CÉSAR ANTONIO MOLINA-EL MUNDO
El autor reflexiona sobre la decadencia del lenguaje y del debate público a raíz de la caída del presidente Sánchez, víctima del suicidio de sus alianzas con nacionalistas y populistas.
Lo dijeron los fiscales: «No hay legalidad democrática fuera de la legalidad constitucional». Y añadieron: «Nadie es perseguido por sus ideas, sino por sus acciones». Con las acciones ignominiosas no sólo cargan estos representantes políticos (algunos ni siquiera lo son, ni han sido elegidos) sino el resto de la ciudadanía. «No hay una soberanía catalana, hay una soberanía del pueblo español. El derecho a decidir corresponde a todo el pueblo español». En el pasado, nadie lloró una sola lágrima por el emperador, ni lo harán ahora sobre nuestros dirigentes estatales y autonómicos, cómplices temerarios de la destrucción de nuestra democracia que tantos siglos y sufrimientos costó.
El próximo año, el 1 de enero, se celebrarán los 200 años del levantamiento del general Rafael del Riego, en Cabezas de San Juan, contra el absolutismo de Fernando VII y la proclamación de la Constitución de Cádiz de 1812. En aquella arenga, probablemente redactada por Alcalá Galiano, entre otras cosas se decía que la Constitución violada por el Monarca «había sido elaborada entre sangre y sufrimientos». Así pasó con casi todas las Constituciones españolas. También con esta última tras una cruenta guerra civil, del exilio de miles de españoles y la represión de la dictadura franquista durante 40 años. El trienio liberal acabó fatal y el cuerpo descuartizado de Riego fue arrastrado por las calles de Madrid.
La política no es un fin, sino un medio que ayuda al bienestar humano. Nerón, al menos, se consideraba un artista. Hoy, la mayor parte de nuestros políticos, y no deberíamos generalizar, desconocen el arte del que se vanaglorian. Vivimos en medio de la complejidad y la confusión de un país que no sabe ni siquiera de qué está hablando un político (o política, en este caso es pertinente el femenino) cuando pronuncia la palabra verdad. En nuestro actual panorama, la verdad amanece, atardece y anochece de una manera distinta. E incluso cuando se habla no se sabe de qué se está hablando; caso, por ejemplo, del relator, que pasará a los anales y adenda de los esperpentos. Estamos rodeados de mentiras, a veces incluso piadosas; de tergiversaciones, y falsas interpretaciones a conciencia. Estamos rodeados de filólogos aficionados que se dedican no sólo a inventar palabras sino también significados. La picaresca revivida. La decadencia del lenguaje, más que una enfermedad, es un síntoma de un gran estancamiento. La palabra va perdiendo su significación real, su sentido. Hipocresía, cinismo, obscenidad. Todo esto contribuye a crear falsos estados de derecho (los de los independentistas) o una supuesta nueva democracia partidista a su medida. Y entonces es cuando los ciudadanos, hartos, comienzan a manifestar su inquietud porque quienes contribuyen a estos despropósitos y utopías falsas han abandonado la lucha por la mejora de la vida cotidiana.
El filósofo Wilhelm Reich, un autor muy leído en mi juventud por aquello del Orgón (la unión de los términos orgasmo y organismo), un pensador que tuvo la osadía de intentar una síntesis entre el marxismo y el psicoanálisis y fue expulsado de ambos círculos; y que, por otros motivos, murió en una cárcel de EEUU, destacaba la capacidad de aguante de una sociedad llevada a la desorientación y afirmaba que lo importante no era saber por qué se rebelaba la gente, sino por qué no lo hacía. Para el filósofo francés Frédéric Gros, protestar es una declaración de humanidad. Gobernar es proteger y cuidar de los conciudadanos. Y el gobierno de una democracia debe de hacerlo de una manera competente (con conocimientos), virtuosa (cuidando de su integridad moral) y con abnegación (entregado a los demás y no a sí mismos).
El salir a la calle se lleva a cabo cuando las autoridades dejan de ser útiles y siembran la discordia. La dignidad del individuo va unida a la libertad compartida con la nación o el estado. ¿Acaso se podían aceptar alguno de los puntos insidiosos de Torra? Cada uno de ellos atentaba gravemente contra la dignidad de los españoles que nos enteramos semanas después sin conocer que el hoy presidente en funciones se los hubiera devuelto. Torra, un personajillo que se ha aprovechado del esfuerzo y del trabajo de muchas generaciones de españoles que le han dado a él la libertad de expresión que él quiere coartar en los demás. Se aprovecha de la bondad de la democracia.
