PELLO SALABURU, EL CORREO 16/01/13
· ETA ha sido derrotada. Y ante ese panorama, el sector que la ha apoyado históricamente, la mayoría de quienes se manifestaban ante nosotros, ha buscado otras vías de actuación política porque no le ha quedado más remedio.
En la noticias de las 7 de la tarde, la locutora de Radio Euskadi indicó que «cientos de miles» de personas se estaban manifestando por las calles de Bilbao. Los organizadores rebajaron el número, al final de la marcha, e indicaron que se habían superado los 110.000 del año anterior. En cualquier caso, era mucha gente, muchísima gente, la que se juntó en la ciudad, aunque bastante menos de la que se quedó en casa tomando el café untado con los restos del roscón de Reyes. Salvo que Rajoy nombre ministro del Interior a algún miembro de Sortu, no hay razones objetivas que nos lleven a pensar que la situación vaya a cambiar mucho en los próximos meses. Lo más probable es que el año que viene haya otra manifestación más de este tipo, que Bildu siga hablando de proyectos y presupuestos mientras pasea su playeras por las lujosas moquetas de la Diputación de Gipuzkoa o del Ayuntamiento de San Sebastián, y que los presos –colectivo cuyas condiciones quieren mejorar– sigan donde están desde hace muchos años: en la cárcel. Salvo los que vayan saliendo en silencio, tras haber cumplido condena.
a manifestación, al hilo de lo leído, visto y escuchado en los medios, me sugiere distintas reflexiones. Tengo la impresión de que nos hallamos ante un rito que la llamada izquierda radical activa de vez en cuando para mantener prietas las filas y hacer creíble lo que no lo es tanto. Sin duda, muchos de los asistentes, probablemente la mayoría, acuden porque quieren ver a los presos cerca de casa, si no directamente en la calle. Asisten otros muchos, también, como quien va a la romería: ¿toca manifestación hoy? Pues perfecto, vamos allá. Esos también suman. Cuando veía las fotos me preguntaba cuántos de ellos han acudido en alguna ocasión a una manifestación de condena por los crímenes de ETA, cuántos de ellos se habrán preguntado por la desazón sufrida por muchas familias que han visto morir a alguien cercano por la explosión de una bomba. Cuántos se habrán preguntado por el sinsentido de lo que ha sucedido aquí durante años. Seguramente una minoría. Muchos de los que se manifestaban el sábado han sentido justo lo contrario –«un conflicto lamentable», se han dolido, eso sí–, cuando no han participado directamente en las algaradas o nos han escupido a la cara.
Y, sin embargo, utilizan el talismán mágico de la palabra para justificar su asistencia: los derechos humanos. Hay que traerlos a casa en nombre de los derechos humanos, y porque es un clamor social. Es evidente que no hay ningún clamor, pero ellos lo ven así, porque confunden el deseo de esos miles de personas con el deseo de la sociedad, que está, por desgracia para ellos, a otras cosas. Es evidente también que los presos tienen el derecho a un trato digno, y que la ley se debe cumplir en los términos en que esté redactada. Pero el derecho humano básico y por excelencia, el derecho a la vida, se ha conculcado aquí en cientos de ocasiones, y eso ha sucedido con la intervención directa o indirecta de los presos cuyos derechos reclaman ahora, y con el aplauso de quienes exigen su vuelta. ¿Qué pasa, que antes no había derechos? ¿O es que el cambio y los enormes pasos que han dado consisten en eso, en reclamar derechos de forma selectiva? Lo que es aún peor: ¿Cuántos de quienes se manifestaban siguen pensando lo mismo que pensaban hace unos años años? Seguramente, también y por desgracia, la mayoría. Esta es, por supuesto, una elucubración, pero los datos me inclinan a pensar que es una elucubración muy bien fundamentada.
ETA ha sido derrotada. Vamos a dejarnos de mandangas, no hay nada más. Y ante ese panorama, el sector que lo ha apoyado históricamente, la mayoría de quienes se manifestaban ante nosotros, ha buscado otras vías de actuación política porque no le ha quedado más remedio y ha visto cerradas el resto de las puertas. Pero no hay atisbos de cambio, no hay ninguna señal que indique un poco de arrepentimiento, un poco de reconocimiento de que aquello que se hizo y que se apoyó en su día era un camino devastador para el país. No hay señales que muestren que ha habido equivocaciones. Nada. Nada que no sea un lenguaje críptico y etéreo (con lo claritos que son para otras cosas) embadurnado con términos como ‘conflicto’, ‘comprensión’, ‘tiempos nuevos’, ‘pasos’, etc. Es verdad, estamos ante un tiempo nuevo: ya no hay ETA. ETA se ha visto obligada a su desaparición dejando un reguero de sangre sobre el que ningún militante y muy pocos manifestantes han sentido piedad.
El tema de los presos es un problema de esta sociedad. Pero es un problema, sobre todo, para quienes montan organizaciones pensando que apretando las filas van a conseguir algo. Cuando la sociedad observa perpleja que en ese mundo no hay una reflexión sobre lo sucedido, una reflexión que sintonice un poco con lo que la gente normal ha pensado y está pensando, una reflexión que tenga como ingrediente el sufrimiento de las víctimas; cuando nada de eso sucede, sus intentos para envolvernos en impulsar las soluciones que propugnan van a tener muchas dificultades. Yo quiero a los presos cerca de sus familias, y quiero buscar aquellas vías que fomenten el entendimiento, la paz y la cohesión social, pero me temo que como no se produzcan cambios mucho más sustanciales en ese mundo, la cosa está aún verde. Y tampoco parece que los presos –que tienen dónde mirar– estén por la labor, lo cual complica aún más las cosas. Se las complica, sobre todo a los propios interesados. Supongo que en algún momento se darán cuenta.
PELLO SALABURU, EL CORREO 16/01/13