Un pleno extemporáneo

SANTIAGO GONZÁLEZ – EL MUNDO

AUNQUE no lo parezca apenas han pasado cinco días desde el pleno del Congreso sobre el caso Gürtel. Para más inri era un pleno extraordinario, convocado por la Diputación Permanente fuera de la temporada de sesiones. ¿Y qué asunto tan urgente llamaba la atención de sus señorías a finales de agosto, apenas unos días después de los atentados de Barcelona y Cambrils y en pleno esfuerzo secesionista por sacar tajada política de 16 asesinatos? El presidente del Gobierno había sido interrogado en 52 ocasiones, según confesión propia. En ninguna de ellas ha respondido, sostiene la oposición. Quizá creen que a la quincuagésimotercera va la vencida, que Rajoy iba responder: «Tienen razón, señorías, yo mentí en mi comparecencia como testigo ante la Audiencia Nacional y ahora les voy a contar a ustedes la verdad». Admirable moral, como la del legendario extremo izquierdo del Alcoyano. Eso no lo haría ni el pobre Puigdemont, que es infinitamente más lerdo que don Mariano.

La prueba del disparate es que cinco días después, qué digo cinco días, el mismo viernes ya nadie hablaba del tema. Sin embargo es importante; el pleno en sí mismo puso de relieve algunos aspectos preocupantes de la democracia española. Tomemos como ejemplo el broche de Tardà, butifarra i carn d’olla, a su llamémoslo discurso: «¿Por qué creen que nos queremos ir? Porque estamos hartos de corrupción». Con un par de dídimos, si me perdonan la locución, pero tampoco es cosa de negarle cualquier tipo de órgano pensante.

A partir de ahí, todo era posible, porque el verdadero objetivo del pleno no era el presidente del gobierno, sino el jefe de la oposición, aunque Pedro Sánchez sea el único político español que no se ha enterado de que Pablo Iglesias impulsó ese pleno contra él, para disputarle los derechos de primogenitura, el liderazgo de la oposición. Pedro le está disputando a Pere Soler el honor del político ausente. El sábado se celebró la Fiesta de la Rosa con que el PSOE inauguraba el curso político en Boñar y el secretario general estuvo representado por el ex Zapatero y por Adriana Lastra, no digo más.

El Congreso quedó convertido en una tertulia de La Sexta, de ahí que ese formato le pareciera agradable a Rajoy, que se gusta en estos trances. La portavoz Robles tuvo un acierto: comparecer sin papeles. Lo demás fue mejorable. «Es usted un presidente bajo sospecha».

No sé si Margarita (está linda la mar) lo sabe, pero esa es la razón que explica el empeño de llevar el asunto al Congreso cuando hay proceso judicial abierto. En el Congreso basta la sospecha. A un tribunal, no. El coronel Galindo era un hombre bajo sospecha el 4 de agosto de 1995. Hacía más de cuatro meses que los restos de Lasa y Zabala habían sido identificados y todas las pistas señalaban a Intxaurrondo. Aquel día Galindo fue ascendido a general por el Gobierno del que Margarita formaba parte. La secretaria de Estado de Interior no era partidaria pero no consta que opusiera una resistencia numantina, un suponer: «Juan Alberto, aquí tienes mi cargo». De testigo a testigo pudo decir en el Congreso: «Nosotros no le enviamos un whatsapp, en plan: Galindo, sé fuerte». En parte porque faltaban 14 años para su invención. Pero lo ascendimos a general. El fajín se lo impuso Juan Alberto Belloch el 18 de septiembre de 1995. «No se puede frivolizar sobre el honor de un general de la Guardia Civil», dijo entonces. Margarita declaró como testigo un año después. Galindo fue condenado a 71 años por el asesinato de los dos etarras en abril de 2000. Es lo que hay.