Con un instrumento constitucional se ha indultado a los políticos que en 2017 se alzaron contra la democracia y dieron un golpe de Estado contra la Constitución. Con ese mismo instrumento se ha indultado a una secuestradora de niños.
De forma impecablemente constitucional se abstendrá el Gobierno de obligar al gobierno regional catalán a cumplir las sentencias que piden, también de forma impecablemente constitucional, que los niños catalanes sean educados en español.
Con total respeto a la Constitución, PSOE y Más País exigieron el pasado viernes frente a la Comisión para la auditoría de la calidad democrática limitar las funciones de los órganos independientes de control (la AIRef, la CNMV, la CNMC y el Consejo de Transparencia entre otros) para que estos respondan al principio de «legitimidad democrática». Es decir, para que se sometan a las órdenes del Gobierno y de la mayoría parlamentaria que lo sustenta. Según PSOE y Más País, el Gobierno es el «sujeto legitimado para adoptar decisiones en todos los ámbitos» y «la creación de entidades independientes» del Gobierno debe ser «excepcional».
De forma no estrictamente constitucional, pero al menos no inconstitucional, PP y PSOE van a repartirse el control del Consejo General del Poder Judicial tras repartirse el del Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas y el defensor del Pueblo.
De forma inconstitucional, pero sin consecuencias en la práctica, el Gobierno encerró en sus casas y limitó los derechos civiles de 47 millones de ciudadanos durante los estados de alarma de la pandemia. De forma también inconstitucional, pero sin consecuencias, esquivó el control del Parlamento durante casi un año y se comportó, de acuerdo con la definición más estricta posible de la ciencia jurídica, como un Gobierno al menos parcialmente autocrático.
De forma exquisitamente constitucional se ha quebrado el principio de igualdad de todos los ciudadanos españoles y se ha permitido que algunos de ellos sean, como en Rebelión en la granja de George Orwell, un poco más iguales que el resto. Tanto se ha normalizado la asimetría que ahora son los desiguales catalanes y vascos los que sollozan desconsolados cuando los iguales madrileños amenazan con empatar el partido.
De forma impecablemente constitucional el Gobierno ha pactado con fuerzas políticas situadas en la periferia de la democracia y cuyo objetivo declarado es acabar con el régimen constitucional de libertades que los españoles pactamos en 1978. El mismo régimen constitucional que permite la existencia de fuerzas anticonstitucionales como ellas y que se define a sí mismo como «no militante». Porque nuestro régimen constitucional, al contrario de lo que ocurre en Portugal o en Alemania, permite que una mayoría parlamentaria suficiente acabe con la democracia y la sustituya por un régimen de signo distinto. Y todo ello, de acuerdo con la Constitución.
Nuestro régimen constitucional ha acabado pareciéndose, 43 años después, al sacramento del matrimonio. Ese que muchos suelen respetar durante los primeros años, pero que acaban relativizando en función de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Durante los primeros años del matrimonio, la simple idea de pensar en violar los votos parece tan imperdonable como la de robar las monedas del platillo del mono de un acordeonista ciego. Pero con el tiempo, las tenazas del compromiso y el deber moral pierden tensión y el matrimonio acaba pareciéndose a una dieta: se cumple salvo cuando no se cumple, que suele ser la mayor parte del tiempo.
Como en esas películas bélicas en las que el marine veterano informa al novato de que el primer muerto es el peor, pero que el resto son banales, el primer engaño amenaza con sepultar bajo el peso de la culpa al adúltero. El segundo se asemeja más bien a una trasgresión venial y con el tercero uno ya disfruta a dos carrillos, encamándose incluso con las menos recomendables de las candidatas aberzales en detrimento de las más aseadas liberales.
Al final del proceso, el adulterio acaba convirtiéndose en un ejercicio de poder (porque puedo) más que en una estricta urgencia emocional o sexual (porque lo necesito).
En ese punto exacto del matrimonio con la democracia estamos los españoles. La Constitución sigue ahí, vigente y aparentemente rocosa. Pero no pasa día sin que el PSOE se encame con extremistas y populistas mientras amenaza con el puño en alto a la otra mitad de la pareja con hacer uso de la violencia vicaria si esta osa romper los votos prometidos en 1978 y largarse con el gañán de turno. La hipocresía clama al cielo. Pero a estas alturas de la película uno ya se ha cansado del ensañamiento agresivo-pasivo del adúltero y de la complicidad autodestructiva de esa consorte con problemas de autoestima y que parece pedir a gritos ser engañada.
En el fondo, están hechos el uno para el otro. No hay sado sin maso.