Editorial El País
Puigdemont toma el control y lanza al partido por la vía unilateral
Envalentonado por las decisiones judiciales a su favor de los últimos días, el expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha tomado este fin de semana el control casi absoluto del Partit Demòcrata Català. Lo ha hecho mediante una operación que ha implicado la salida forzosa de la hasta ahora coordinadora general del partido, Marta Pascal, con un perfil más pactista, y que sitúa a la formación heredera de la histórica Convergència al servicio de los intereses de Puigdemont y de sus allegados en prisión preventiva como Josep Rull, Jordi Turull o Joaquim Forn.
El movimiento es una noticia preocupante para la vida política, tanto para Cataluña como para el conjunto de España, por los escollos que añade a la indispensable distensión que se necesita para superar el clima irrespirable que ha dejado el fallido proceso independentista. El control que Puigdemont ejercerá a través de dirigentes de segunda fila como David Bonvehí o Míriam Nogueras tiene como objetivo indisimulado alinear el PDeCAT —hasta diluirlo por completo— en el artefacto político de incierto futuro que es la Crida Nacional per la República, el movimiento surgido esta semana del entorno de Carles Puigdemont para intentar que todo el independentismo cierre filas en torno a su figura y vuelva a apostar por la fracasada vía unilateral.
Dicho movimiento también busca empobrecer la pluralidad política en Cataluña en tanto en cuanto quiere eliminar siglas de partidos y fiarlo todo a la carta del hiperliderazgo mesiánico de personas que, como Puigdemont, sufren evidentes limitaciones legales para ejercer como responsables políticos en España.
La radicalización del PDeCAT es más preocupante, si cabe, por la coincidencia con el nuevo giro a la derecha protagonizado por el Partido Popular este fin de semana con la elección de Pablo Casado como presidente. De nuevo, las posiciones centrales quedan postergadas a favor de un “cuanto peor, mejor” que nos ha llevado hasta aquí en el conflicto catalán y que el entorno de Puigdemont intenta boicotear.
Poco o nada ha trascendido sobre qué quiere hacer el nuevo PDeCAT más allá de actuar de comparsa del expresidente y de los suyos. Sin agenda económica o social más allá del victimismo ante “Madrid”, los seguidores de Puigdemont no se lo pondrán fácil al Gobierno ni a quienes buscan en el Parlament catalán rebajar la tensión generada por el procés.
El independentismo debe decidir de una vez si da voz a quienes se sienten comprometidos con la necesidad de salir del atolladero en el que les ha metido el procés y admiten que en Cataluña no existe ni ha existido nunca una mayoría social partidaria de la secesión unilateral. Formaciones como Esquerra Republicana, que dicen apostar por la vía dialogada y a las que las encuestas electorales parecen sonreír, deben pensar muy seriamente si renuncian a tomar la iniciativa, si se desmarcan de los tintes populistas que emanan de la apuesta de Puigdemont o se someten al hiperliderazgo de alguien que no sale de sus filas ni admite otras ideas que la suya propia. La próxima reunión de la comisión bilateral Estado-Generalitat sería un magnífico escenario para demostrar cuál es su opción.