Del Blog de Santiago González
Pablo Iglesias se echó a llorar en 2016 cuando descubrió entre los asistentes a un mitin suyo en Córdoba a Julio Anguita, que en principio se había negado a asistir. Iglesias es muy llorón. Lloró al hablar del torturador Billy el Niño, al triunfar la moción de censura de Sánchez y en el cementerio de Paterna, donde fue fusilado un tío abuelo suyo.
Julio Anguita falleció el sábado a los 78 años. Su muerte fue cantada ayer por todo quisque, entre ellos por quien hoy ocupa el cargo que él estrenó como coordinador federal de Izquierda Unida, Alberto Garzón, que contaba una anécdota reveladora y un acierto del califa: “le debo a Julio haberme convencido, sin él saberlo, de militar en el PCE. Cuando bastantes años más tarde se lo recordé, me contestó con su acidez habitual: “A mí no me eches la culpa, carga tú solo con esa responsabilidad”.
Anguita, secretario general del PCE en 1988, fue coordinador federal de Izquierda Unida desde 1989 hasta 2000. En otoño del 89, tras las manifestaciones del Berlín oriental que derribaron a Erich Honecker, el ojo clínico del líder dictaminó: “esta es la prueba de la superioridad de la democracia popular sobre la burguesa. En la República Democrática Alemana ha bastado una manifestación de un millón de personas para que dimita Honecker, mientras aquí no bastó una huelga general (14-D-1988) para que dimitiera Felipe González”. No había pasado un mes cuando el muro de Berlín cayó como las murallas de Jericó, aunque sin trompetas.
Se ha hecho tópica la afirmación de que Julio Anguita llevó a Izquierda Unida a lo más alto, 21 escaños, aunque habría que recordar que ese fue el nivel de representación en el que puso Santiago Carrillo al PCE en nuestras primeras elecciones democráticas, las del 77, para subir a 23 en las de 1979 y desplomarse hasta los 4 en 1982. Gerardo Iglesias alcanzó 7 escaños para IU en 1986. Anguita consiguió 17 en 1989; 18 en 1993 y los 21 ya citados en 1996. Lo dicho, menos que Carrillo con la hoz y el martillo a pelo. En 1997 inició una purga como no se recordaba desde la Campana de Huesca. Expulsó de la coalición a los dos diputados del PSUC, Saura y Rivadulla y rompió con el Partido de Nueva Izquierda, liderado por Diego López Garrido y Cristina Almeida. Dejó las cosas a punto para que su heredero, Paco Frutos bajase hasta 8 en 2000. Heroicos tiempos aquellos. Ahora, su continuador en IU, el pobre Garzón, es ministro y en el partido hay un tipo, Enrique Santiago, que se sueña Lenin frente a la Familia Real, sus Romanov.
Javier Pradera lo clavó en los primeros años 90, al escribir que “Anguita usa la Constitución como si fuera el manifiesto comunista”. Lo mismo le pasa a Pablo Iglesias, un virtuoso en tachar lo que no procede, casi todo menos el artículo 128, de manera que la reduce la Carta Magna a una licencia de expropiación tipo Chávez. Como diría Elisa de la Nuez le convendría leerse los 168 artículos restantes “para tener una visión más de conjunto”. Carrillo lo definió como “una mezcla de falangismo juvenil y leninismo tardío”, después de que le dijese a Pedro J. Ramírez en Diario16: “En el pensamiento de José Antonio hay muchas ideas que siguen siendo válidas”.
He leído con curiosidad sus necrológicas que, en general tienden a la hagiografía. Lo entiendo, si lo comparamos con la gavilla de Unidas-Podemos, pero Julio Anguita era uno de los políticos más estomagantes de la década finisecular, con un insufrible tonito de maestro que le llevaba a insultar a su público: “Hala”, despedía a los suyos en un mitin de Barcelona. “Ahora, todos a votar CiU y a joderse”. Claro que maestro por maestro no se le puede comparar con José Luis Ábalos.