POR DAVID LEMA -EL MUNDO
FRANCISCO SOSA WAGNER
Catedrático en Derecho Administrativo en la Universidad de León, fue miembro de la comisión de expertos que presidió Eduardo García de Enterría y que diseñó el modelo autonómico español. UPyD lo acusó de traidor cuando Sosa, el primer europarlamentario de la historia del partido, abogó por unir fuerzas con Cs.
Pregunta.– Donaires, trapacerías y prebendas en los claustros… ¿Cuánto de real hay en su novela?
Respuesta.– Las situaciones que aparecen son episodios de la vida diaria universitaria. Soy muy crítico con la situación actual, sobre todo, con el gobierno de la Universidad, que está diseñado con los pies. Esto de que los rectores sean elegidos por un colectivo que queda perfectamente controlado por quienes ostentan el poder… Echo en falta, por ejemplo, que exista un cuerpo de funcionarios técnicos que se encargue de su dirección, puesto que la Universidad es una empresa muy compleja. Ahora tenemos un gobierno de aficionados, eso sí, con muy buena intención.
P.– ¿El mito de la autonomía universitaria?
R.– Lo importante para el universitario es mantener la libertad de ciencia, de investigación, de cátedra, de expresión… En un país democrático y en un Estado de derecho estas libertades deben estar garantizadas. Pero los ciudadanos no exigen que eso se haga en el contexto de una organización autónoma, que depende del dinero público y que ha devenido en una organización burocratizada, en la que se reparten prebendas.
P.– Pero también habrá gente valiosa, ¿no?
R.– Una vez, en una tertulia, dije que los rectores no debían permanecer en el cargo más de un par de años. Y uno me contestó: «Así no podríamos cumplir nuestro programa electoral». Le respondí: «Precisamente por eso. Es lo que hay que evitar, porque normalmente es un disparate». Cierto que hay gente muy valiosa. Pero este sistema ha culminado en una endogamia… En estos momentos se están celebrado las pruebas –no las voy a llamar oposiciones, porque significaría que te opones a otro–, las pruebas públicas a titulares y catedráticos, en las cuales los miembros del tribunal están prácticamente seleccionados por el candidato. Los profesores van allí a entregarse.
P.– Así naufraga la credibilidad de los tribunales…
R.– En el caso de los tribunales de las tesis, hemos visto un caso extremo, el del presidente del Gobierno. Un tribunal de cinco miembros en el cual no hay ni un solo catedrático ni profesor titular de Universidad. Es una circunstancia rarísima. Normalmente al doctorando le interesa que lo juzguen personas con cierto prestigio en su gremio.
P.– ¿La sola sospecha de plagio desprestigia la tesis de Pedro Sánchez?
R.–En Alemania, cuando se descubre que hay posibilidad de plagio, son las universidades, al margen de lo que pueda ocurrir en la política (donde se dimite), las que abren una investigación, que de resulta puede producir la anulación del título de doctor. Aquí nos lo tomamos más a la ligera y que haya una coincidencia del 20% de posible copia nos parece poco. De todas formas, más que el plagio, que lo resuelven las formas que hay para contrastarlo, me sorprende la escasa calidad, el poco rigor a la hora de seleccionar quién juzgó esa tesis doctoral.
P.–Ayer se cumplió un año de la declaración de independencia por parte del Parlament. ¿Cómo ha evolucionado en este tiempo el conflicto catalán?
R.– La situación está peor. Porque se ha puesto de manifiesto que el problema catalán se ha enquistado y que no se puede solucionar sobre las fórmulas del Gobierno de Sánchez. Un sistema político democrático no puede basarse, tener como pilares, a quienes están en contra de ese sistema. Porque éste se desmonta o se desfigura. Siempre ha habido revolucionarios y yo estaría de acuerdo en cambiar el sistema político siempre que me digan hacia dónde vamos. Tenemos un sistema democrático con mil imperfecciones, con el que yo personalmente me identifico, pero no me importaría ir hacia otro más justo y con una democracia más perfeccionada. Pero explíquenmelo, traten de convencernos de que nos llevan a un sistema mejor. Los modelos que se ponen desgraciadamente ahora de moda en países como China, o en dictaduras donde hay un simulacro de democracia, como Rusia, no me parecen una forma mejor de la que tenemos.
