Editorial-El Español
Los dos principales partidos del nacionalismo vasco suelen usar el Día de la Patria Vasca para exhibir sus discrepancias. Pero en el último Aberri Eguna, celebrado este Domingo de Resurrección, se ha ampliado la brecha entre el PNV y EH Bildu ante la cercanía de los comicios municipales y forales del 28 de mayo.
Y es que este ha sido el primer Aberri Eguna al que ha acudido el PNV sintiendo el aliento de Bildu en su nuca. De ahí que el presidente de los jeltzales aprovechara su discurso de ayer en Bilbao para cargar contra su mayor rival.
Con una diatriba muy cáustica, Andoni Ortuzar ha ironizado con el «transformismo político» de los abertzales, que ante las citas electorales «meten en el armario el palestino, el forro polar y el flequillo cortado a motosierra», aunque «por dentro siguen siendo los mismos».
Con su esmero por reivindicar la «autenticidad» del PNV, el partido demuestra su nerviosismo ante la amenaza que plantea el auge de los bildutarras, que han recibido durante los últimos cuatro años un importante impulso por parte del Gobierno de Pedro Sánchez.
Según algunas encuestas, EH Bildu se consolidaría el 28-M como segunda fuerza, aumentando su presencia en los ayuntamientos de las tres capitales vascas y en las tres Juntas Generales, y empatando con el PNV en Vitoria.
Resulta ciertamente irónico que tanto los de Ortuzar como la coalición dirigida por Arnaldo Otegi hayan lanzado proclamas independentistas y mostrado su faceta más independentista, pidiendo nuevamente el derecho a la autodeterminación de la «nación vasca». Porque la realidad es que en el Parlamento vasco estas fuerzas no dejan de pactar con el PSOE. Y en el Congreso de los Diputados se han convertido en una pieza clave para la gobernabilidad de España.
Es precisamente este segundo elemento lo que ha puesto a los peneuvistas a la defensiva. Porque hasta el nacimiento de la mayoría Frankenstein, eran PNV y CiU los partidos con los que PP y PSOE tendían a pactar. Sin embargo, con la llegada de Sánchez (y de Podemos) al poder, Bildu y ERC se han convertido en los interlocutores preferentes del Gobierno.
Así, PNV y Bildu están viviendo una crisis análoga a la que se da en el seno del espacio independentista catalán entre Junts y ERC, que también han roto en la Generalitat por el viraje posibilista de los republicanos y la necesidad de distanciarse antes de las elecciones municipales.
El PNV no quiere perder su discurso de la fuerza útil que doblega al Gobierno central para obtener conquistas en Madrid para el País Vasco. Y con el protagonismo que Sánchez le ha dado en esta legislatura a Bildu, peligra el perfil institucional que Iñigo Urkullu ha cultivado con su gobierno en coalición con el PSE.
En este sentido, tampoco es casual que Otegi haya elegido Pamplona («la capital de Euskal Herria», según el líder abertzale) para su acto por el Aberri Eguna. Hace cuatro años, Bildu le dio el gobierno de Navarra a la socialista María Chivite. Y aunque el PSN pretextó que la abstención de los independentistas vascos no estaba pactada, estos quieren demostrar que su apoyo no fue gratis.
Esa necesidad de desmarcarse de los bildutarras fue antes, claro, de que Pablo Iglesias convenciera a Sánchez de la bondad de incorporar a Bildu a la «dirección del Estado», cuando para el PSOE el respaldo de la ultraizquierda separatista estaba mal visto. Pero cabe esperar que esta vez no habrá lugar a esa polémica, y que Bildu podrá pasar con normalidad de la abstención al sí.
Dejando claro que están condicionando la continuidad de Chivite en el gobierno foral, Bildu avanza que será clave para que pueda haber un gobierno del PSOE con Bildu y lo que quede de Podemos, por acción o por omisión.
La batalla de las municipales, además, decidirá la suerte de las diputaciones vascas. Y un eventual agravamiento de la falta de sintonía con los de Otegi tras el 28-M podría acercar al PNV al PP moderado que intentará gobernar sin Vox. No en vano, Feijóo ya ensayó un acercamiento con los jeltzales, y dejó algún guiño con sus referencias al «regionalismo cordial».