JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA -EL CORREO

La salida de este bloqueo requiere de la apertura a la transversalidad si, como cabe deducir de la campaña, los partidos independentistas se hallan excluidos de la ecuación

 Ya lo decía Antonio Machado: «En España, lo mejor es el pueblo». Inasequible al desaliento, ha pasado por encima de una meteorología de perros y de una depresión de caballo para llenar las urnas con muchas más papeletas de las que los más escépticos preveían. Que no se llame, sin embargo, a engaño la clase política. En esa participación hay más de adhesión responsable a la democracia que de irresponsable aprobación a sus gestores. El electorado ha percibido la emergencia que vive el país y se ha tragado el sapo de una ineptitud política que lo había puesto al borde del abismo. El descenso en la participación no deja de ser, con todo, pese a su levedad, un aviso a navegantes.

A la espera de análisis más reposados, dos miradas resultan pertinentes en este de urgencia sobre los resultados. Una, desde la perspectiva de la gobernabilidad, se fijaría en los pactos que podrían hacer posibles tanto la investidura como la gobernanza del país. Otra, menos relevante, pero más morbosa, se centraría en la situación en que quedarían los distintos partidos junto con sus líderes. Respecto de la gobernabilidad, es evidente que no se ha alcanzado el objetivo que perseguía la repetición electoral. El bloqueo que, al erigirse de manera harto ligera en bloques, ciertos partidos han instalado en la política del país no se ha superado. Sin tener, de momento, en cuenta a las fuerzas que rechazan definirse por su adscripción a la derecha o a la izquierda, los que han hecho gala de pertenecer al bloque de una u otra denominación han fracasado a la hora de reunir suficientes escaños para asegurarse la investidura y asegurarnos a todos la gobernación. El país no es bibloquista. Desde tal perspectiva, la repetición electoral ha sido un fiasco. Quienes, con sus comisiones u omisiones, la provocaron han hecho un pan como unas tortas y deberían responder de ello.

La salida de este bloqueo requiere de la apertura a la transversalidad. Si, como cabe deducir de las posturas expuestas en campaña, los partidos independentistas se hallan excluidos de la ecuación, algún tipo de entendimiento entre los viejos partidos del sistema sería el mejor modo de facilitar una investidura y evitar otra repetición electoral. Se impondría, en este caso, aunque sólo fuera por pragmatismo, la aceptación de la tesis, en su día defendida por los populares y hoy por los socialistas, de la primacía del partido más votado y la consiguiente responsabilidad del segundo de permitir su acceso al gobierno. El PP, pese a la renuencia expresada por su líder, no tendría otro remedio que devolver al PSOE el favor que éste, con altísimo costo, le hizo tras las elecciones de 2016. Los votos negativos serían demasiado heterogéneos para unirse en el veto y cargarían, si lo hicieran, con el lastre de provocar otras nuevas elecciones. A partir de ahí, un Gobierno en precario tendría que arriesgarse a navegar en aguas turbulentas el tiempo que lograra aguantar de esta legislatura. El legislativo tomaría el protagonismo y, en aquél, nadie querría ser responsable de un nuevo fracaso. Superados la frustración y el resentimiento de primera hora, podrían reunirse escaños suficientes para acometer importantes iniciativas puntuales, de modo que todos pudieran verse beneficiados de la novedosa situación. El país más que nadie.

Por lo que se refiere a los partidos particulares, lo más llamativo, por su rotundo éxito o su estrepitoso fracaso, es, sin duda, el caso de Vox y Ciudadanos. Ambos venían anunciados en las encuestas y merecen un análisis más reposado, que escapa a la urgencia con que éste se escribe. Menos llamativos, pero no menos importantes, son el estancamiento, a la baja, del PSOE y el magro ascenso del PP, al que Vox le ha robado la cartera. En otras circunstancias, en ambos se abriría una grave crisis. En las actuales, a sus líderes los salva el problema que plantearía su repentino derrocamiento. Vuelan, sin embargo, los dos con plomo en las alas. Y, más en concreto, al del PSOE le resultará muy difícil recabar de su partido la generosidad de la exculpación por haber recurrido a las elecciones bajo el señuelo de mejorar posiciones. Siempre habrá, para consuelo, un chivo expiatorio sobre el que cargar las culpas y al que enviar a expurgarlas al desierto. El nombre lo conocen ustedes.