ALFA

ABC-IGNACIO CAMACHO

El cartel de Iglesias es todo él una hipérbole política, una sobredosis de peronismo y caudillaje narcisista

EL error del cartel del retorno de Pablo Iglesias —VueELve— no consiste en que sea machista, que lo es desde luego en la medida en que resalta su condición masculina. El problema es que en ese póster de macho alfa importa sobre todo la alfa que envía un mensaje inequívocamente caudillista. No en vano está inspirado en otro de Cristina Kirchner que a su vez transmitía ecos del populismo de Evita. Y toda esa impostura peronista pretende presentar al líder como si regresara del exilio o de vencer en Normandía cuando en realidad se trata de un simple asunto de familia, una baja de paternidad voluntaria que le ha tenido unos meses alejado de la primera línea. Lo de menos es la inoportunidad de la coincidencia con la movilización feminista. El pasquín, como declaración de intenciones, constituye todo él una hipérbole política, una exhibición de narcisismo en torno al concepto del jefe, del conducator, del guía. Aunque se haya retractado ante el alud de críticas, Iglesias se había mostrado a sí mismo como una estrella del espectáculo poseída de una sobredosis de autoestima.

Ésa era su impulsiva salida a la crisis de liderazgo que ha provocado en Podemos una situación de colapso. Jamás lo reconocerá pero el chalé de Galapagar le ha hecho muchísimo daño, más que cualquiera de sus frecuentes yerros estratégicos o tácticos. La contradicción palmaria con su discurso tribunero ha causado fuerte impacto negativo en un electorado que tiene entre sus prioridades la cuestión de la vivienda, las hipotecas y los desahucios. En realidad, esa incoherencia personal es el paradigma de todo su mandato partidario, que ha convertido una organización de vocación libertaria y autogestionada en un aparato leninista y vertical de molde clásico. Desde antes de su retiro familiar, los contratiempos se le han agudizado; Sánchez le ha madrugado la hegemonía de la izquierda, Errejón le ha puesto unos cuernos bien afilados, las confluencias territoriales cuestionan su autoridad y las encuestas le auguran un severo descalabro. La posición ante el conflicto catalán tiene a muchos de sus votantes descolocados por el apoyo al nacionalismo supremacista e insolidario. Y como socio del PSOE no ha sacado nada en claro, salvo evaporar toda expectativa de sorpasso. Podemos está mucho peor que antes, prematuramente desgastado, trufado de desencuentros internos, en un maltrecho estado de ánimo que barrunta tormenta ante la previsible pérdida de escaños. Y la respuesta a todo eso es un afiche que realza al responsable del caos como un paladín carismático.

La sensación creciente es que Iglesias ya sólo busca su propio provecho. Que está dispuesto a sacar partido de su retroceso y a conformarse con una cuota de poder en una eventual coalición de Gobierno. Y que la revolución puede esperar mientras su círculo pretoriano aterrice al fin en una porción del presupuesto.