UN RIDÍCULO COMO UN PORTAAVIONES

ABC-IGNACIO CAMACHO

La majadería política, con sus tabúes ideológicos mostrencos, desairada por la naturalidad festiva del pueblo

ESA cola de Guecho, la del portaaviones, no se veía por aquellos pagos desde que el Athletic paseaba la Copa en gabarra. La Copa, por cierto, del mismo Rey que da nombre a este buque de la Armada. El Rey que trajo las libertades que acogen a los herederos del legado etarra para que, junto al resto de los nacionalistas, puedan declarar no grata la estancia del navío en las aguas vascas. El nacionalismo pretende una sociedad tribal blindada, impermeable, refractaria, y en la lógica asfixiante de ese microcosmos cualquier referencia exterior debe ser rechazada. Su repudio a la estancia del Juan Carlos I no obedece a un supuesto pacifismo sobrevenido que nunca brilló cuando ETA asesinaba, sino a una mentalidad xenófoba, aislacionista, estanca. Lo que le molesta no es que se trate de un barco de guerra sino de un barco de guerra español, con toda su carga emblemática. Por eso la pregunta pertinente es qué pintaban los concejales del PSEPSOE suscribiendo esa repulsa sectaria con Bildu, PNV y Podemos, lo mejorcito de cada casa, y por qué el Gobierno ni siquiera se ha molestado en desautorizarla. Sólo la ministra de Defensa tuvo sucintas palabras para justificar la «normalidad» de una escala cuyo cuestionamiento no ha merecido la atención de la portavoz Celaá, a la sazón nacida en Vizcaya y siempre experta intérprete del hábito sanchista de defender al tiempo una cosa y su contraria.

Sin embargo conviene hacer caso a los proverbios: donde menos se espera salta liebre, dice la Biblia en verso. El atraque del portaaviones despertó una inopinada curiosidad civil por verlo. Miles de ciudadanos colapsaron el muelle de cruceros de Arriluce para conocer la ciudad flotante por dentro. Gente de la calle, familias corrientes, vecinos apacibles y discretos que no parecían inflamados de un particular ardor bélico. Probablemente muchos eran ajenos a la proclama hostil del Ayuntamiento, pero su espontáneo entusiasmo dominguero ha dejado a los ceñudos munícipes ante un desaire grotesco. Todo su recelo tremendista, su animadversión trufada de prejuicios majaderos, desembocó en una cifra de visitas de récord. La política, con sus mostrencos artefactos ideológicos y sus tabúes estrechos, ridiculizada por la naturalidad festiva del pueblo. Para los nacionalistas, una demostración más de que la realidad no se pliega a su cerrazón mental ni a su afán de enfrentamiento; para los socialistas de Guecho, otra oportunidad perdida de quedarse calladitos y quietos, al menos por respeto a la memoria honorable de sus propios muertos que creían en el Estado al que representa el Ejército.

Como ha recordado Santi González, hubo un tiempo en que el socialismo vasco, incluso las autoridades del PNV, rendían homenajes oficiales a la bandera de España y a la voluntad de convivencia que expresaba. Otra gente, otra época, otro concepto de la democracia. Maldita nostalgia.