P.– ¿Dice que la república catalana sería de esas dictaduras?
R.– Un nuevo Estado no puede construirse sobre el hecho de ignorar a la mitad de la población. Eso no tienen ninguna viabilidad. Y son conscientes de ello.
P.– ¿No cree que, al menos, el Estado de derecho ha demostrado que funciona?
R.– Eso sí. Por lo menos en lo que respecta al Poder Judicial ha funcionado. Lo que no funciona es el Poder Ejecutivo de allí. No advierten de que un gobierno y una administración se justifican porque prestan servicios a los ciudadanos. Y no dudo de que se presten en Cataluña, pero más por la inercia del funcionamiento de la propia Sanidad, de la Educación… que por otra razón. Porque desde luego sus esfuerzos se dedican a hablar siempre de lo mismo, cuando crear Estados nuevos no lleva a ningún sitio. Ahora estamos buscando unidades políticas de carácter más grande. Regionales. Nosotros contamos con la UE, un modelo que envidian los que no disponen de él. Caso de América Latina o Asia, que sueñan con ello. «Ustedes son un continente dividido por no sé cuántas lenguas y, sin embargo, son capaces de tener objetivos comunes y de parlamentar», me dijo una vez Michelle Bachelet, «pero nosotros estamos unidos (casi) por un solo idioma y hasta tenemos problemas fronterizos».
P.– Pero en el club europeo parece que los acuerdos son imposibles. Véase en materia migratoria…
R.– Si la política migratoria conoce los problemas que está conociendo es por los Estados miembros. Las instituciones europeas básicas, que son el Parlamento Europeo y la Comisión, han diseñado una política migratoria, lo que ocurre que los Estados no la siguen, y es el caso de España. A veces se imputa a las instituciones europeas lo que hay que imputarle a los Estados. Yo soy partidario de reforzar las instituciones comunes europeas: Parlamento, Comisión y Consejos de ministros. Sin embargo, no soy partidario del actual funcionamiento del Consejo Europeo, porque es una pieza que ha contribuido a perturbar mucho el funcionamiento de la UE. Su idea no fue concebida por los padres fundadores. Surge en los años 70, impulsado por Francia, como una organización o reuniones muy ocasionales para diseñar, digamos, grandes cuestiones. Mientras que en la actualidad resulta que los jefes de Gobierno y de Estado se están reuniendo cada 15 días o cada mes, descendiendo a tratar asuntos que no le corresponden, que les corresponden a los gobiernos, a sus ministros, etc., pero no a ellos. O funciona el Consejo Europeo o funcionan las instituciones, pero desde luego las dos cosas juntas no pueden.
P.– ¿Está roto el bloque secesionista catalán?
R.– Eso parece. Pero creo que no debe llevar a engaño. Está roto pero sabe contra qué o quién tiene que unirse. No nos dejemos llevar por ese señuelo de que puede haber un cambio como consecuencia de que se rompe. En las cuestiones sustanciales están de acuerdo y es muy importante saber que los secesionistas tienen un programa claro. A quienes faltan objetivos claros, a veces, es a la parte de enfrente. Eso que ahora llaman «el relato»… es lo que necesitan las fuerzas constitucionalistas, que sí están rotas, más que las otras. El PSOE está gobernando con sus compromisos, propios de un Ejecutivo, y eso está siendo muy perjudicial para la unidad del bloque constitucionalista.
P.– ¿Con compromisos se refiere a hipotecas?
R.– Hipotecas del Gobierno, evidentemente. Un sistema político no puede mantenerse sobre la base de personas que quieren socavar sus cimientos. No hay sistema político que lo resista, por fuerte que sea.
P.– En caso de una sentencia condenatoria contra los políticos secesionistas, ¿sería partidario del indulto?
R.– No. Si se mantienen las acusaciones, sea rebelión o sedición, estamos ante sentencias muy duras. El indulto es un residuo del Derecho Constitucional y hay que manejarlo con mucha prudencia. Y lo siento, por cierto, por el aprecio personal que tengo a Junqueras y Romeva. Pero, así lo veo yo, los dos han protagonizado un golpe de Estado y no se puede pasar página de algo tan grave, si así lo corrobora el juez.
