CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO – EL MUNDO – 28/11/16
· Albert Rivera y Javier Maroto no dijeron nada en Twitter sobre la muerte de Rita Barberá. Es extraño, dada la cantidad de horas y de energía que uno y otro dedicaron a la desdichada alcaldesa desde que un juez la señaló por un presunto blanqueo de 1.000 euros, una acusación que el Tribunal Supremo iba a archivar. Maroto se destacó, quiso hacerlo, como la voz más clara, es decir más dura, del PP contra Barberá. Obcecada. Expedientable. En las antípodas de la ejemplaridad. En la cumbre de la indignidad. Vieja política. Insensible al clamor de las bases. ¡De la gente!
A Maroto parecía gustarle su papel de azote anticorrupción. Esos titulares: «Los renovadores del PP exigen…». Era una forma de reciclaje después del fracaso de la política pop de apertura al submundo nacionalista en el País Vasco. Hay que leer el post de Santiago González del 11 de septiembre de 2012. Ahí está, fiskeada, la entrevista en la que Maroto pone a su cariñosa peluquera proetarra como ejemplo del potencial electoral de un PP menos rocoso, más accesible, menos… San Gil. «Nuestro objetivo es tratar de desligarnos de un discurso que a lo mejor tiene demasiados años y presentarnos como una opción moderna y útil para la sociedad vasca». Moderna y útil. Los atributos sagrados. Los que Maroto esperaba que le fueran reconocidos a cambio de su contribución al auto de fe nacional. Y que sólo Barberá, ya quemada, se atrevió a discutirle cuando el Tribunal de Cuentas condenó a Alfonso Alonso y al propio Maroto a pagar 400.000 euros por su mala gestión en Vitoria: «Que se ocupe de su condena en lugar de ir a Eurovisión». Pop.
El silencio de Rivera también es espeso. El líder de C’s hizo del binomio Rita/Twitter un instrumento de captación de votos y presión al PP. Su time-line y el de su partido están salpicados de frases con el hashtag #RitaBarberá. Rita como símbolo de la putrefacción de los viejos partidos. Rita como testimonio del compromiso regenerador de C’s. Rita como justificación del veto a Rajoy. El miércoles, antes de que los forenses culminaran su trabajo y después de que Podemos exhibiera su abyecta coherencia, Rivera puso este tuit: «El respeto por los adversarios no nos hace cómplices de sus ideas o actos, nos hace simplemente humanos». Ya no estaba el hashtag, pero ahí seguía, empotrada en la palabra cómplice, la condena moral de la difunta. Una delincuente.
Hace un par de días, incómodo, Rivera afirmó que, «cuando una persona muere, no se pueden sacar conclusiones políticas». Se puede y a veces se debe: Rita Barberá es una víctima del populismo que ha contaminado gran parte del sistema español. Y el PP y Ciudadanos tienen una concepción igualmente equivocada de la modernidad.
Recuerdo bien aquel Congreso de Valencia de junio de 2008: papeletas sin sobre, urnas de metacrilato, cámaras delante de las urnas y espías de Génova en cada rincón. Era imposible votar libremente. Y en todo caso no había nadie alternativo al que votar. Ninguno de los críticos privados rompió en público. En ese ambiente nació el PP de Rajoy, del que Maroto es un prototipo. Si hay una idea que define a este PP sin ideas es que la verdad no es útil ni moderna. O, dicho al revés, que lo moderno y útil es el disimulo; un cierto relativismo; la aceptación táctica de la ficción ajena. Cuesta ver en el registrador de Pontevedra un posmoderno, pero a veces el temperamento suplanta la ideología.
El PP atribuyó su derrota de 2008 al abuso de la verdad: la oposición callejera al diálogo con ETA; la impugnación de la bilateralidad catalana; el realismo de Pizarro ante Solbes. Creyó que la verdad era incompatible con la victoria y decidió probar un camino distinto. La movilización contra el blanqueo político de ETA se disolvió en una pragmática aceptación de Bildu como animal de compañía. De recoger firmas contra un Estatuto inconstitucional se pasó a permitir la votación de un referéndum ilegal.
Y el gran mandato renovador de 2011 quedó reducido al ¡que viene Podemos! de 2016. El PP nacido en Valencia no ha construido, ni como oposición ni como gobierno, un proyecto alternativo al de la izquierda y el nacionalismo. Ha resistido, gracias a los errores ajenos, en un marco crecientemente definido por los dos antagonistas del sistema democrático: el secesionismo catalán y el populismo de Podemos. Pero la resistencia tiene secuelas, también psicológicas. La parálisis y el asedio han roto los lazos de amistad internos. En el PP lo que prima es la supervivencia personal. El desamparo de Rita Barberá es el clímax del marianismo. Un homenaje al vacío.
Dirigentes de Ciudadanos justifican la presión sobre Barberá en «la percepción de la gente» de que España es una ciénaga de corrupción: la indignación exige sacrificios; un justo por tres pecadores. Es una inmoralidad y un error. La política moderna, la útil, es precisamente la que no actúa a partir de percepciones sino de realidades. La que entiende que el big bang tecnológico ha alumbrado medios-buitre, que se alimentan de cadáveres presuntamente culpables. Lo he oído yo, sentada en el plató de una tertulia política: «¡Marchando otra de corrupción, que la competencia arrecia!». A esta suicida bacanal colectiva debemos contraponer un esfuerzo adulto, responsable y valiente por afirmar la verdad. Por rehuir lo binario. Por distinguir los grises. Por defender a los inocentes. Ésa es la nueva política. El antónimo del populismo. Y su antídoto.
El próximo 10 de febrero, los compromisarios del PP volverán a reunirse, esta vez en Madrid, para una nueva ceremonia de consagración del líder. Como en Valencia, sólo hay un candidato y es el mismo. Cinco días antes, Ciudadanos habrá clausurado su cuarta Asamblea General sin sorpresas. En estos tiempos de referendos bumerán y con el insepulto Sánchez haciendo disidencia por España, ¿quién se atreve a excitar a las bases? Ni el campeón de la democracia interna. Más relevantes, en todo caso, serán los debates teóricos y las propuestas de acción.
El rumbo. El PSOE –oh, Fernández– ha pactado con el PNV la legitimación del derecho a decidir. La vicepresidenta del Gobierno ha abierto despacho de (con)cesiones en Barcelona. Ciudadanos empieza a confundir el crecimiento electoral con la equidistancia ideológica. Y los tres aceptan el marco escatológico de Podemos. Es extravagante. Necesitamos partidos modernos y útiles, dispuestos a encarar la verdad en todos los ámbitos. La última prueba inversa es este tuit de Rajoy: «Mis condolencias al Gobierno y autoridades cubanas por el fallecimiento del ex presidente Fidel Castro, una figura de calado histórico». Castro era un criminal. Y Barberá, una inocente.
CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO – EL MUNDO – 28/11/16