Ignacio Camacho-ABC
- La estructura moral y la madurez de una democracia también se miden en su capacidad de enfrentarse a su cara amarga
Hay episodios muy poco edificantes en los papeles de Manglano. El director del Cesid estaba obligado a guardar secreto y se llevó a la tumba lo que ocurrió bajo su mando pero dejó apuntados testimonios directos que escuchó en su despacho. Y no son honorables ni gratos: partidos financiados con dinero opaco, pagos irregulares a la Zarzuela, intrigas de poder, trazas inquietantes de terrorismo de Estado. El periodismo, espejo cotidiano de la Historia, tiene la obligación de publicarlos para que la sociedad conozca lo que sucedió en la trastienda del pasado inmediato. Creer que la Transición y su decurso felipista fueron procesos moralmente inmaculados es un ejercicio de ingenuidad rayano en el autoengaño. No existen saltos históricos impecables; la Revolución Francesa se forjó sobre una secuencia macabra de ejecuciones y asesinatos, los aliados masacraron ciudades alemanas enteras, los padres fundadores de la Constitución americana eran propietarios de esclavos. Resulta evidente que el éxito de la España contemporánea tuvo su lado sórdido, su envés antipático, sus zonas de sombra, y no pasa nada por aceptarlo.
Las notas de Manglano desvelan parte de ese cuadro turbio. Tratan de asuntos ante los que ninguna conciencia honesta puede sentir orgullo. Pero sucedieron y no hay ninguna razón para que permanezcan ocultos; la realidad está al margen del sentido de lo oportuno y es hora de asumir sin remilgos la ambigüedad de esa época de claroscuros. La consolidación de la libertad y la modernización del país eran un objetivo noble que encubrió muchas complicidades de las élites dirigentes con actos reprochables. Y aun así hubo políticos, empresarios, periodistas y militares que hubieron de afrontar responsabilidades penales que en algunos casos los llevaron a la cárcel. Pero nunca es tarde para que quienes salieron impunes se hagan cargo de su parte siquiera en términos memoriales. Porque el origen del actual desgaste del sistema y sus instituciones está en esas conductas irregulares.
Cada lector está en su derecho de cerrar o no los ojos. Lo que no puede hacer la prensa es esconder un relato noticioso porque resulte más o menos incómodo o se salga de un edulcorado canon histórico asumido por la mayoría con cierto pudor de asomarse hasta el fondo. Los cuadernos del espía en jefe han permanecido inéditos muchos años hasta que Fernández-Miranda y Chicote los encontraron e hicieron su trabajo: investigarlos y exponerlos, debidamente contextualizados, en conocimiento de los ciudadanos. Ahora corresponde a la opinión pública decidir si por razones pragmáticas prefiere vivir de espaldas a una información relevante sobre la etapa de gestación de la democracia. Sólo que una sociedad madura debería de poseer la suficiente confianza en su estructura moral para ser capaz de mirarse a sí misma a la cara y resistir unas cuantas verdades amargas.