, pero aún goza de la complicidad de la impunidad. Es más fácil dejar de matar que reconocer la culpa por las actuaciones criminales, pero mientras no se produzca ese reconocimiento la organización criminal sigue viva, quizá durmiente, pero con el armamento disuasorio en el almacén. En varias ocasiones, cuando la organización criminal estaba en las últimas, la tibieza, las dudas y errores, algunas sentencias políticas han prolongado su existencia.
Así que esperanza y decepción; siguen las detenes y condenas, pero también la sensación de que los criminales alcanzan sus objetivos fundamentales, siguen fascinando y amedrentando, para con esos métodos alcanzar poder formal otorgado por la democracia y tratar de justificar sus crímenes. Acabar con ETA sin impunidad se alcanza con despliegue y dominio de la justicia, de la recta política.
Fernando González, ABC, 12/7/12