Juan Carlos Viloria-El Correo

  • Mientras la aritmética de los escaños le pueda dar un voto más a Sánchez, no habrá líneas rojas

En una entrevista callejera de televisión, al hilo de la reciente consulta del PSOE a su militancia, una veterana del partido responde con desparpajo al periodista cuando le preguntan sobre Felipe González: «es de Vox, no está de acuerdo con nada de lo que dice el PSOE» Y cuando le recuerdan que Sánchez dijo que la amnistía era inconstitucional afirma: «Bueno, pues ahora ha dicho lo contrario y ya está».

Es un caso puntual pero concuerda con el hecho de que el 87% de los afiliados votaron afirmativamente para dejar a Sánchez las manos libres para pactar con los condenados por el ‘procés’, a pesar de que su líder les había advertido días antes respecto a la amnistía y la autodeterminación por ilegales y anticonstitucionales. Roto el bipartidismo imperfecto, el partido de Pedro Sánchez ha buscado formar con su izquierda más extrema y en el nacionalismo independentista el bloque de poder necesario, cabalgando sus contradicciones sin sonrojo y con arrogancia.

No importa vivir en la incoherencia. Y si para ganar hay que llamar ‘president’ al fugado Puigdemont y sentar al número tres de partido, secretario de organización, debajo de la fotografía del referéndum ilegal, pues no hay problema. Si hay que ordenar a la Fiscalía que cambie la calificación de terrorismo por desórdenes, solo tres días después de perder las elecciones, también. Si el partido que fue socialdemócrata, pero firme defensor de la economía de mercado, tiene que aceptar los presupuestos socialpopulistas de un Estado asistencial, intervencionista y de fiscalidad extractiva para garantizarse el apoyo de la extrema izquierda, lo supera sin pudor. Se va dejando a jirones las señas de identidad y modernidad que Felipe González, Solchaga, Solana y posteriores generaciones construyeron para europeizar y centrar al PSOE.

Alguien ha comentado que los militantes del PSOE creen que asintiendo a los bandazos políticos de Sánchez siguen siendo socialistas. Esa capacidad de adaptación al paisaje, por encima de la división de poderes, de la visión constitucionalista del régimen salido de la Transición le hace imbatible en la carrera a la Moncloa. La política de hacer de la necesidad virtud lo convierte en un partido volátil, pero flotante. Inconsistente y mudable, pero con poder. Bueno, en realidad, con Gobierno. El poder está en otras manos. En la nueva urdimbre de fórmulas de captar apoyos populares para frenar el desgaste también recurre a dos elementos esenciales, aunque destructivos para la economía y la convivencia: el endeudamiento temerario del Estado y el comodín del franquismo. Esa es la fórmula del éxito. Mientras la aritmética de los escaños le pueda dar un voto más, no habrá lineas rojas que no puedan ser superadas. Habrá investidura.