Todo el mundo tiene prisa en esa taberna llamada política española por la que no ha pasado desde hace años ninguna inspección de sanidad. Esta semana los pedidos al mostrador se incrementan con las urgencias de quien tiene poco tiempo para tomar el aperitivo. ¡Una de amnistía!, se oye vociferar desde la mesa lejana de Waterloo. ¡Otra de calamares!, piden a gritos desde la mesa de Ferraz, que cojea ostensiblemente y tiene urgencia por encontrar algo que la calce, no sea que todo lo que hay encima acabe por los suelos. Ya se sabe, los veladores de las viejas tabernas son como los trenes que no cabían en los túneles, o los que se incendiaban ellos solitos, o como las mascarillas de Armengol, que eran de carnaval.
Cosas que de poco o nada sirven salvo que alguien decida que sí y las refuerce. Por eso el asunto de la amnistía al prófugo Puigdemont y a todos sus acólitos tiene a éstos impacientes porque no se explican como es que en cocina se tarda tanto con la comanda.
Total, una amnistía tampoco es que sea algo tan difícil de cocinar aunque no esté en la carta constitucional. Más complicado es mantener haciendo chup chup a una parte de la sociedad catalana durante toda una década, esperando pacientemente a ver si le sirven o no el potaje de la independencia. Pero es que los cocineros separatas son muy hábiles en dar gato por liebre y corruptelas varias por república catalana.
Sánchez no da abasto con la cocina, lo que seguramente ha hecho que la amnistía se haya retrasado un poco. Bueno, ya les hará un descuento a los comensales lazis y les regalará un chupito de la casa.
Ahora parece que, tras habérsele quemado la paella a la Ábalos con salsa Koldo y pasársele de fecha de caducidad las perdices Armengol con reducción de mascarillas, el gran chef del socialismo está en condiciones de aprobarla. Dicen que será este siete del corriente. La fecha da un poco lo mismo para quienes miramos desde la calle el interior de la taberna de los políticos que mandan. Sea el siete – el ocho no, que es mi cumpleaños, por favor – o el nueve o el veinte el resultado será el mismo: Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. Un guisote ordinario de suyo pensado a la medida de quien tiene que tragárselo entre regüeldos de satisfacción.
Los cocineros separatas son muy hábiles en dar gato por liebre y corruptelas varias por república catalana
Habrá quien opine que tamaña marranada gastro- política precisa de varios kilos de bicarbonato para ser ingerida por los susodichos pero, ¡quia!, estos tienen el estómago hecho a cosas mucho más serias que amnistiar a unos apandadores. Lo único preocupante son las agruras que padecemos la gentes de a pie, que temblamos cuando nos envían una carta de Hacienda recriminándonos no sé qué minucia que puede acabar en una sonora multa que vas a tener que pagar sí o sí, y luego, ya si es, reclamas. O esas sanciones municipales que no entiendes por estar poco o nada fundamentadas y te pasas dos o tres años pleiteando – por lo pobre, claro – frente a una administración que ríase usted del castillo de Kafka.
Excuso decirles si el pleito es un contencioso administrativo con ese estado que parece estar solamente para poner trabas, impedimentos, cargas, gravámenes, ordenanzas surrealistas y demás fruslerías. Ahí los españoles de a pie ni tenemos amnistía ni perrito que nos ladre. Eso queda reservado para los golpistas de postín, los señoritos de comarcas, los hijos de familias pudientes de la Cataluña de siempre en la que nunca han dejado de mandar los mismos apellidos.
No se extrañen, pues, que griten a cómo está su pedido y los otros digan que ya va. Es la vieja canción. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Pagando nosotros.