Pedro Chacón-El Correo
- Si la longevidad de todo partido político la garantiza su ala más moderada e inclusiva, Vox tiene los días contados
La dimisión del hasta ahora portavoz del grupo parlamentario de Vox en el Congreso de los Diputados, Iván Espinosa de los Monteros, supone un auténtico mazazo para el presente y, sobre todo, para el futuro de ese partido. Es mucho más grave, por ejemplo, que si hubiera dimitido su equivalente en el PSOE, Patxi López. Porque, independientemente de las pocas simpatías ideológicas, y yo diría que hasta estéticas, que despierta esa formación en Euskadi -donde ha cosechado el más exiguo porcentaje de voto (2,61%) de toda España en las últimas generales-, Espinosa de los Monteros era, de largo, el activo más solvente y preparado que tenía Vox, representando la corriente liberal conservadora, la más homologable con el PP, frente al integrismo identitario ultracatólico del sector encabezado por el catalán Jorge Buxadé.
La excusa familiar y personal esgrimida por el afectado tiene muy escaso recorrido porque fue en puesto de salida en las últimas elecciones generales y, sobre todo, porque se conoce la batalla sorda que venía sosteniendo con el citado Buxadé. Muy malas noticias, por tanto, para un partido que acaba de perder 19 de los 52 escaños que tenía y que ante semejante desastre no ha hecho la más mínima autocrítica pública, cargando, en cambio, contra la campaña de Feijóo y su condescendencia con el PSOE o con el PNV, a los que el líder del PP siempre ha puesto por delante del propio Vox.
Y es que toda la derecha, PP y Vox, con los resultados del 23 de julio ha quedado en una situación enquistada tanto por su escaso entendimiento mutuo como porque nada, ni la mayoría absoluta en el Senado ni todos los gobiernos autonómicos que ha conseguido, podrá contrarrestar el poder de un Gobierno de izquierdas y nacionalistas salido del Congreso. Y lo que no tiene un pase es que, después de dar la nota para conformar varios gobiernos autonómicos, con líderes estrambóticos por parte de Vox y otros sobreactuados por parte del PP, nos encontremos que ahora Vox aparezca dando sus votos al PP sin condiciones de cara a una posible investidura de Feijóo, y que el PP, a renglón seguido, salga corriendo a buscar el apoyo que le falta nada menos que en el PNV, y por segunda vez en dos semanas. Ahora, con la excusa de que Vox ha dicho que va a hacer como si no estuviera en el Congreso.
Este último episodio parece formar parte de un ritual de la derecha española en su conjunto, que no acaba de aceptar que el resultado de las últimas elecciones generales le ha supuesto la mayor decepción política encajada en todo el periodo democrático abierto con la Constitución de 1978. Feijóo, de hecho, se ha convertido en un pato cojo tras el 23 de julio, lo cual quiere decir que su carrera política a nivel nacional está sentenciada. En este contexto, la dimisión de Espinosa de los Monteros vendría a representar el símbolo, a modo de puntilla, de una debacle general de la derecha, inhabilitada -ahora sí ya del todo- como alternativa al maremágnum que se nos viene encima por el otro lado, con la izquierda y los nacionalistas abocados a unas abstrusas negociaciones con el prófugo de Waterloo.
Que en esta historia del fracaso de la derecha española aparezca el PNV de por medio, como imposible percha salvadora, tampoco es casual. Primero porque, entre todos los grupos que tendrán que apoyar a Sánchez es el único que hipotéticamente podría hacerlo también a Feijóo, aunque para ello hubiera que obviar su apoyo al dirigente socialista en la moción de censura contra Rajoy. Pero, sobre todo, es la historia de este partido la que explica la gravedad de lo que ahora le ocurre a Vox. Porque también el PNV, en su origen, vivió una disputa interna entre un sector ultraortodoxo identitario y otro liberal conservador autonomista, y fue este último el que acabó imponiéndose al primero. Rebrotes de dicha pugna interna fueron más tarde la aparición de EA y luego el periodo de Ibarretxe, cuyo plan independentista acabó siendo refutado por el tándem moderado de Urkullu y Ortuzar. Si la longevidad de todo partido político la garantiza su ala más moderada e inclusiva, entonces Vox tiene los días contados porque ha sido su sector integrista ultraideologizado el que ha acabado con los perfiles más templados.
Pero podría ser también que esa fuera una regla que solo rige para la derecha y los nacionalistas, puesto que en el PSOE está sucediendo justo al revés: la socialdemocracia ha sido barrida y, en cambio, al partido se le adivina un óptimo porvenir congeniando con la extrema izquierda y el independentismo. Así que podríamos ver un próximo escenario vasco con un PNV a la baja, pivotado en torno al PSE, mientras a nivel nacional el PSOE de Pedro Sánchez dispone de una segunda legislatura. Y todo lo que no fuera eso sería peor todavía.