Juan José Solozábal, EL CORREO, 18/8/12
La debilidad del nacionalismo explica su intransigencia y su comprensión con la violencia, que para muchos será la carga imprescindible de la construcción política propia
Me acuerdo con frecuencia de Jordi Solé Tura cuando estoy en el País Vasco. El profesor Solé sentía una preocupación y un afecto muy grandes por Euskadi, cuyos problemas conocía bien. Creo que captó perfectamente la razón del extremismo del nacionalismo, que alcanza con diferente intensidad a todo él, incluyendo sus manifestaciones violentas. En el fondo del nacionalismo vasco había, segun Solé, una gran dificultad para articular una propuesta general sobre la configuración política del país: en Cataluña la afirmación nacional se llevaba a cabo frente al Estado, pero partiendo de cierto acuerdo social mínimo compartido. En Euskadi ni la burguesía ni el proletariado tras la industrialización del XIX tienen un proyecto común, pues se encuentran escindidos por lealtades políticas contrapuestas. La debilidad nacional del nacionalismo explica su intransigencia y su comprensión con la violencia, que para muchos será la carga imprescindible de la construcción política propia.
La rigidez del nacionalismo tiene otras causas que la debilidad estructural y es debida, en primer lugar, a cierta entequez espiritual, así puede compararse la entidad intelectual de un Sabino Arana frente a la ductilidad de Prat de la Riba que conoce perfectamente las corrientes del historicismo o del organismo positivista. Pero la tosquedad del nacionalismo tiene que ver también con las propias condiciones del impacto industrialista de la segunda mitad del XIX, liquidadoras de la condición social y política tradicionales vascas.
Los tonos fuertes o intransigentes del nacionalismo vasco, esto es, su escasa propensión a la ductilidad o el pacto, que Solé Tura constata con ocasión de la elaboración de la Constitución de 1978, quedaron subrayados por la experiencia del franquismo, particularmente dura y represiva.Creo que Solé Tura entendía perfectamente la capacidad integradora del reconocimiento foral constitucional y captó plenamente el alcance de la autonomía en serio que nuestra Ley Fundamental atribuía a Euskadi, así como el papel de referente que tanto Cataluña como el País Vasco habrían de tener en el sistema autonómico español. Como federalista auténtico Solé Tura fue partidario de dos notas que consideraba imprescindibles del sistema español de descentralización, a saber, su generalización y su homogeneidad sustancial. También aceptó consecuentemente la idea dinámica de nuestro Estado, dependiente en su desarrollo hasta su cumplimiento final en el modelo federal.
Solé llevó a cabo también una reflexión interesante sobre la autodeterminación, que, me parece, objetó en un triple orden de consideraciones. Creía, en primer lugar, que se trataba de una idea innecesaria en el caso español, pues pensaba que la cobertura política de las nacionalidades se encontraba suficientemente asegurada constitucionalmente: el Estado federal, que es la forma verdaderamente establecida en la Constitución, dota de suficientes atribuciones de autogobierno a las nacionalidades y regiones españolas, compensadas por sus oportunidades de intervención como tales en la actuación del Estado común.
Solé pensaba, en segundo lugar, que desde un punto de vista socialista, era una inconsecuencia solicitar el reconocimiento de un derecho cuya afirmación no hacía sino disminuir la legitimación del Estado que se defendía. No era lógico apostar por la forma política del Estado autonómico, facilitando al tiempo su cuestionamiento. Solé comprendía la reclamación del derecho de autodeterminación por los partidos nacionalistas, cuyo compromiso con el Estado era bien débil y cuyo oportunismo político era detestable desde un punto de vista ideológico, al estar dispuestos a toda amalgama que redundara en un rédito electoral mayor. Pero si se trataba del partido socialista, consideraba que una posición autodeterminista por su parte era una inconsecuencia lógica con un coste de deslegitimación inasumible para el sistema.
Pero las objeciones a la autodeterminación se planteaban para Solé especialmente desde el punto de vista ético o ideológico. La autodeterminación era una añagaza nacionalista que sólo a las fuerzas de este signo podía beneficiar, por ello centrar el debate político en ese terreno era una equivocación táctica imperdonable. Además, la fragmentación del espacio político que pretenden los nacionalistas autodeterministas es inaceptable desde un punto de vista ético. La solidaridad se opone a la fragmentación política donde el reconocimiento del pluralismo està asegurado. Las fronteras son regresivas y la solidaridad lo que demanda es la integración, no la independencia. Una mentalidad progresista, creía Solé, no puede desentenderse de las demandas de igualdad y desarrollo de las partes integrantes del Estado y apuntarse exclusivamente a las ventajas pero no a los costes de las obligaciones comunes.
Juan José Solozábal, EL CORREO, 18/8/12