CARLOS HERRERA-ABC
- El destierro del Rey, como el olvido de Nicolás Redondo, forma parte de lo mismo: un intento de enterrar el 78
Mañana nubosa en Roma, calurosa en Abu Dabi y destemplada en Madrid. No tenía necesariamente que gustarte Benedicto para reconocerle su peso específico en el impecable descifrado del pensamiento y de la relación no antagónica entre la Fe y la Razón. Al poco de levantarse las brumas del amanecer romano, la Cristiandad dijo adiós a su Papa más versado, en un nuevo ejercicio sublime de la liturgia, de la medida, de la emotividad. No tenía que gustarte Juan Carlos I para reconocerle un trabajo ciclópeo tras recibir el poder de manos de las Cortes franquistas: de la Ley a la Ley, desmontó los naipes del régimen anterior y, amparando el pilotaje de otros, construyó la reconciliación y la rampa de despegue para los mejores años de la historia moderna de España. Ayer cumplía 85 años en la soledad del Pérsico, preguntándose una vez más, como hace a menudo, por qué es el único español que no puede volver a su casa sin que se lo impida causa judicial alguna (aunque no dejen de intentar adjudicarle alguna).
Tampoco tenía que gustarte Nicolás Redondo Urbieta para reconocer sus esfuerzos de cara a modernizar España y acabar con las trincheras que, ahora, de nuevo, sus herederos excavan. Allí estuvo Sánchez, acompañado de Álvarez, el del pañuelo palestino que vive en el sarcófago que le paga el Gobierno, imagino que para cerciorarse de que se había muerto de verdad y así poder respirar aliviados. Porque no nos engañemos: para el PSOE y la UGT actuales, Nicolás y otros como él son un estorbo que les estropea el relato de que en España solo caben ellos, los buenos. Personas como Juan Carlos (que cumple años por tercer año consecutivo en el destierro) y Nicolás son dos de los ‘Papas’ de aquel Concilio que fue el salto de España a un Estado de derecho que ahora debilitan, mordisco a mordisco, los que ostentan indecorosamente el poder. Cuando Benedicto renunció también hubo polémicas y acusaciones que hoy nadie recuerda, salvo los cuatro comecuras de siempre. Le dejaron retirarse con honor para vivir en el Vaticano hasta el día de su muerte. No le enviaron a Abu Dabi ni le persiguieron hasta su tumba. Aquí acercamos etarras a sus casas y expulsamos Reyes de las suyas.
No juguemos al engaño: el destierro del Rey, como el olvido de Nicolás Redondo, forma parte de lo mismo: un intento de dinamitar el sistema y enterrar el 78, que es el muro de contención de aquellos que, o bien quieren sobrevivir a cualquier precio, como Sánchez, o exigen una República o una independencia, como los otros, jugando todos ellos al pecado capital que de forma más brillante denunció el hombre enterrado ayer en San Pedro: el relativismo, moral, ético o político. Es decir, el todo es relativo, el ‘nada es malo’ en sí mismo, el vamos a considerar cualquier derrumbe de la verdad porque la verdad absoluta no existe, sobre todo si no la manejo yo.
Un Papa, un Rey y un Obrero, en el relato verídico del día de ayer.