ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN
Sánchez ha establecido un precedente peligroso implicando a nuestra Armada en el juego del Open Arms
UN buque de la Armada española navega rumbo a Sicilia con la misión de recoger a un grupo de inmigrantes ilegales rescatados de forma irregular en el Mediterráneo por un barco presuntamente entregado a labores humanitarias que opera incumpliendo la legislación vigente al carecer del permiso indispensable para realizar esa labor, según reconoce la vicepresidenta Carmen Calvo. No es el guión de una película de Berlanga, no. Es la realidad de una España huérfana de gobierno y sujeta al capricho cambiante de un presidente interino, cuya incompetencia manifiesta únicamente es superada por su soberbia infinita.
Pocos casos atestiguan como el del barco Open Arms la incapacidad de Pedro Sánchez para gestionar una crisis de calado, como ésta, que en última instancia habrán de resolver los tribunales, tras la denuncia presentada por Vox. Primero miró hacia otro lado. Después, ofreció Algeciras como puerto de desembarque al patrón de esa nave de brazos abiertos tan providencial y frecuentemente útil a las mafias que trafican con seres humanos a los que tienen por costumbre conducir no muy lejos de donde ella surca el mar en ese momento. Acto seguido, trocó Algeciras por Palma de Mallorca, es de suponer que por razones de proximidad. Y, finalmente, ordenó zarpar de Cádiz al Audaz, con toda su tripulación, a fin de brindar un servicio especial puerta a puerta a un capitán tan «solidario» como remiso a llevar él mismo a sus rescatados hasta nuestras costas, alegando falta de seguridad.
Y es que la actividad de Óscar Camps, nombrado Catalán del Año en 2016 en una ceremonia presidida por el mismísimo Puigdemont, tiene mucho más que ver con la política y el interés que con la entrega al prójimo. Labor humanitaria hacen los misioneros que cuidan desinteresadamente a enfermos de ébola en África. Lo de Camps es harina de otro costal. Camps se hace a sí mismo una publicidad constante, hábilmente aprovechada después para favorecer sus negocios de salvamento remunerado con dinero público en las costas de Cataluña, Baleares y Valencia, a cargo de trabajadores que se han visto obligados en el pasado reciente a declarar una huelga indefinida para protestar por unas condiciones laborales abusivas. Al supuesto activista de los derechos humanos le preocupa mucho más dañar la imagen del ministro italiano del Interior, Matteo Salvini, y con ella la de su partido, la Liga Norte, que salvar las vidas de sus auxiliados. Solo así se entiende su obstinación en transportar a Lampedusa ese terrible cargamento de náufragos abandonados por los traficantes de esclavos que se lucran con su miseria, en lugar de cumplir las leyes del mar y dejarlos en el puerto seguro más cercano que ofrecían Túnez y Malta. El Open Arms quería obligar a Salvini a hocicar públicamente, utilizando como munición a esas gentes desesperadas que se juegan la vida en travesías infernales hacia Eldorado europeo después de haber empeñado el alma para pagarse el pasaje. También Salvini está jugando su propia partida política a su costa, desde luego. Al igual que Sánchez, cuya súbita recuperación de la conciencia humanitaria desprende un tufillo electoralista imposible de ocultar. Aquí todos hacen sus propios cálculos, ajenos por completo al bienestar de esas desgraciadas víctimas de la explotación de los negreros del siglo XXI, abocadas a engrosar las filas de indocumentados que vagan por las calles de Europa sin trabajo legal ni esperanza de encontrarlo, toda vez que la Unión ha fracasado con estrépito en la resolución de este drama. Esta vez, no obstante, el presidente español ha traspasado la raya y establecido un precedente especialmente peligroso implicando a nuestra Armada en ese tejemaneje asqueroso.