«El PP de Feijóo se examina en las elecciones gallegas más ajustadas”. Era el titular del diario El País, a cuatro columnas, el pasado domingo día 18 de febrero, jornada de las elecciones gallegas. «El PP conserva la mayoría absoluta», titular del mismo diario, también a cuatro columnas, el lunes 19 de febrero, al día siguiente de las elecciones gallegas. Y llevaba por subtítulo «El PSOE se desploma y queda con 9 diputados, su peor resultado histórico».
Es lo que tiene una jornada electoral, en que parecía que el único que se examinaba era Feijóo, y a Sánchez no le iba nada, absolutamente nada. En un solo día, el de las elecciones, se resolvió el examen de Feijóo: quinta mayoría absoluta consecutiva para el PP, sin discusión alguna: 40 diputados sobre 75 del parlamento gallego; 47,36% de los votos; todo ello con un incremento de participación cercano al 20% respecto de las elecciones de hace cuatro años. En tanto el PSOE obtenía 9 escaños, su peor resultado histórico en unas elecciones autonómicas en Galicia.
Es lo que tiene someter a un partido como el PSdeG a la condición de amanuense del BNG. Tanto daba el resultado socialista en tanto, sumando con el BNG, se obtuviera la mayoría para desalojar al PP de la Xunta de Galicia. Y claro, es evidente que los gallegos optaron por una situación de normalidad, huyendo de la estridencia que supondría un gobierno autónomo presidido por el BNG, no olvidemos que es socio de Bildu y ERC para las próximas elecciones europeas del mes de julio. Y no menos claro, el BNG incrementó su voto en tanto el PSOE logró un pésimo resultado.
Y todo por el empeño de Pedro Sánchez. Ante tal varapalo que vacía al PSOE de su contenido histórico, de su política, podríamos, deberíamos, dar la vuelta a ese titular del 18 de febrero: ¿Cuándo se va a examinar Pedro Sánchez en las elecciones gallegas? ¿O este resultado pasa sin mácula por él? No es razonable que planteadas por el propio Sr. Sánchez las elecciones gallegas como un plebiscito entre él y Núñez Feijóo, la arrolladora victoria del PP no tenga consecuencia alguna para el PSOE.
Cuando el vencedor, el PP, junto con el segundo partido, el PSOE, obtienen el 65% del voto de los españoles y 258 escaños, la obligación de entenderse es elemental
Todo estaba dibujado en el resultado de las elecciones generales del 23 de julio, subsiguiente al resultado de las municipales y autonómicas de mayo en que el PSOE sufrió una hiriente derrota que le despojó del poder municipal y autonómico –a salvo de Castilla–La Mancha, Asturias y Navarra mediante pacto con Bildu–. En un partido de tradición histórica municipalista, la pérdida del enorme poder municipal y autonómico que se sufrió el 28 de mayo deja al PSOE en una situación de extrema debilidad; no es difícil entender que excelentes alcaldes y presidentes de comunidades autónomas socialistas pagaron por el resultado del gobierno presidido por Sánchez que, una vez más, convirtió aquellas elecciones municipales y autonómicas en un plebiscito personal sobre su política. Y cualquiera hubiera interpretado los resultados electorales de julio como se hace en cualquier país europeo: cuando el vencedor, el PP, junto con el segundo partido, el PSOE, obtienen el 65% del voto de los españoles y 258 escaños, la obligación de entenderse es elemental.
Pero no, aquí el Sr. Sánchez desatado en una ambición desordenada no tuvo mejor idea que refugiarse en los siete escaños del prófugo Puigdemont, amén, por supuesto, de hacerlo con ERC y Bildu. Y así, nos dio esta legislatura horribilis, que no va a ningún sitio. En tres meses de gobierno estamos sufriendo una ley de amnistía no sólo inconstitucional y absolutamente injusta, sino directamente enloquecida, que ha puesto a la Unión Europea sobre los desmanes que ocurren en España. Una investidura pactada con un prófugo en Bruselas, un encuentro ignominioso en Ginebra con al parecer un verificador salvadoreño en lo que no es sino una extravagancia superlativa. La entrega a Bildu del Ayuntamiento de Pamplona. En otro orden de cosas, no menor, la felicitación de Hamás y hasta de los hutíes del Mar Rojo por la gestión del gobierno presidido por el Sr. Sánchez. Vamos, lo que nunca conseguirá entender un español con un mínimo de sentido común. Dígasenos qué se hace ahora con la rimbombante conferencia política del PSOE en La Coruña de hace un mes; qué queda de tanto ruido convertido hoy en chatarra.
Una legislatura quebrada
Lo que el domingo ocurrió en Galicia tiene todo el aspecto de que se prolongará en las próximas elecciones vascas y europeas. Es, definitivamente, una legislatura torcida, quebrada, la que decidió poner en marcha el Sr. Sánchez con tan indeseables socios. Que, desde luego, incluye a su socio (?) Sumar, cero clamoroso en Galicia y ya definitivamente en cascotes de ruina; o a su exsocio Podemos, destruido por siempre, y sobrepasado en aquella comunidad por el Pacma.
Sí, es el momento de que alguien en lo que queda del PSOE diga hasta aquí, que el PSOE de Pablo Iglesias, de Prieto, de Fernando de los Ríos, de Besteiro, de Guerra y González no se merecen semejante caricatura de indignidad al servicio de un líder que no duda en buscar el acuerdo con lo peor que anda por España, y hace perder al PSOE su alma a fuerza de hechos indignos, uno detrás de otro, al exclusivo servicio de una todopoderosa voluntad, que todo decide por sí y ante sí.
Y así, se hace obligatorio arrumbar de una vez por todas la proposición de ley de amnistía y, a plazo –no se pueden disolver las cámaras por mandato constitucional hasta pasado un año desde su anterior disolución (29 de mayo)–, disponerse para unas elecciones generales que saquen a España de este lodazal en que nos introdujo una sola y exclusiva persona.
No sabemos qué pasará, más allá de una certeza indiscutible: seguir dejando hacer al Sr. Sánchez es sinónimo de liquidar al PSOE y su contribución fundamental a la hora de la Transición, de la instauración de la democracia en España, proseguida a través de los gobiernos de Felipe González, que transformaron el país y nos hicieron mejores –como ciudadanos y como sociedad–.
Dejar que todo se pudra al arbitrio de una sola persona, sería tanto como la rendición a manos de la indignidad. España no se lo merece.