Puestos a aplicar a la solución de un secuestro la metodología de los procesos de paz, el Ejecutivo vasco se ha quedado antiguo. Los piratas ya no son como los de antaño. Ahora tienen bufetes de abogados en Londres, que le explican al armador cuánto le va a costar la resolución del conflicto y le dan un número de cuenta. Luego se cobran su comisión.
La vida moderna es un fenómeno de complejidad creciente. Una decena de piratas mantiene secuestrado el atunero Playa de Bakio con 26 tripulantes a bordo. Capturados en alta mar, fueron conducidos a las costas somalíes, donde permanecen fondeados a la espera de acontecimientos. El Gobierno ha enviado una de las fragatas más modernas y mejor equipadas de la Armada al lugar de los hechos con propósitos disuasorios, aunque la disuasión, para ser eficaz, requiere que los secuestradores se convenzan de que el interlocutor está dispuesto a usar la fuerza.
No parece el caso, sin que esto deba interpretarse como crítica en esta fase del proceso. El objetivo primero del Gobierno, es -no podría ser otro- rescatar indemnes a los tripulantes, devolver a éstos a sus familias y el barco, a su armador.
Es principio de general convencimiento que se va a negociar con los piratas. Es el protocolo. Y la costumbre. El diálogo es consustancial a la resolución de los conflictos. Negóciese y devuélvase la libertad a esos hombres; también lo hizo Sarkozy a primeros de mes con el fin de liberar a los 30 tripulantes de un yate de lujo francés, el Ponant. Pero, una vez rescatados, los GIGN (Groupe d’Intervention de la Gendarmerie Nationale, el cuerpo equivalente a nuestros geos) asaltaron el refugio de los piratas y los detuvieron con el dinero del botín.
Hay un precedente clásico en la captura del joven Julio César por los piratas cilicios. El secuestrado se ofendió porque sus captores sólo pensaban pedir 20 talentos por su rescate. Les convenció para que pidiesen 50 y, mientras esperaban el dinero, les leía sus discursos, les insultaba si no aplaudían y les anunciaba que iban a ser ejecutados, lo que divertía mucho a aquella peña. Cuentan Suetonio y Plutarco que lo primero que hizo tras ser rescatado fue fletar una flota, apresar a los piratas y crucificarlos.
No es éste un ejemplo para seguir en sentido literal. Francia hizo una versión muy razonable adaptada a los gustos modernos. Afortunadamente, no parece que el Gobierno esté fascinado por la propuesta del Ejecutivo vasco para constituir una comisión tripartita intergubernamental Madrid-Euskadi-Galicia y constituir una mesa de negociación -¿o quizá dos?- con los piratas.
Puestos a aplicar a la solución de un secuestro la metodología de los procesos de paz, con el fin de buscar la solución dialogada, el consejero vasco se ha quedado antiguo. Los piratas ya no son como los de antaño, gente con aureola romántica, amén de carencias físicas y prótesis rudimentarias. Ahora tienen bufetes de abogados en Londres, que se ponen en contacto con el armador y le explican cuánto le va a costar la resolución del conflicto y el número de cuenta en el que debe ingresar el dinero. Luego se cobran su comisión y entregan el principal a sus mandantes. Manda huevos.
El asunto es qué vamos a hacer nosotros después de liberar a los rehenes. No parece que una fragata sea bastante para garantizar la seguridad en el área del Indico en la que faenan los 30 pesqueros españoles. Además, eso encarecería el kilo de atún aún más de lo que ya lo ha encarecido la demanda japonesa. Se necesita una solución internacional para barrer los piratas de la zona. De otra manera, los rescates de hoy estimulan los secuestros de mañana. Lamentablemente, la carencia más grave de la UE es la falta de una política de Defensa común y no parece que España tenga peso específico para impulsarla. Esperemos, y de momento fijémonos en Francia, que apunta buenas maneras.
Santiago González, EL MUNDO, 23/4/2008