Rubén Amón-El Confidencial
Mañana se constituye la Cámara Baja con un tercio de opciones radicales, la cuestión es si el PSOE va a sumarse a ellas pactando con UP y ERC
Más que inquietar, espeluzna el Parlamento que va a constituirse mañana, no porque proceda discutir la democracia representativa, sino porque la sociedad española va a adquirir conciencia de una institución dislocada por el soberanismo, el regionalismo, el populismo y el mesianismo.
Sirva como ejemplo el hecho de que Vox representa a la tercera fuerza política de mayor enjundia numérica, aunque el estremecimiento también lo proporcionan la balcanización de la Cámara —18 partidos— y la coexistencia de opciones políticas extremas. No solo por los pasamontañas de Bildu y por la gasolina de la CUP, sino porque el radicalismo —de la extrema derecha a la extrema izquierda, del soberanismo al furor antimonárquico— comprende una suma de 116 señorías.
La cuenta podría dispararse hasta 119 con los tres diputados de Errejón y Compromís. Incluso a 125 si añadimos a los ejemplares del PNV. Es verdad que los nacionalistas vascos se jactan de la moderación y del posibilismo. Y que han demostrado tener más finales que principios, pero los recientes volantazos a la autodeterminación y el alborozo con que blanquean a Otegi sobrentienden el peligro de un nuevo flanco subversivo al rebufo de la estelada.
Quiere decirse que bastante más de un tercio del Congreso se define en opciones políticas perturbadoras. Las hay que amenazan la convivencia —Vox, o VOX en su fórmula altisonante— y proliferan las que abominan de la Constitución y de la monarquía parlamentaria. Incluidos los aliados explícitos —Unidas Podemos— e implícitos —ERC— que arropan a Pedro Sánchez.
Es la perspectiva desde la que resulta particularmente necesaria una concepción responsable y una clarividencia de estadista. La extinción de Ciudadanos tanto refleja la negligencia de Rivera como expone el cráter, la zona cero, de la moderación. Mañana va a homologarse un Parlamento incendiario. Lo han querido los españoles desde el cabreo, la pulsión antisistema, el folclorismo y el despecho, razones todas ellas que deberían estimular la mesura del presidente del Gobierno en lugar de explorar los atajos atrabiliarios que más convienen a la propia supervivencia.
Se va a homologar un Parlamento incendiario. Lo han querido los españoles desde el cabreo, la pulsión antisistema, el folclorismo y el despecho
El PSOE no puede convertirse en el partido que decanta la Cámara Baja hacia la siniestralidad (en sentido polisémico). Suficientes partidos y opciones abastecen el caos como para que la familia socialista termine convirtiéndose en la catalizadora del sabotaje institucional. Sánchez tiene la obligación de serenar el gallinero, no de soliviantarlo, aunque el abrazo de Iglesias y la bomba de relojería de ERC predisponen un Gobierno y una legislatura en estado de emergencia.
No ya por la propia heterogeneidad y radicalidad del Parlamento, inequívocas ambas en la sesión programada mañana, sino porque la italianización de nuestro sistema político se desempeña sin la flexibilidad y la capacidad desdramatizadora que caracterizan el modelo milenario de Roma. No estamos en la Italia del transformismo y de la ‘finezza’, sino en la España cainita y vengadora del brochazo y los cojones. Ya se ocupará Santi Abascal de emular al caballo de Espartero. Y ya se encargarán los otros ‘hooligans’ de convertir la Cámara Baja en una cámara bajísima.
Sucederá este martes con el ritual de las promesas y los juramentos. El guirigay del aula es la premonición de una aventura política que Sánchez ha decidido arbitrar desde posiciones temerarias. No existe otro camino que el pudor constitucional. Por eso conviene saber si el PSOE va a incorporar a sus 123 diputados al fondo sur del Parlamento nacional.