Una banda terrorista y un gobierno estúpido

El atentado no sólo ha cogido al Gobierno a contrapié, sino que ETA ha jugado con la insondable estupidez gubernamental, empeñado en que la banda y Batasuna eran algo distinto que terroristas. Un día después de la enésima proclama triunfalista de Zapatero sobre la buena marcha del «proceso», ETA no sólo lo ha volado, sino que ha puesto en ridículo al Gobierno.

Seguramente habrá buena gente que se haya sorprendido por el salvaje bombazo de ayer, con el que ETA casi derriba la flamante terminal T-4, pero el Gobierno de Zapatero no tiene ningún derecho a la sorpresa ni a mostrarse decepcionado por un atentado que no sólo acaba definitivamente con las ilusiones del «alto el fuego» de los terroristas, sino que, sobre todo, era un suceso previsto y razonablemente explicado por muchos de nosotros. Sin embargo, es un hecho que ETA ha sorprendido al Gobierno; según Rubalcaba, no podían calcular que esto pudiera ocurrir. Y en efecto, de otra manera no se comprende la rueda de prensa del presidente Zapatero del día 29, con su infame equívoco entre atentados y «accidentes mortales», ni tampoco la sucesión de disparatadas exculpaciones de ETA de Mezquida -la banda no se está rearmando- y Rubalcaba -el zulo lleno de explosivos es sólo un «proyecto»-. Ya sería escandaloso si ambos fueran sólo políticos sin cargo, pero es que semejantes dislates vienen del jefe de las fuerzas de orden público y de su superior, el ministro del Interior (¿por cuánto tiempo?).

Así pues, es indudable que el atentado no sólo ha cogido al Gobierno a contrapié, sino que ETA ha sabido jugar con lo que sólo cabe calificar, en buen castellano, como la insondable estupidez gubernamental, empeñado en que la banda y Batasuna eran algo distinto a los que todos sabemos que son: terroristas. La banda ha escogido el día siguiente de la triunfalista enésima proclama de Zapatero sobre la buena marcha del «proceso» no sólo para volarlo, sino para poner en ridículo al Gobierno. Otro pronóstico desdichado. Han sido Zapatero, sus personas de confianza y el poderoso y extenso círculo de sus turiferarios -una facción de la clase mediática no menos inepta que su correspondiente política- quienes se han empeñado en luchar contra los hechos evidentes antes que contra los terroristas, en llamar «enemigos de la paz» (y amigos a tipos como De Juana Chaos) a quienes advertían de los errores y pedían, por lo menos, un poco de sensatez. Pero si un comando etarra se ha colado en Madrid con una furgoneta llena de explosivos es porque el Gobierno estaba convencido de que tal eventualidad era imposible, pues habrían verificado la voluntad de continuar el proceso de «la otra parte». La mendacidad del lenguaje ha sido perfectamente proporcionada a su desprecio del pensamiento racional y el sentido común.

Al Gobierno sólo le quedan dos caminos. Uno, empeñarse en que sólo ha sido un accidente y que el proceso debe continuar porque es una oportunidad histórica; se invocarán al respecto «accidentes» comparables en la larga negociación entre el IRA y los británicos. Al fin y al cabo, parece que -a falta de conocer qué ha sido de dos desaparecidos- nadie ha muerto, y si hubieran muerto quizás podrían considerarse víctimas accidentales. El otro camino consiste en tirar la toalla en su inútil pugna contra la realidad, abandonar la propaganda sedante y volver a la política del pacto antiterrorista. Altamente improbable, porque implicaría dar por fracasado casi todo lo hecho por el Gobierno y el PSOE en los últimos años. Y porque a estas alturas, ¿quién puede creerse que Zapatero y sus huestes puedan liderar esa estrategia? Rubalcaba se ha limitado a condenar los hechos, a mostrarse engañado y a anunciar que «diálogo y violencia son incompatibles en la democracia». Pero eso ya nos lo había dicho en cada «accidente» anterior, de la invasión de Aritxulegi al robo de las 300 pistolas, pasando por la voluntariosa ignorancia de la extorsión y la «kale borroka». Es decir, que las cosas seguirán igual si nadie lo remedia. Sin duda, 2007 va a ser un año muy penoso.

Carlos Martínez Gorriarán, ABC, 31/12/2006