Ignacio Camacho-ABC
- Feijóo asume una hipoteca estratégica. La de llevar de facto en su papeleta una candidatura de Abascal a la vicepresidencia
Para analizar con honestidad el acuerdo de gobierno en Castilla y León hay que constatar en primer lugar la evidencia de que la pírrica victoria de febrero no dejaba al PP más alternativas. La mano tendida del PSOE era ficticia y sin la abstención de Vox no salía una investidura en minoría ni con el respaldo de las heterogéneas candidaturas provincialistas. La otra opción, una repetición electoral que nadie entendería, constituía una apuesta directamente suicida. Sin embargo este estado objetivo de necesidad no evita que Feijóo vaya a inaugurar su mandato bajo una hipoteca de importancia decisiva que repercutirá en todas las elecciones de aquí a 2023, empezando por Andalucía y siguiendo por las autonómicas y municipales hasta terminar en unas legislativas con carácter de plebiscito sobre la etapa sanchista.
La coalición castellana va a condicionar al nuevo líder toda su estrategia. No porque deba pedir permiso ni aceptar la injerencia en su política de alianzas de un presidente que ha pactado con una recua de enemigos del sistema, sino porque a partir de ahora todos los votantes, de la ideología que sean, van a ver en su papeleta una candidatura ‘in pectore’ de Abascal a la vicepresidencia. Y eso suponiendo que se mantenga la actual correlación de fuerzas y no sea Vox el que crezca. Hay electores liberales -casi todos los huérfanos de Ciudadanos y muchos del propio PP- que no están dispuestos a apoyar un gabinete con el partido de la sigla verde bajo ningún concepto, y antes de hacerlo se irán a la abstención si no tienen otro remedio. De tal modo que el precedente recién abierto por Mañueco -se supone que con el visto bueno de quien puede concedérselo- amenaza con lastrar las aspiraciones de crecer por el centro.
Para disimular su descontento, los más optimistas de la nomenclatura popular buscan consuelo en la esperanza de que la responsabilidad institucional obligue a sus nuevos socios a limar las aristas más afiladas de sus planteamientos. Improbable porque entonces Vox dejaría de ser Vox, cuyo éxito se basa en sus rasgos enérgicos. Más bien es verosímil que le provoquen a Feijóo más de un incendio, o unos cuantos dolores de cabeza al menos. El pacto de ayer rompe la idea de avanzar hacia las generales cada uno por su cuenta y después ver si es necesario llegar a algún tipo de avenencia. Y además expone al PP al recelo de la mirada europea, toda vez que sus flamantes colegas se alinean con formaciones populistas o de ultraderecha en el Parlamento de Bruselas. Cada cual puede pensar sobre ellos lo que quiera pero en política funcionan, y de qué modo, las etiquetas.
Tan cierto es, pues, que con malas cartas no hay modo de jugar una buena mano como que el dirigente gallego estrena su andadura desayunándose un sapo con carita de agrado. Y es sólo el primero de los malos tragos que le esperan en su liderazgo.