JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 31/08/14
· Los trasplantes automáticos de elementos sueltos a sistemas distintos al originario causan profundos desajustes.
Parece que delegaciones de muy alto nivel de los partidos nacionalistas vascos están preparando las maletas para viajar a Escocia y ver de cerca el desarrollo del referéndum sobre independencia de ese país. Me imagino que habrán tomado las medidas necesarias para conocer el país al que viajan, lo que hay que ver y conocer sin perderse en las insondables aguas del lago Ness, y que habrán tratado de estudiar las líneas generales de su historia.
Por si sirve de algo, me atrevo a recordarles algunas cosas de esa historia. El territorio hoy denominado Escocia –gracias a una de las tribus, los escotos provenientes de Irlanda, que la ocupaban en parte– estuvo sometido a la presión de romanización subsiguiente a la invasión de Inglaterra por los romanos, quienes trataron de someter a las tribus –escotos y pictos– que habitaban en el norte de la isla. Testimonio de esta romanización es la muralla de Adriano, y más al norte, la muralla de Antonino, aunque fue abandonada al igual que los esfuerzos por romanizar todo el territorio.
El territorio estuvo dividido en dos reinos, el de Escocia y el de Alba, que en los comienzos de la Edad Media, se unieron como reino de Alba, conservando como lengua el gaélico, aunque en el sur y en los centros urbanos que iban surgiendo el inglés iba tomando fuerza. Hubo luchas continuas en las que Inglaterra trataba de incorporar el territorio de Escocia a su reino, cosa que no conseguía.
A comienzos de la época moderna se producen una serie de acontecimientos, similares a los que se iban produciendo en el resto del continente, aunque con sus diferencias, y que iban a incidir de manera notable en la configuración política de la Europa moderna. Por un lado se dan las reformas protestantes. En el caso de la isla británica la reforma anglicana llevada a cabo por Enrique VIII y que tuvo como impulso la necesidad de asegurar la dinastía contra la oposición de Roma –pues el aseguramiento de la dinastía exigía el divorcio del rey– y en el norte, en Escocia, una reforma de corte calvinista, muy relacionada con la reforma calvinista de Holanda.
Los problemas dinásticos y la irrupción de las reformas protestantes, con la posibilidad de su manipulación a favor de los intereses de poder correspondientes, jugaron un papel primordial en la Unión de Escocia con el reino de Inglaterra, personalizada en el rey Jacobo VI de Escocia como rey de Inglaterra como Jacobo o Jaime I. Esta unión se fundamentaba, como era habitual en la época, en razones dinásticas, pues Jacobo descendía de la dinastía Tudor y poseía razones poderosas para reclamar ser rey de Inglaterra. Pero como católico, los ingleses anglicanos lo odiaban tanto como los presbiterianos o calvinistas escoceses.
Su hijo Carlos I fue decapitado durante la revolución gloriosa, o la revolución de los santos liderada por Cromwell, que estableció, por un corto período, la República de la Commonwealth incluyendo a Inglaterra, Irlanda –fue este líder el que completó la dominación de Irlanda para Inglaterra– y Escocia. Tras la caída de Cromwell, que no quiso nunca ser nombrado rey, y para evitar que el reinado cayera en manos católicas, los nobles ingleses y escoceses recurren a Guillermo de Orange, gobernador general de los Países Bajos y príncipe de Orange-Nassau, quien en base a razones dinásticas, además de su confesión protestante-calvinista, es coronado rey de Inglaterra, Irlanda y Escocia como Guillermo III.
Lo que comenzó siendo una unión basada fundamentalmente en razones dinásticas terminó siendo una unión fundamentada en la fe protestante contra el catolicismo de los demás poderes influyentes de la Europa continental, los muy católicos reyes de Francia y España y el emperador de Austria y Hungría. A la fe protestante y la aversión al catolicismo, que a diferencia de Irlanda, era común en Inglaterra y Escocia, se le añade que en los dos reinos unidos se desarrolla el empirismo en filosofía –Locke, inglés, Berkeley irlandés y Hume escocés–, se produce un gran desarrollo de las ciencias naturales y de la técnica, se ponen en ambos países las bases de lo que será la ciencia económica, y bajo el mandato del primer ministro de su majestad británica, el gran político Disraeli, se desarrolla el proyecto del imperialismo británico, proclamado como tarea del conjunto de la sociedad para evitar que la sociedad británica se dividiera en dos naciones, frase en la que nación significa tanto como clase, pues Disraeli se refería a los problemas de antagonismos y de desintegración que amenazaban a una sociedad sometida a los rápidos cambios demográficos y sociales a consecuencia del desarrollo del capitalismo industrial inicial.
En la historia más reciente, la que ha llevado al auge del nacionalismo escocés, es preciso tener en cuenta que este auge es muy reciente, que el Partido Laborista y los liberales tenían una representación muy superior a los nacionalistas hasta no hace mucho tiempo. Las leyes británicas aprobadas en Westminster, especialmente en lo que afectaban a la gratuidad de los estudios universitarios, fue lo que acabó con la mayoría de laboristas y liberales en Escocia.
Pero Escocia habla inglés, comparte una tradición religiosa, filosófica, científica de muchos años con Inglaterra, comparte la tradición imperial, contando los escoceses con una sobrerrepresentación en los territorios de ultramar, y comparten la ‘common law’, una forma de entender el derecho que los diferencia de la Europa continental que funciona con el derecho codificado.
De todos los países y de todos los sistemas se puede aprender. Los trasplantes automáticos de elementos sueltos a sistemas distintos al originario, causan profundos desajustes, especialmente cuando se trata de coger sólo un elemento, la posibilidad del referéndum, sin tener en cuenta las profundas diferencias de cultura, de tradición, de historia y de los sistemas políticos que como consecuencia se han ido desarrollando.
JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 31/08/14