ARCADI ESPADA-EL MUNDO
– La única intervención de orden público de los Mossos fue en el colegio Vila-Roja… En el colegio Vila-Roja sí que fueron los Arro…
Aquí fue justamente cuando el inspector, dotado de un cierto temple dramático, paró de hablar y con él se paró el mundo. Un mosso moviéndose, fechoría.
Enseguida el propio inspector lo puso otra vez en marcha.
– Pero fue por una actitud diferente. Fue porque unos habitantes del barrio fueron a retirar urnas y se enfrentaron con la gente que estaba ejerciendo la votación. Entonces fueron allí, en teoría, para proteger esa votación.
– No hay más preguntas, señoría –se apresuró a decir la joven abogada del Estado con la cara del que acaba de aprobar la oposición.
El hecho prodigioso de Vila-Roja fue el punto culminante de un día como tantos días, pero aún peor. Pasan policías, pasan guardias civiles, declaran con más o menos convicción o fortuna fáctica, pero casi todos ellos incluyen su momento mosso. Aluden a su pasividad, a su indiferencia ante la votación, al evidente mal rollo que se creó con ellos. Es explicable. Hablan policías que participaron en la desagradable tarea de penetrar en una masa hostil para llevarse el magro grial de unas urnas sevillanas y una papelería bastarda. Algunos de ellos resultaron levemente heridos, y muchos más escupidos, insultados, despreciados. En un momento dado las acusaciones preguntan a estos hombres si había mossos en el colegio. Y entonces el que contesta rememora la escena, su jodida angustia, su sudor, sus maldecimientos abriéndose camino, y ve en una esquina, impolutos impenitentes impasibles a los dos monomios restantes. Su inquina ni siquiera es política o constitucional, esas elevaciones, sino meramente gremial y técnica. Como el que acarrea bajo el sol grandes piedras y ve que uno de su condición y de su obligación se lo mira desde la sombra.
Ayer, de todos modos, se describieron conductas algo más que pasivas. Dos inspectores de Policía acusaron a los Mossos de colaborar en la logística del referéndum, transportando urnas a comisarías o a domicilios particulares e incluso participando en un recuento de votos. Naturalmente se trata de descripciones subjetivas. Pero el problema es que no van a ser sometidas al principio de contradicción. La inmensa mayoría de los mossos de los que se habla no serán llamados a declarar. Hay pocos policías autonómicos entre los testigos propuestos. A las acusaciones no les interesa que defiendan su posición. Pero tampoco a las defensas. Al abogado, Melero, del que podría aventurarse en principio un cierto interés en ello, le bastó con que Trapero y compañía reconocieran que el consejero Forn–su cliente– fue un mero transeúnte del 1 de octubre que no tuvo ninguna responsabilidad en el dispositivo acordado. La carga de si los mossos fueron activos o pasivos ha quedado así en la espalda exclusiva del mayor Trapero y del resto de mandos que afrontarán juicios e investigaciones en los próximos meses.
Sin embargo, el implacable goteo de acusaciones sobre los Mossos dejará huella. Al margen de lo que ayude a fundamentar la opinión de la Fiscalía, el cuerpo aparece seriamente tocado ante la opinión pública. Ante las opiniones, más bien. Ninguna de las dos mitades de Cataluña confía en ellos. No es que Trapero y el resto hayan dejado de ser los héroes del Proceso: es que los tratan ya como a traidores. Al otro lado las acusaciones de estos días refuerzan que el constitucionalismo siga pensando que los Mossos no son más que la policía privada del nacionalismo.
Por lo demás debo reconocer que ha habido una cierta mejora en la calidad, decíamos ayer. Uno refirió que al abrirse paso en los colegios los llamaron perros de Rajoy.