En La condición humana, Hanna Arendt afirmaba que aquel que verdaderamente desobedece es quien prefiere su interés personal al del colectivo. No es la ética del superviviente la que debe alentar la obediencia política, sino una ética del sacrificio. En democracia el gobernante y gobernado no equivalen, en absoluto, al dominante y al dominado.
En democracia, como sujeto político, no se obedece en tanto que se había podido ser el que manda. Los políticos son nuestros iguales porque sus poderes son temporales y, tarde o temprano, vuelven a ser como nosotros mismos y nosotros mismos incluso podríamos sustituirles. La legalidad, y de eso ahora tienen los independentistas la oportunidad de aprender algo, es el centro del gobierno constitucional. Donde no hay una separación de poderes y unas instituciones libres que se controlan entre ellas, la fuente de la ley ya no es la razón sino el poder mismo. Y en España, como una vez más se comprobará tras este proceso judicial, la ley existe y funciona. De ahí que este juicio únicamente se lleve a cabo por el incumplimiento de las leyes.
El nacionalismo, como la Historia nos enseña, es una permanente amenaza. La labor de Europa es impedir, a los estados que la componen, su desarrollo. Por este motivo, el juicio que se está llevando a cabo en Madrid, es un juicio europeo. Es un juicio a favor de Europa y contra su disgregación, cosa que le encantaría a Putin. La nación identitaria está ligada al suelo, a una sociedad cerrada y patrimonializada; mientras que el estado alberga a ciudadanos en una sociedad abierta, protegida por la ley, ordenada y pacífica. La nación del independentismo quiere tomar el estado como una empresa de poder, agresiva y expansiva.
EL NACIONALISMO es una forma de totalitarismo. Quienes sufrieron el nazismo y el comunismo creyeron en la reconstrucción de una Europa fuerte y no aislacionista, capaz de moderar el Este y el Oeste. El juicio derivado de los sucesos independentistas es un juicio en defensa de un sistema político democrático español y europeo. Europa se juega mucho en Madrid y luego en Estrasburgo. Dar razones a los destructores de Europa sería un suicidio. Deberían recordar las actuales democracias europeas lo que pasó por no acudir en auxilio de la Segunda República española. Aquel campo de entrenamiento de los extremismos de derechas e izquierdas, puede ser hoy el beneficio de la duda contra quienes intentan derrumbar la paz, el desarrollo y la concordia en la que hemos vivido en el continente durante décadas.
La democracia debe combatir, sobre todo, el adoctrinamiento, la lucha totalitaria contra la comprensión. ¿No es acaso violencia imponer a los jóvenes doctrinas unilaterales y absolutamente falsas? ¿No es acaso violencia la propaganda antidemocrática? ¿No es acaso violencia el insulto reiterado a través de los medios de comunicación audiovisuales contra el resto de los españoles? ¿No es acaso violencia recorrer medio mundo insultando a sus compatriotas?
Los nacionalismos destruyen la comprensión que se basa en el conocimiento, y el conocimiento no puede avanzar sin una articulada comprensión previa que denuncie las formas totalitarias del independentismo. El independentismo ha decidido que nuestra lucha contra él es una lucha contra la libertad. Otras formas de gobierno han negado la libertad, pero no de forma tan radical como los totalitarismos nacionalistas.
Kant, cuya efigie hoy los nacionalistas rusos persiguen en su ciudad natal de Königsberg (antes prusiana y después de la Segunda Guerra Mundial, soviética, y hoy rusa), a finales del siglo XVIII, habló de un equilibrio de poder para evitar los conflictos en la nueva Europa de las naciones-estado.
Y ponía como ejemplo una historia del escritor satírico irlandés Jonathan Swift: habían construido una casa maravillosa en un lugar de gran belleza, todo transcurría en silencio y dentro de una gran paz bucólica hasta que un delgado y diminuto pájaro se posó sobre el tejado y, entonces, todo el edificio se vino abajo. Eso mismo nos podría pasar a los europeos.
César Antonio Molina es escritor. Ex director del Instituto Cervantes y ex ministro de Cultura. Su último libro es Las democracias suicidas (Fórcola).