Ignacio Varela-El Confidencial
El PSOE espera llegar con la aureola victoriosa de haber sido el partido más votado en las generales, y, por tanto, con Sánchez como primer candidato natural para la investidura
Salvo sorpresa monumental, esta mañana el presidente del Gobierno anunciará la convocatoria de elecciones generales para el 28 de abril (aunque hay quienes no descartan del todo que, finalmente, decida concentrar todas las votaciones pendientes a finales de mayo).
En realidad, no hay gran diferencia entre una y otra fecha. Quienes hayan elegido el 28 de abril para las generales han estudiado minuciosamente el calendario y saben lo que hacen y para qué lo hacen. En lo que se refiere a la negociación de los gobiernos, la situación será exactamente igual que si se hubiera optado por el 26-M. En la práctica, el tracto temporal equivale a un superdomingo en diferido: dos votaciones, pero un único reparto del poder.
El PSOE espera llegar a esa sesión con la aureola victoriosa de haber sido el partido más votado en las generales (y por tanto, con Sánchez como primer candidato natural para la investidura). Con la derecha fragmentada en tres porciones y Podemos en descenso, eso está prácticamente garantizado: el resultado que obtuvo el PSOE en 2016 (23%) sería suficiente para encabezar el pelotón.
En la jornada constitutiva se elegirán las mesas de ambas Cámaras. Ese será el primer pacto político de la legislatura. Si los actuales componentes de la coalición Frankenstein tienen votos suficientes en el Congreso, los sindicarán para asegurarse el control de la Mesa, aunque negando cualquier compromiso previo de los independentistas para la formación de Gobierno. Así, Sánchez se apuntaría un segundo éxito simbólico (el primero habría sido la victoria electoral), aplazando unos días el coste de incorporar el secesionismo a su mayoría de gobierno.
Con la derecha fragmentada y Podemos en descenso, está prácticamente garantizado: el resultado del PSOE en 2016 sería suficiente
Si los tres partidos de la plaza Colón tuvieran fuerza para elegir la Mesa, también la usarían. Los remilgos riverianos no impedirían que, a pocos días del 26-M, la izquierda se volcara entonces en movilizar reactivamente su espacio electoral, agitando el espectro de un pacto para meter a Vox no solo en el Gobierno de España sino también en los de los ayuntamientos y las comunidades autónomas.
Podría darse la circunstancia extravagante de que Sánchez, habiendo llegado al poder sin ganar unas elecciones, saliera de él cuando las gana. En todo caso, es materialmente imposible que pueda haber una investidura antes del 26 de mayo. Cualquiera que haya sido el resultado de las generales, se llegará a esa fecha con un Gobierno en funciones y sin un acuerdo visible y consumado.
Los partidos esperarán a tener todos los resultados electorales sobre la mesa antes de dar pasos que los comprometan. Solo entonces comenzarán seriamente las negociaciones. Y serán en paquete: todos los gobiernos en el lote, unos condicionados por otros y todos ellos por el conjunto. Se hablará a la vez del Gobierno de España, del de Castilla-La Mancha y del Ayuntamiento de Burgos, en un gigantesco zoco negociador en el que se intercambiarán gobiernos como si fueran cabezas de ganado.
Exactamente lo mismo que sucedería con el superdomingo. Tendremos una votación partida en dos momentos pero, en la práctica, un solo reparto de poder. De todo el poder. Lo que, obviamente, fortalece a los aparatos centrales de los dos grandes partidos, que tendrán muchas más piezas con las que comerciar.
Con este calendario, Sánchez busca una posición ventajosa para él en varios planos. Por un lado, situando en primer lugar la votación que cree más favorable. No solo por subirse inicialmente a lo alto del podio; también porque es grande la probabilidad de que, en muchas circunscripciones pequeñas, el PSOE quede como primer partido provincial (lo que tendría efectos drásticos en el Senado) y Vox fuera del reparto de escaños. Hay más de 30 provincias en las que el partido de Abascal, con porcentajes entre el 10% y el 15%, no obtendría ningún diputado. Cerca del 60% de sus votos podrían resultar inútiles.
Una negociación entrelazada de todos los niveles del poder restringe severamente la autonomía de los territorios para buscar pactos alternativos
Además, separando ambas citas, Sánchez parece dar una satisfacción a sus barones pero, en realidad, los encadena. Una negociación entrelazada de todos los niveles del poder restringe severamente la autonomía de los territorios para buscar pactos alternativos por su cuenta, y achica el campo a los partidos, como Ciudadanos, que esperaban poner en práctica un plan de acuerdos de geometría variable.
Casado y Sánchez se han entendido sin necesidad de hablarse. Nada de equidistancias, transversalidades, devaneos poligámicos en los territorios o carambolas a varias bandas. Nos jugamos el todo o nada a una sola mano, sin términos medios. La ley de hierro de esta doble elección está clara: Frankenstein o Colón. El hecho de que ambas coaliciones resulten tóxicas para el país y peligrosas para la democracia importa poco.
Es la nueva y más nociva variante de la estrategia binaria, polarizadora y divisiva que comparten los líderes del PSOE y del PP. Del bipartidismo simple, al bipartidismo complejo. La autodestrucción del espacio constitucional como territorio de entendimiento y valladar frente al nacionalpopulismo nos aboca a tener que elegir entre Frankenstein con Sánchez o Colón con Casado. Es la penúltima calamidad que debemos a los insurrectos de Cataluña: nosotros iremos a la cárcel, pero os vamos a dejar España hecha unos zorros. Van camino de conseguir las dos cosas.