Editorial-El Mundo
EL RESPALDO cosechado por las reivindicaciones con motivo del Día de la Mujer, unido a la convocatoria de la segunda huelga feminista de la historia de nuestro país, confirma la capacidad de movilización de las organizaciones feministas. El volumen de las manifestaciones que acogieron las calles de las principales ciudades volvió a desbordar las estructuras de los partidos. Y ello pese al intento de la izquierda de instrumentalizar el movimiento por ejemplo con la presencia de la vicepresidenta Calvo y varias ministras, que no dudaron en corear en la marcha de Madrid gritos contra el feminismo liberal que abandera Ciudadanos. A pocos metros, Inés Arrimadas y el resto de dirigentes de la formación naranja presentes fueron abroncadas. La causa del feminismo, que es la de la igualdad, debe situarse por encima de banderías y de sectarismos. Primero porque responde a un fin que interpela a toda la ciudadanía. Y, segundo, porque el ideal liberal de igualdad constituye una exigencia insoslayable. Más igualdad es sinónimo de más libertad y de más democracia. Cualquier intento de apropiarse de estos principios con fines partidistas resulta intolerable.
Habría sido deseable que el 8-M se hubiera visto arropado por el consenso político. No ha sido posible por varios motivos. Primordialmente por el empecinamiento de los convocantes en un manifiesto tendencioso y excluyente, que recoge los mantras de la extrema izquierda. Y que motivó la decisión del PP que prefirió descolgarse de una manifestación que sí secundó Ciudadanos, pese a expresar su desacuerdo con el contenido del manifiesto. Al margen de la postura de cada formación y de que el Gobierno optara ayer por un bajo perfil en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, lo cierto es que la izquierda no ha dudado en tratar de patrimonializar una causa que considera suya. La jornada, además, se vio empañada por los escraches de un grupo reducido de feministas radicales a dirigentes de Ciudadanos y a Pablo Casado, que se vio forzado a celebrar un acto en el interior de la guardería por la imposibilidad de hacerlo en la calle. Es cierto que estas acciones se debieron a una minoría, que contrasta con el ambiente festivo general del día. Pero tales coacciones empiezan a convertirse en un tónica preocupante, por antidemocrática y por recurrente.
Todas las iniciativas que no contribuyan al logro de un feminismo incluyente y transversal acabará por volverse en contra de este movimiento. La inmensa mayoría no reclama ninguna militancia anticapitalista a la hora de avanzar hacia la igualdad real. Lo que exigen es el impulso de medidas que mitiguen o eliminen las brechas que aún persisten. No se logrará con soflamas ni impostando el lenguaje desdoblado, sino impulsando la conciliación, el empleo y el combate contra la violencia machista. Según el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, siete de cada diez sentencias fueron condenatorias en 2018 y se presentaron casi 167.000 denuncias, un 0,4% más que en 2017. Estas cifras dan una idea del calado de esta lacra, contra la que se ha firmado un Pacto de Estado multipartidista. La violencia contra la mujer es en buena medida la manifestación última y más abyecta del machismo. Erradicarla constituye el primer objetivo del Día de la Mujer. El hito del 8-M debe pivotar sobre la trascendencia social del imperativo de igualdad, no sobre la rapiña de partidos incapaces de sumar voluntades por cálculo electoral.