Una bala al aire

ABC 27/01/14
IGNACIO CAMACHO

· Rajoy eligió para pronunciar un discurso formidable el día de la semana con menos impacto en la opinión pública

EL presidente del Gobierno pronunció el sábado en Cataluña el discurso que se espera de un presidente del Gobierno en Cataluña. Tal vez fuese además en el caso de Rajoy uno de los mejores de su carrera. Se le entendió todo y se le entendió bien. Hizo pedagogía política –ya es hora de que alguien desmienta la falacia soberanista de confundir la democracia con los votos: democracia son votos y ley, o votos dentro de la ley–, definió los límites de la soberanía y de la autonomía y exhibió sin remordimientos un patriotismo constitucional digno, abierto e integrador. Con claridad jurídica, lucidez mental y coraje político disipó ambigüedades, fijó posiciones, desarmó victimismos y desmontó tópicos. Quizás haya tardado mucho en decidirse pero al fin dijo lo que era necesario decir. Fue el discurso de un presidente de todos los españoles que cualquier español podría suscribir al margen de su ideología.

Sin embargo, y por alguna razón vinculada a la dificultad gubernamental para la comunicación política –que no es lo mismo que la política de comunicación–, ese discurso imprescindible fue pronunciado en un día inadecuado, la fecha semanal en que menos repercusión puede tener. En cierto episodio de «El ala oeste», esa serie americana que constituye un monumento al liderazgo emocional, un personaje define el sábado como «el día de la basura», el momento ideal en el que las decisiones antipáticas pueden pasar más inadvertidas por la falta de masa crítica en los medios. Traducido a la España de hoy, los fines de semana no hay tertulias radiofónicas ni televisivas para amplificar el eco mediático; los informativos rebajan su audiencia y los lectores de periódicos tienen un perfil más familiar y una actitud poco proclive al debate. Se dan las circunstancias menos propicias para la creación de un marco de opinión pública en el que los mensajes se multipliquen y adquieran la penetración social que les otorga centralidad y los vuelve influyentes.

En cierto modo este gran discurso marianista ha caído en el vacío sociológico de un país entregado al ocio sabatino y dominical, al jogging, a las compras, al fútbol, al turismo y al cine. El presidente ha disparado su mejor bala al aire de un día de esparcimiento, cuando la sociedad desactiva su atención en el debate político. El pasado lunes, con toda la agenda informativa a su disposición, desperdició una entrevista televisada en prime time, y el sábado se tapó a sí mismo una declaración decisiva, formidable, con un calendario y un timing mal diseñados. Quería hacerla en Cataluña, claro, pero el jefe del Gobierno puede y debe elegir la planificación de sus viajes para que el efecto de su presencia alcance el mayor impacto posible. Y el conflicto catalán, que el nacionalismo alimenta con pasión contumaz día tras día y hora tras hora, exige algo más de dedicación que los fines de semana.