ABC-IGNACIO CAMACHO
El sitio no era La Moncloa. Las limitadas funciones de la Corona exigen de los partidos un mínimo respeto por las formas
PABLO Casado cometió ayer un –otro– error, que hoy repetirá Albert Rivera, al acudir a la ronda exploratoria de Sánchez en La Moncloa. Y no por tratarse de Sánchez, sino por tratarse de La Moncloa, por escenificar en ella una suplantación de las funciones constitucionales reservadas al Rey y establecer una jerarquía paralela con solemnidad simbólica. Si los dirigentes del PP y de Cs quieren liderar la oposición tienen que empezar ejerciendo una labor prescriptora y enseñando al Gobierno a respetar algo tan importante en democracia como las formas. El presidente ha ganado las elecciones y sin duda será reelegido pero en este momento se halla en trámite de interinato; de ningún modo le compete convocar unas consultas que corresponden por imperativo de la Carta Magna al Jefe del Estado. Los representantes de los partidos pueden y deben hablar entre ellos pero para eso hay un sitio preciso y conveniente que es el Parlamento, cuyo presidente, aún por elegir, es tras la celebración de unas elecciones el único interlocutor oficial de la Cámara ante Felipe VI. Rajoy también se equivocó al respecto, y tuvo que rectificar y trasladar las conversaciones a la sede del Congreso. La elección del escenario es relevante porque la Constitución fija unos límites severos a las atribuciones del monarca y establece un orden sumamente estricto en la defensa de cualquier posible invasión de la soberanía parlamentaria. En sentido recíproco, es imprescindible que las fuerzas políticas no invadan unas prerrogativas reales ya de por sí bastante escasas. Y aunque sea una mera cuestión protocolaria, tiene importancia cuando significa un achique virtual de espacios a una Corona que tiene sus atribuciones muy tasadas. Casado y Rivera han perdido la oportunidad de declinar una invitación así planteada. Es en La Zarzuela, y cuando el Rey los llame, donde primero han de manifestar una posición ante la investidura que por lo demás está bien clara.
No es la primera vez, por otro lado, que Sánchez, cuya autovaloración narcisista es bien conocida, incurre en un exceso de sobrerrepresentación de su papel institucional. Ya le ocurrió en aquel célebre lapsus del 12 de octubre, objeto de tan burlones comentarios, cuando se colocó con su esposa junto a los Reyes en el tradicional besamanos. Esta cita de ahora, sin embargo, tiene un carácter intencionado de extralimitación formal en las competencias del cargo, y es imposible que nadie entre su centenar de asesores le haya formulado un elemental reparo. Era, pues, la ocasión de que los líderes opositores comenzasen a marcar territorio poniéndole las peras al cuarto; estas cosas hay que hacerlas al principio del mandato. Al fin y al cabo ellos no van a pedir ministerios, como Iglesias, ni necesitan por ahora muñir ningún pacto. No les hacía ninguna falta aceptar un marco de subliminal contexto republicano. Mal empezamos.