IGNACIO CAMACHO, ABC – 13/05/15
· La movilización del 15-M pretende instrumentalizar el día de reflexión en apoyo del ideario de un contendiente electoral.
Hace cuatro años el movimiento 15-M era una expresión más o menos espontánea de hartazgo ciudadano contra el colapso de las instituciones, la esclerosis de los partidos y el fracaso de la política convencional. Una sacudida de protesta inspirada en una mezcla de postulados antisistema, idealismo altermundista y reliquias utópicas de mayo del 68. Pero hoy esa corriente rebelde y hasta nihilista tiene una expresión política que se presenta a las elecciones.
Podemos es la destilación de las cenizas quincemayistas depuradas en un laboratorio universitario, vivificadas con el elixir bolivariano y perfumadas de pragmatismo populista. Un proyecto de ruptura nacido de los rescoldos de las acampadas de 2011 con la voluntad de convertir aquella fuerza dispersa y ambigua en el combustible de una estrategia de asalto al poder.
Por eso la concentración convocada para el día 23 en la Puerta del Sol no puede ser entendida como una simple manifestación apartidista conmemorativa de la eclosión de los indignados. Se trata de una movilización destinada a instrumentalizar la jornada de reflexión en respaldo del programa y el ideario de uno de los contendientes en las urnas. Un llamamiento postulado para tensar la agitación ideológica de la clientela natural de Podemos en un momento de reflujo de sus expectativas. Una exhibición de músculo activista, un acto electoral camuflado de convocatoria cívica.
El asunto es delicado porque autorizar la asamblea equivale a ignorar la ley en perjuicio de los demás concurrentes, pero prohibirla garantiza alteraciones de orden público que tendrían el mismo o mayor efecto movilizador que persiguen sus promotores. Contenedores ardiendo y cargas policiales son la clase de imágenes que busca la izquierda radical para alterar el clima de las votaciones y rodearlas de un ambiente visceral cargado de emocionalidad crispada.
La aparición de Podemos tuvo el efecto de pacificar la calle, de contener el descontento de sus bases de apoyo a la espera de volcarlo en un voto catalizado como una pedrada contra el escaparate del sistema. De hecho las manifestaciones han disminuido de forma significativa en el último año. Pero el palpable retroceso en las encuestas puede activar en sus segmentos más extremistas la tentación de regresar, incluso contra el criterio de candidatos juiciosos como Manuela Carmena, a las fotogénicas barricadas que garantizan la apertura de los telediarios.
Hasta ahora han aceptado el juego electoral porque veían posibilidades de ganarlo; si éstas se esfuman es probable que no renuncien a la presión desestabilizadora de los gamonales. El Gobierno, que cuenta con amarga experiencia de lo que significa una jornada electoral entre algaradas, tiene una papeleta sensible entre manos y debe manejarla como lo que es: un problema político. En la fiesta de la democracia no caben improvisaciones.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 13/05/15