Ignacio Camacho-ABC
- El PP sólo tiene éxito desde la amplitud ideológica. Cuando es a la vez democristiano, liberal y un punto socialdemócrata
El PP tiene éxito cuando funciona como un partido atrapalotodo, a la vez liberal, democristiano, un punto socialdemócrata; en definitiva, sistémico, institucionalista. Antes podía aglutinar también a la derecha radical o autoritaria, pero desde la aparición de Vox tiene ya poco que pescar en ese nicho para el que el voto pragmático carece de sentido. Así, su única oportunidad, o más bien su único camino, consiste en reunir mayorías sociales en vez de contentar a minorías ideológicas, y eso sólo es posible desde una posición abierta, ecléctica, integradora. Un programa de moderación y reformas donde se pueda sentir más o menos cómoda esa amplia parte de la sociedad española que aún desea creer en la democracia como espacio de convivencia respetuosa.
El declive ya casi suicida del sanchismo ha creado un ambiente demoscópico y sociológico de final de ciclo, un clima de opinión en el que los populares han recuperado el optimismo. Con matices, porque la experiencia reciente les ha enseñado que ellos mismos son sus peores enemigos en los momentos decisivos. El aire del congreso de entronización de Feijóo como alternativa plausible de Gobierno recordaba los días de aquel Aznar del 96, autodefinido como «un hombre con un proyecto» frente a un Felipe terminal en pleno hundimiento. Hubo de hecho un explícito eco del regeneracionismo aznarista en el discurso que el candidato consideró «el acto fundacional de un nuevo tiempo».
Esta vez casi nadie, quizá ni entre los propios socialistas, cree que la derecha vaya a volver a fallar el penalti. Tiene un liderazgo indiscutido –reelegido con un ‘búlgaro’ 99,24 por ciento–, el equipo cohesionado, el viento a favor y un programa lo bastante abstracto para provocar poco rechazo. Desde ayer hay además unos compromisos con fechas y plazos, y ciertas ¿pistas? sobre alianzas, pactos y cordones sanitarios. Sin embargo… bajo la euforia se hace perceptible el antipático escozor del gatillazo de hace dos veranos, una cierta inseguridad endémica, el temor a que el tiempo se haga muy largo.
El de Feijóo fue, en cierto modo, el discurso de la moción de censura que no va a presentar porque en política no sirve de nada tener la razón si no te la dan. Sensato, sólido, serio, bien construido, con toques vehementes y pasajes de notable fuerza: una buena pieza retórica cargada de visión estratégica. Su propuesta de volver a la normalidad de la vida pública es de una racionalidad elemental para cualquier ciudadano capaz de pensar sin orejeras y sacar conclusiones por su cuenta. El jefe de la oposición tiene que confiar en eso aun después de haberse estrellado contra una evidencia. «No acepto –dijo– que la nación española esté enferma». Pero tal vez lo esté, de sectarismo, de polarización, de aquella hemiplejía moral que diagnosticó Ortega en la derecha y en la izquierda. Y ése sea nuestro verdadero gran problema.