JOSÉ ANTONIO PÉREZ-El Correo

Produce vértigo mirar hacia nuestro pasado (…) Aquella violencia contó con el beneplácito o la indiferencia de un sector importante de nuestra sociedad

El grotesco texto de la organización terrorista ETA que se hizo público ayer no puede hacernos olvidar la historia de terror que hemos vivido en este país. Esas cuarenta líneas, redactadas con la responsabilidad y honestidad de siempre (sic), pretenden poner el broche final a una trayectoria sangrienta que se ha extendido a lo largo de cinco décadas y que ha dejado un balance devastador. Las ochocientas cincuenta víctimas mortales y los miles de heridos provocados por el terrorismo de ETA constituyen la parte más dolorosa e inútil de toda esta historia. También la más conocida. Gracias a la aparición de los estudios publicados durante los últimos años comenzamos a comprender el verdadero alcance que tuvo el terror y la profundidad de una herida que abrió en canal a la sociedad vasca, que contribuyó a deshumanizar y estigmatizar a las víctimas hasta reducirlas a la nada. Sin embargo, desconocemos aún otros muchos aspectos que nos ayudarán en un futuro a comprender cómo se fue alimentando el odio, un odio tan profundo y oscuro que hoy nos parece irracional, cómo funcionaron los mecanismos del terror y la intimidación, cómo se fue articulando una comunidad de violencia que exaltó a los perpetradores y arrinconó y humilló públicamente a los perseguidos, transfiriendo hacia ellos la responsabilidad de los crímenes que cometió el terrorismo abertzale, haciendo conscientemente que recayera sobre ellos la vergüenza de la culpa. Desconocemos aún cómo ese terror llegó a condicionar hasta en los aspectos más cotidianos la vida diaria de las víctimas. Ignoramos qué ocurrió con aquellas familias que tuvieron que abandonar precipitadamente el País Vasco para tratar de educar a sus hijos lejos de cualquier sentimiento de odio y de venganza, o cómo sobrevivieron en silencio, ocultando su condición de víctimas, quienes optaron o se vieron obligados a seguir viviendo entre nosotros, rodeados a veces por los mismos cómplices que facilitaron el asesinato de sus seres queridos.

Produce vértigo mirar hacia nuestro pasado. Nos aterra dirigir nuestra mirada hacia ese espejo que amenaza con devolvernos una imagen demasiado incómoda, pero al mismo tiempo demasiado real, que refleja cuál fue nuestro comportamiento frente al horror que vivimos, aquel que afectaba a nuestros vecinos, a otros seres humanos como nosotros que se vieron atrapados en el centro de una siniestra diana, la misma que terminó acabando con sus vidas o mutilándolas para siempre. Nos incomoda porque aquella violencia contó con el beneplácito o la indiferencia de un sector importante de nuestra sociedad. Preferimos pensar, como comienza a extenderse de forma un tanto autocomplaciente, que fuimos la sociedad que más se movilizó contra el terrorismo. Desgraciadamente un análisis objetivo de las fuentes documentales nos demuestra que no fue así, al menos hasta bien entrados los años noventa del siglo XX. Nos gustaría creer que el fanatismo fue derrotado por la reacción ciudadana, pero esta se limitó en muchos casos y durante muchos años, a la valerosa demostración de unos pocos.

A los historiadores corresponde ahora tratar de explicar cómo fue posible todo aquello, que una organización terrorista como ETA, que comenzó a matar en 1968, perdurase a lo largo de todos estos años y contase con un importante apoyo social y político que justificó sus crímenes. Es necesario contárselo a los más jóvenes y contárnoslo a nosotros mismos para comprender cómo fue nuestro pasado.

Con ese objetivo nació el proyecto de investigación titulado ‘Historia y memoria del terrorismo en el País Vasco 19682011’, una iniciativa encaminada a explicar cómo ocurrieron todas esas cosas, cómo afectaron a las víctimas y a la propia sociedad vasca. El proyecto, fruto de un convenio de colaboración firmado entre la Fundación Centro Memorial para las Víctimas del Terrorismo y el Instituto de Historia Social Valentín de Foronda de la UPV/EHU, está abordando el estudio de nuestra historia más reciente poniendo la memoria de las víctimas en el centro del análisis del terrorismo. Una vez concluido el proyecto, cada víctima mortal asesinada en el País Vasco dispondrá de un amplio dossier documental que permitirá reconstruir el impacto que tuvo sobre la sociedad vasca cada crimen cometido por todas las organizaciones terroristas que operaron a lo largo de ese periodo. La prensa, el vaciado de las actas municipales de los ayuntamientos vascos, los testimonios grabados de las víctimas, los informes policiales, los sumarios judiciales y cuanta información seamos capaces de localizar y analizar, serán depositados finalmente en la sede de la Fundación Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, que aspira a convertirse en un espacio de referencia ineludible para el estudio de esta forma de violencia política, pero también de un lugar de memoria y reconocimiento de quienes sufrieron en sus propias carnes el ataque del terrorismo. Toda esa documentación servirá (está sirviendo ya) para elaborar un relato histórico veraz sobre lo sucedido, que encare sin complejos y sin autocomplacencia el estudio del terrorismo y que nos ayude a comprender las consecuencias que tuvo este fenómeno en el País Vasco.