RUBÉN AMÓN-El Confidencial
- El líder del PP tiene dos problemas: negarse a aceptar que su partido debe seguir pagando la factura de la corrupción y subestimar las verdades que puede probar el despechado Bárcenas
Lo demuestra el juicio que se inaugura este lunes, un reflujo de la Gürtel que dirime la irregularidad de las obras realizadas en el propio edificio. Parecen haberse sufragado con dinero B. O con la “contabilidad extracontable” que Luis Bárcenas gestionaba en su garito de la sede popular, repartiendo fondos y corrompiendo a empresarios en una ficticia estrategia de impunidad.
El nuevo PP se asienta en los fundamentos del viejo PP. Y es posible que Pablo Casado haya emprendido un honesto proceso de catarsis, una limpieza de personal, una purga ejemplarizante, pero resulta ingenuo y temerario a la vez ensimismarse en un ejercicio voluntarista de pureza, como si la basura pudiera eliminarse con la pujanza de un relevo generacional.
La Gürtel se le ha presentado al nuevo presidente de manera extemporánea. Y es verdad que no coinciden los tiempos judiciales con los políticos, pero semejante divergencia no implica que el PP ‘moderno’ deba sustraerse a las fechorías del pasado ni pueda distanciarse de ellas. Se trata de encarar la herencia, los números rojos. Y de asumir que las eventuales sentencias condenatorias tanto definen el rango penal de los corruptos como comprometen la reputación del PP. Se juzga a unas personas. Se juzga a un partido. Se juzga un sistema.
No basta romper retóricamente con el pasado para evitar la resaca y sus consecuencias. La ‘tabula rasa’ exige una prórroga de la expiación. El PP contemporáneo debe seguir pagando por la corrupción sistémica, gestionar la responsabilidad de las atrocidades pretéritas, más todavía cuando el juicio pone en entredicho la salubridad de la sede de Génova y cuando Javier Arenas, estrella de los papeles de Bárcenas, compadre de Aznar y de Mariano, conserva su asiento en el Senado a semejanza de un espectro que malogra la enfática depuración del joven cachorro.
El PP contemporáneo debe seguir pagando por la corrupción sistémica, gestionar la responsabilidad de las atrocidades pretéritas
El pasado es el presente en la medida en que se convierte en argumento de actualidad. No solamente por el fango judicial que se amontona, sino porque la comisión parlamentaria prevista en el Congreso trastorna el esfuerzo terapéutico del nuevo PP. Podrá decirse que los populares ya pagaron el altísimo precio de una moción de censura. Y que el fantasma de la corrupción se llevó por delante a Mariano Rajoy, pero el rebrote informativo-judicial de las corruptelas y la investigación paralela que se ha organizado en la sede parlamentaria tanto convocan el aquelarre de Génova como predisponen la gloria de la coalición en el poder. Ya se ocuparán Sánchez y sus costaleros de recordar la oportunidad del cambio de guardia en la Moncloa. Y de recurrir a la corrupción del PP no ya como lastre y castigo de la era Casado, sino como argumento absolutorio del sanchismo. Sánchez traslada el mensaje de su propia idoneidad. Los papeles de Bárcenas y otras derivadas nauseabundas favorecen la crónica de su providencialismo. Y le permiten esconder sus propias negligencias gracias a la danza macabra del extesorero.
En este contexto de fantasmas y de fantasmones, la estrategia de Casado es evidente, pero no necesariamente clarividente. Se trata de inculcar en la opinión pública el inicio de un periodo de integridad. Y se trata de neutralizar el efecto Bárcenas insistiendo en la escasísima credibilidad del extesorero. La palabra de Luis, es verdad, no tiene demasiado valor, pero puede recuperarlo en cuanto las pruebas, grabaciones y documentos acrediten los detalles más escabrosos de la trama, especialmente si llega a probarse la complicidad de Aznar y de Rajoy. Que son la X de una trama vomitiva. Y que no se enteraban de nada pese a ocupar el despacho cenital de Génova 13.
Bien haría Casado en otorgar verosimilitud al despecho de Bárcenas y en precaverse de cualquier iniciativa solidaria hacia los patriarcas del PP que pueda luego sepultarlo. Y bien haría en aceptar que la expectativa de un partido honesto y pulquérrimo exige un periodo de castigo en el purgatorio. El tesorero siempre llama dos veces.