P.– En sus memorias sobre la «traición a UPyD», es muy duro con Rosa Díez: «No quiere compartir su parcela –ridícula– de poder con nadie. Si con ello padecen las ideas que se defienden, peor para las ideas». ¿Cree que el votante puede comprender tal grado de disidencia?
R.– No lo sé, la verdad. En 2014 sacamos cuatro diputados y Cs, dos. Y ambos logramos entrar en el grupo liberal. A mi lado, por ejemplo, estaba Javier Nart, ¡pero no podía ponerme de acuerdo con él en nada! Y eso me parecía un disparate. Además, en Europa nos insistían en que, a efectos de hacer política dentro del grupo liberal, si fuéramos seis tendríamos mucho más peso. Entonces, a mí, que no pertenecía a la dirección de UPyD, se me ocurrió decir: ¿por qué no os ponéis de acuerdo? Se armó un lío tremendo y como yo no he vivido de la política me marché del Parlamento, cosa que no ha hecho nadie jamás.
P.– Las respuestas fueron muy duras. Martínez Gorriarán lo acusó de haber ocultado información sobre los ingresos de su oficina en Bruselas: «Entonces (Sosa Wagner) se unió al coro de los partidarios de unirse a Ciudadanos cuando llevaba rechazando la idea desde que entró en política».
R.– Un disparate. Pero tampoco le hice mayor caso. Desgraciadamente, estas cosas son normales en la política. Mi obsesión era hacernos fuertes en Europa.
P.– ¿Cs puede ser su vuelta a la política?
R.– No. Mi relación con Cs es de amistad, en primer lugar, con Albert Rivera. Y luego con determinadas personas como Fernando Maura, Juan Carlos Girauta, Nacho Prendes… Me honran con su atención a determinadas cosas que les digo. Pero ya le he dicho muchas veces a Rivera que yo ya he hecho la mili.
P.– Muchos expertos sostienen que la solución al problema catalán pasa por una reforma de la Constitución, pero pocos ofrecen medidas concretas…
R.– Una reforma de la Constitución, ya no digo entrar en un proceso constituyente, algo impensable, exige el acuerdo de los protagonistas políticos. Los sistemas democráticos exigen que sus protagonistas crean en los mismos elementos básicos, aunque luego difieran, lógicamente, en asuntos circunstanciales. ¿Qué ocurre en España? No hay una creencia común en las cuestiones básicas. Eso hace que el sistema esté muy deteriorado y sea muy tambaleante, por eso lo contemplamos con extraordinaria preocupación. Un 30% del Congreso o está en contra de la Constitución, o en contra del Estado o en contra de la Monarquía… La creencia común es básica. Todos los católicos, curas y no curas, creen en el credo. Lo que dice el credo hay que creérselo. Para reformar la Constitución hay que creer en ella y en el Estado. Y ya no digamos si lo que se plantea por medio es la monarquía, la república… Plantear eso ahora es llevarnos a una discusión… como si no tuviéramos problemas serios suficientes.
P.– ¿No se puede defender la CE y no la Monarquía?
R.– Yo creo que no. Soy monárquico, de esta Monarquía. Creo que se trata de un sistema que ha dado sus frutos y que en España nos ha permitido salir de la dictadura. Respeto tanto la figura de Don Juan Carlos como la del Rey. Dos personas a las que ahora se las critica mucho. Pero la responsabilidad de Don Juan Carlos como gobernante constitucional, la de haber incorporado a España a los países democráticos, es un haber que él tiene y nadie lo puede discutir. Y lo mismo si me refiero a Felipe VI, quien, por cierto, pronunció un magnífico discurso en fondo y forma en Oviedo, en la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias. Es un personaje del que nos podemos sentir orgullosos.
Asiduo colaborador de prensa, otras de sus obras son ‘El Estado fragmentado. Modelo austro-húngaro y brote de naciones en España’ y ‘Cartas a un euroescéptico’. Su novela ‘Es indiferente llamarse Ernesto’ fue merecedora del Premio Miguel Delibes.