ABC 18/11/15 – AGUSTÍN MUÑOZ GRANDES GALILEA – Teniente General del Ejército.
· «Para defender la dignidad del ser humano y liberar a tantos miles de seres inocentes, hay que estar en el suelo y enfrentarse en el combate cara a cara con los fanáticos yihadistas hasta eliminarlos»
Sobrecogedora la barbarie del terrorismo islámico en París y sinceras todas las condenas y manifestaciones de solidaridad y apoyo de cuantos rechazamos el terrorismo en cualquiera de sus formas. Pero la yihad sigue hoy celebrando su triunfo, sigue preparando nuevos atentados con renovada confianza, y no dudará en seguir degollando, esclavizando, violando y crucificando a hombres y mujeres y niños, para extender su dominio del terror. Y esto hay que pararlo ya… y se puede hacer, si estamos dispuestos a pagar el precio que exige. En muchos foros nacionales e internacionales se repite que la «solución militar» no resuelve los conflictos; hay que ir a la «solución política». Nada que objetar, siempre que se acepte que ambas soluciones se deben complementar y que, en muchas ocasiones, una intervención armada contundente puede ser el preámbulo necesario para abrir la puerta a la solución política.
Repaso dos hechos históricos de especial relevancia. Año 1989: con la caída del Muro de Berlín, la disolución del Pacto de Varsovia y el desmembramiento de la Unión Soviética, el bloque occidental, al desaparecer la gran amenaza de la destrucción mutua de una guerra nuclear (la larga etapa de la Guerra Fría que Raymond Aron calificó como «paz imposible, guerra improbable»), pasa de la angustia a la euforia al creer que estamos en el comienzo de la soñada «Paz Perpetua» de Kant. Aunque siguen proliferando muchos conflictos menores que causan centenares o miles de muertos, al desarrollarse en escenarios alejados, el peligro de que nos afecten directamente parece pequeño. Tranquilizamos nuestras conciencias con las llamadas «Operaciones de Paz».
Entramos en la etapa en la que la prioridad ya no es la defensa de la integridad territorial. El objetivo fundamental es asegurar el Estado del bienestar, relegando a un segundo plano los valores del humanismo cristiano, que, aunque hoy se quiera negar, son la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) de Naciones Unidas. Las naciones europeas, al alejarse el peligro de la gran guerra, claman por cobrar sus «Dividendos de Paz», que se traducen en una disminución de sus presupuestos de defensa, dejando su seguridad, una vez más, en manos de los Estados Unidos, a los que se criticará con dureza cuando cometan errores.
Año 2001: el atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono, al que seguirán los de Madrid (2004) y Londres (2005), convulsiona a la sociedad y la despierta del letargo en el que se había sumido. Toma conciencia de que las fronteras son permeables al terrorismo y se culpa a los gobiernos de no saber defenderlas. La reacción es aumentar las medidas de seguridad y de medios de inteligencia e información, se establecen distintos niveles de alerta, se combate con éxito a los elementos terroristas localizados, se trata de cortar sus fuentes de financiación, pero, por temor a extender un conflicto que derive en una nueva Gran Guerra, no se atacan y eliminan los grandes focos donde se predica y afianza la doctrina del fanatismo islámico.
No entro a valorar las acciones que se tomaron en un pasado. Me voy a referir exclusivamente al territorio que, con las partes arrebatadas a Siria e Irak, ocupa el Daesh que pomposamente se autodenomina Estado Islámico. Es de reducidas dimensiones con no elevada población, y allí, precisamente allí, está hoy el foco maldito que alimenta el terrorismo yihadista que está siendo atacado con acierto con bombardeos aéreos (aviones y drones) de americanos, ingleses, franceses (¡bravo por su reacción!) y, últimamente, rusos con apoyo saudí y jordano. Pero no basta.
Para defender la dignidad del ser humano y liberar a tantos miles de seres inocentes, hay que estar en el suelo y enfrentarse en el combate a corta distancia, en el cara a cara, con los fanáticos yihadistas hasta eliminarlos, destruyéndolos o haciéndolos prisioneros, sin quebrantar las leyes de guerra. Y en ese combate terrestre podría haber bajas. Nuestro pueblo nunca ha sido cobarde y, bien informado, sabría aceptarlas. El impulsar la formación de una poderosa coalición, «solución militar», que fuera admitida por el mundo árabe-musulmán debería ser el gran objetivo de la «solución política». Tema complejo, pero para eso están los grandes líderes.
No nos engañemos. Somos la nación que más potenciales yihadistas detuvo en los pasados años, gracias a la eficacia de nuestros servicios de seguridad interior, bien coordinados con nuestros aliados. Seguimos siendo objetivo preferente del terrorismo islámico que proclamó que no cesaría en sus acciones hasta recuperar Al Andalus. Tenemos un Ejército reducido pero bien preparado. Con la destrucción del Daesh quedarían muy debilitadas las organizaciones terroristas que operan al sur del Sahel. Sabemos bien que la defensiva permanente conduce a la derrota y que, con voluntad de vencer y fe en la victoria, unidos a nuestros aliados, derrotaríamos a los terroristas. No lo dudemos… ¡A por ellos!
ABC 18/11/15 – AGUSTÍN MUÑOZ GRANDES GALILEA, Teniente General del Ejército