Jesús Cacho-Vozpópuli
Sorpresa. El martes 14, el diario La Vanguardia del Conde de Godó por la gracia de Juan Carlos I, que tanto cariño y tantos servicios ha rendido al nacionalismo catalán, publicaba una noticia cuyo titular rezaba tal que así: «Acuerdo del PDeCAT, Convergents, Lliga y Lliures para un nuevo partido liberal de centro«. Un partido liberal de centro catalanista, por supuesto, que, sin renunciar a la independentista, faltaría más, por primera vez rechaza la vía unilateral y acepta someterse a la ley, vale decir al mandato constitucional. La cosa no hubiera pasado del lanzamiento de una nueva formación política catalana, una más de las aventuras, casi siempre personales, surgidas de entre los restos del naufragio del «procés», si no fuera porque como cabeza del proyecto figura el PDeCAT, heredero de aquella Convergencia (CDC) que, a las órdenes de Jordi Pujol, gobernó la región casi desde la muerte de Franco y la condujo al callejón sin salida en la que hoy se encuentra tras el «éxito» del famoso «programa 2000» lanzado por el patriarca a primeros de los noventa.
Escindido en octubre de 2020 de la corriente mayoritaria del separatismo de derechas representada por Junts y su líder, ese estrambótico Puigdemont hoy convertido en una antigualla, el PDeCAT cosechó un estrepitoso fracaso en las autonómicas catalanas del 14 de febrero pasado, al no conseguir representación en el Parlament no obstante haber logrado 77.059 votos y, sobre todo, contar con una notable representación de alcaldes, más de 150, y concejales en esa Cataluña rural profundamente nacionalista. El batacazo colocó al partido liderado en sus inicios por Artur Mas, otro de los grandes responsables del hundimiento catalán, ante la necesidad de hacer examen de conciencia y abordar algunas dolorosas realidades. Como la obligación de respirar aire puro fuera del enloquecido mundo separatista, para recuperar un cierto grado de gobernabilidad y frenar la imparable decadencia de Cataluña. De la tarea se ha venido encargando en los últimos meses una mujer inteligente, cuyos pasos habrá que seguir de cerca en el futuro: Angels Chacón Feixas, secretaria general de PDeCAT y exconsejera de Empresa y Conocimiento con Quim Torra.
Chacón propone una formulación que supone una ruptura formidable con la línea estratégica tanto de Junts como de ERC basada en la confrontación directa con el Estado
Chacón ha venido monitorizando en los últimos meses los contactos con el resto de formaciones con la vista puesta en la creación de un nuevo partido, cuyo nombre se conocerá en enero, capaz de abrirse hueco electoral entre las dos grandes formaciones separatistas hoy enfrentadas (Junts y ERC) por un lado, y el PSC, por otro. Un partido «de centro liberal» que justamente este fin de semana tenía previsto concretar un ideario ideológico-político en forma de decálogo susceptible de ser asumido por todos. Como es fácil imaginar, la madre del cordero se llama nacionalismo, es decir, qué hacer con la independencia, cómo lidiar ese toro, cómo escapar del abrazo de una ideología al final de la cual solo hay violencia y miseria, cómo introducir la razón allí donde solo imperan los sentimientos. Dicho en términos políticos, como cerrar la puerta al totalitarismo y abrir una ventana a la democracia. Porque el de Cataluña es un problema de derechos individuales pisoteados. Un problema, que comparte con el resto de España, de calidad democrática.
Chacón viene hablando de «un gran espacio soberanista de centro que rechace populismos, que hable a los electores como personas adultas y huya de las demagogias». En el ámbito identitario, sostiene que «Cataluña tiene derecho a plantear su independencia» pero rechaza la unilateralidad de Junts. Obligada a matizar tras el acuerdo programático suscrito con las formaciones antes aludidas, asume que «los integrantes del presente pacto tenemos concepciones diversas respecto hasta dónde puede llegar el autogobierno, pero todos coincidimos en que cualquier opción en ese sentido solo puede producirse en el marco y cumplimiento del ordenamiento jurídico». Es decir, en el marco del cumplimiento de la Ley. Una formulación que a algunos podría parecer pacata, pero que supone una ruptura formidable con la línea estratégica tanto de Junts como de ERC basada en la confrontación directa con el Estado.
¿Tendrá éxito el intento de Chacón de abrirse paso en la selva de ese nacionalismo xenófobo y reaccionario que hoy apoya la izquierda española en bloque? Es verdad que el nacionalismo está viviendo sus horas más bajas, como el pasado día 9 ponía de manifiesto la encuesta del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales (ICPS) de la Autónoma de Barcelona, según la cual el 53% de los catalanes se manifestaban partidarios de la permanencia en España frente al 39% que declaraban lo contrario (comparado con el 51%-41% de hace justamente un año). Y más verdad aún es que la única encuesta inapelable, la última, la del 14 de Febrero pasado, puso de manifiesto que el bloque separatista (ERC, Junts, CUP, PDeCAT y otros minoritarios sin representación) obtuvo 1.452.103 votos, equivalentes al 25,8% del censo electoral catalán (5.624.061) o apenas el 18,6% de la población total de Cataluña (7.700.479 personas). Este es el dato irrefutable sobre el que nunca nadie habla o escribe porque desvela que entre las autonómicas de diciembre de 2017 y las de febrero pasado, el nacionalismo se dejó 11 puntos en la gatera al pasar del 37% al 25,8% del censo electoral. Esa es hoy su fuerza real.
