Editorial, EL MUNDO, 29/6/11
LA ELECCIÓN de San Sebastián como Capital Europea de la Cultura en 2016 hubiera sido en otras circunstancias un motivo de satisfacción para todos. Sin embargo, hoy supone un motivo de preocupación para el conjunto de los españoles. Porque nadie podía sospechar siquiera que un honor semejante, otorgado por las principales instituciones comunitarias –con el necesario aval en este caso del Gobierno de España– podía recaer en un municipio gobernado desde hace semanas por Bildu, «una franquicia proetarra», como ayer se lamentaban desde el Foro Ermua. La ciudad vasca se impuso a sus competidoras por siete votos frente a seis de los 13 miembros del comité de selección. Y de ellos, lo que no es baladí, seis fueron nombrados por el Ministerio de Cultura.
No le faltó tiempo al nuevo alcalde donostiarra, Juan Karlos Izaguirre, para felicitarse diciendo que esta designación es «un paso importante para la normalización política que se vislumbra en Euskadi». Y ahí radica el oprobio. Porque la Eurocámara y la Comisión han puesto en manos de los sucesores de Batasuna –los que durante más de 40 años han jaleado los cerca de 900 asesinatos de ETA– un inmejorable instrumento de propaganda de sus tesis, un nuevo triunfo y otra coartada que avala su estrategia. Máxime cuando todo el proyecto con el que competía la ciudad –diseñado por el anterior alcalde, el socialista Elorza– gira en torno a la idea de «pacificación » y no pivota sobre planes exclusivamente culturales, como sí ocurría con las demás ciudades en liza. Y de hecho, algunas actividades propuestas –como los «semilleros de paz» para superar la violencia e iniciar una nueva etapa de convivencia–, pasadas por el tamiz de Bildu serán una terrible afrenta para las víctimas de ETA.
Lo cierto es que en el País Vasco el miedo y el terror impuesto por unos ha tenido atenazados a todos los demás. Y eso no se puede pasar por alto. Nadie puede poner en duda los infinitos méritos de una ciudad históricamente tan cosmopolita y volcada con las vanguardias artísticas como San Sebastián. Pero la designación de una ciudad como capital cultural es un instrumento en manos de sus gestores políticos para desarrollar infraestructuras y poner en marcha actuaciones concretas. Es decir, es un trofeo en bandeja servido en este caso a Bildu. Y podría suponer una plataforma de legitimación internacional del discurso que tantas veces hemos oído a los líderes proetarras sobre el «conflicto vasco» y su «solución negociada», los machacones mensajes de una Batasuna que siempre ha tenido especial facilidad para infiltrarse hasta copar los espacios lúdicos y festivos de los jóvenes, como intentará hacer ahora de nuevo.
El Gobierno ha actuado con una negligencia que abochorna, porque desde el mismo momento en el que Bildu accedió a la Alcaldía donostiarra debió hacer uso de todos los resortes diplomáticos para impedir que esta ciudad fuera la elegida. Y en sus manos estaba explicar a todos los miembros extranjeros del jurado el disparate que supone asociar con valores culturales compartidos por todos los europeos a un consistorio regido por representantes de un proyecto tan bárbaro como esencialmente antieuropeo. Hoy más que nunca es imprescindible que PSOE y PNV tengan en cuenta el interés general y alcancen un acuerdo de gobierno municipal para desalojar a Bildu. Es lo único que podría corregir este despropósito.
Editorial, EL MUNDO, 29/6/11