ALBERTO AYALA-EL CORREO

Salvo que los ruegos de Andoni Ortuzar surtan efecto, algo que por desgracia parece hartamente improbable, todos, absolutamente todos los indicios apuntan a que nos encaminamos a unas nuevas elecciones generales.

Como cabía sospechar antes de las vacaciones, Pedro Sánchez solo está dispuesto a un pacto programático con Unidas Podemos. De cederle una cuota de poder acorde con sus votos, nada de nada. Y de aceptar gratis los votos podemistas para evitar la cita con las urnas y asumir el riesgo de una legislatura algo más que incierta parece que tampoco.

Tanto el PSOE como la formación morada son muy libres de establecer en qué condiciones están dispuestos a colaborar políticamente. Como lo son de no fiarse del eventual aliado que, al fin y a la postre, es a la vez el principal adversario político.

Sin embargo, esa libertad debe de ir acompañada de algo más. De responsabilidad. Ya sabemos que los partidos buscan poder para los suyos. Pero algunos todavía creíamos, ¿ingenuamente?, que también piensan en el interés general.

Después de perder deliberadamente casi todo el mes de agosto, el PSOE ha retomado las negociaciones con los morados no en el punto en el que quedaron en julio sino en el estadio anterior. En esas condiciones es imposible un encuentro medianamente sólido con Unidas Podemos. Y sin él parece que Pedro Sánchez no afrontará una nueva sesión de investidura en la que podría ser reelegido, sí, pero en unas condiciones de precariedad que dibujarían un complicadísimo horizonte al nuevo gabinete socialista.

Nadie sabe qué pueden deparar unos nuevos comicios. Las encuestas dicen que el PSOE podría subir, pero que muy probablemente seguiría dependiendo de un Podemos a la baja. ¿Por qué en esas condiciones iba a ser posible un pacto que ahora no lo es?

A nadie se le escapa que los viejos partidos del turno, PSOE y PP, serían felices de volver a los no tan lejanos tiempos del bipartidismo imperfecto cuando la única duda a solventar en las urnas era si el siguiente cuatrienio iba a gobernar la izquierda o la derecha. En alguna ocasión con apoyo de una formación minoritaria.

Uno y otro están encantados del acelerado y prematuro desgaste de los nuevos actores de la política española. De Podemos y de Ciudadanos que, de día en día, prosigue su caída a los infiernos por su incomprensible negativa a intentar un pacto con el PSOE que haría feliz a Sánchez pese a que prometió al electorado que miraría a la izquierda.

Resulta vergonzosa la exhibición de partidismo egoísta que están realizando nuestros principales partidos con el PSOE a la cabeza. Ojalá que tan descarnada lucha por el poder, tanta falta de una mínima generosidad no termine por llevar al colapso a las instituciones españolas.

En Italia dos partidos tan diferentes, con un pasado de enfrentamiento tan radical como los populistas del Movimiento 5 Estrellas y el Partido Democrático que agrupa a la izquierda han sabido aparcar todo eso y pactar para mandar a la oposición al xenófobo Salvini y evitar unos comicios que pudieran haber dado la victoria a la ultraderecha.

Nuestros políticos aún están a tiempo de tomar nota y rectificar. Si no lo hacen y nos obligan a volver a votar debieran recibir el correspondiente castigo por su actitud. El horizonte -Brexit, Cataluña, crisis- es lo suficientemente preocupante para no asistir impasibles a estos juegos de poder de políticos mediocres.