Entre las autonómicas de diciembre de 2017 y las de febrero pasado, el nacionalismo se dejó 11 puntos en la gatera. Esa es hoy su fuerza real
Pero también es verdad que, dividido y con respaldo menguado, el nacionalismo sigue siendo el amo indiscutido de Cataluña, algo cada día más parecido a una mafia que maneja a su antojo el Presupuesto, que controla los medios de comunicación y fuera de la cual no parece haber vida aparente. Un nacionalismo más débil, pero también más violento y radicalizado que nunca, como ha puesto de manifiesto el episodio de Canet de Mar, con sentencia del Constitucional incluida que la Generalidad se ha manifestado dispuesto a desobedecer. El viernes, la web catalana Crónica Global publicaba una nota según la cual mientras el Govern endurece la inmersión monolingüe, los mandamases nacionalistas (González-Cambray, Plaja, Aragonès y Junqueras, entre otros) optan por llevar a sus hijos a colegios concertados o privados donde el catalán no es la lengua vehicular. Es la canalla que pone a sus hijos a salvo de los efectos de la inmersión y que ayer se manifestaba en Barcelona por el monolingüismo obligatorio y la exclusión del castellano, lengua mayoritaria en Cataluña, de la escuela y de la vida pública en general. Con el respaldo entusiasta de RTVE y el silencio criminal de Pedro Sánchez.
Naturalmente que este conflicto no va de lenguas, sino de derechos individuales mancillados. Lo cual nos lleva directamente a una de las cuestiones más lacerantes del momento, y es la constatación de que si el nacionalismo ha perdido fuerza en Cataluña, la ha ganado en el resto del país porque se ha colado de rondón en la Moncloa, forma parte del Gobierno de España, con ERC y EH Bildu convertidos en arbotantes capaces de sostener en la peana del poder al Sánchez de apenas 120 diputados, un lance que convierte en particularmente dramática la situación de esa mayoría de catalanes no nacionalistas, para quienes no hay perspectiva de cambio en el horizonte, y en especialmente peligrosa la crisis por la que atraviesa la democracia española. Hoy el separatismo manda en el Gobierno de España, con la aparente complacencia de los votantes socialistas y el apoyo unánime de la izquierda y sus medios de comunicación. Razón que explica que el señor Sánchez, ese presidente capaz de avergonzar a cualquier demócrata, no haya dicho esta boca es mía sobre el atropello de Canet.
Hoy el separatismo manda en el Gobierno de España. Razón que explica que Sánchez, ese presidente capaz de avergonzar a cualquier demócrata, no haya dicho esta boca es mía sobre el atropello de Canet
En este tenebrista contraste entre luces y sombras, ¿qué supone el intento de Angels Chacón de romper el cerco nacionalista? ¿Qué futuro, si alguno, cabe augurarle? Mis amigos catalanes sostienen que su suerte dependerá en buena medida de su capacidad para incorporar al proyecto a esa plétora de alcaldes y concejales que el PDeCAT mantiene a lo largo y ancho de la Cataluña profunda, allí donde no llega más alimento que la diaria alfalfa identitaria que expele TV3, impermeable como es a cualquier postulado de raíz liberal e ilustrada. Es difícil que en un entorno tan duro, tan cerrado, tan emocionalmente crispado, esos munícipes cambien de acera, permanentemente sometidos, además, a la presión de Junts, para enfrentarse a quienes desde el Govern manejan el circo independentista, con dineros y gabelas sin cuento. Es más difícil aún que se atrevan a perder su condición de «buenos catalanes» y a ser tachados de traidores.
Dependerá, al final, de la capacidad del nuevo partido para pescar en los caladeros electorales de Junts y ERC, para atraer a ese votante nacionalista de última hora que se siente exhausto, además de frustrado, ante el perpetuo engaño de los profetas de la independencia, perplejo ante el callejón sin salida al que la sinrazón separatista ha conducido a Cataluña. Lograr el voto de ese nacionalista que salió a la calle exultante en la Diada de 2014 y que luego se ha ido quedando progresivamente en casa. Dependerá también, en fin, del respaldo financiero que el nuevo partido logre de esa esquilmada elite económico-financiera catalana venida a menos. «Sé que hay mucha gente que añora volver a los ochenta, cuando se hacían buenos negocios y se ganaba mucha pasta; que ansía meter la broma del ‘procès’ en la caja de Pandora y cerrarla para siempre», asegura un empresario barcelonés. «Nostálgicos hay muchos, la inmensa mayoría, pero ¿hay alguien capaz de enfrentarse a Puchi y su mafia? ¿Alguien, a los amiguetes de Sánchez, los neofascistas de ERC? En la independencia aquí ya solo creen los hiperventilados. Los demás seguimos con el cuento del ‘peix al cove’ de toda la vida, que es la versión española del ‘come y calla’. Lo de Cataluña, lo sabemos bien, es solo una cuestión de dinero». Suerte al proyecto de Angels Chacón. Salga o no salga, un buen intento.