Una nube de tristeza

Enric Juliana, LA VANGUARDIA, 30/7/2011

Se lo pedían los grandes empresarios; se lo pedía Rubalcaba; no tenía el apoyo de CiU… Jaque mate.

No tenía el apoyo de los grandes empresarios para llegar a marzo del 2012; no podía seguir contando con el respaldo CiU en los momentos clave; Alfredo Pérez Rubalcaba le exigía el adelanto; el euro sigue en el aire y los datos subterráneos de la economía hacen temer a los analistas que España vuelva a estar en recesión en el primer trimestre del 2012. Jaque mate.

Envuelto en una nube de tristeza, José Luis Rodríguez Zapatero dio ayer el paso al que estaba condenado desde el día (12 de mayo del 2010) en que, empujado por la materia oscura del universo financiero, atravesó la puerta de Tanhäuser y firmó decretos que el socialismo mediático jamás habría imaginado: prolongación de la edad de jubilación a los 67 años, ajuste a la baja del sistema cálculo de las pensiones, reducción del sueldo de los funcionarios públicos, retirada del cheque-bebé y del bono fiscal de 400 euros… Intervenido por el Directorio Europeo, Zapatero dejó de ser Zapatero. Conforme al signo de los tiempos, el presidente se reinventó en horas veinticuatro como esforzado gestor de la ortodoxia económica, abrigando la esperanza de llegar vivo –civilmente vivo– al final de la legislatura.
No ha podido ser. Le ha faltado cuatro meses para alcanzar el más personal de sus objetivos: regresar a León, a las jornadas de pesca que le esperan en los ríos del poeta Antonio Gamoneda, sin verse obligado a la interrupción voluntaria de la legislatura. Ello ayuda a explicar la nube de tristeza ayer en la Moncloa. Zapatero se va sin el salvoconducto que deseaba; un certificado claro y sin arrugas.

Me explico, puesto que el asunto es algo delicado. España es un país singular. Desde hace más de treinta años, España es un país democrático entreverado de algunas costumbres africanas. Desde 1977 (en realidad, desde 1939), todos sus presidentes, con la única excepción de Leopoldo Calvo Sotelo, han alcanzado el poder con escaso manejo de los idiomas y con un extraño apego a la superstición rifeña de la baraka. Con la citada excepción del hombre tranquilo de Ribadeo, que hablaba inglés y tocaba el piano, todos los demás se han sentido invulnerables, en un momento dado. Guerreros a prueba de bala. El reverso de esta leyenda es el final accidentado de casi todos los mandatos. Adolfo Suárez se vio obligado a dimitir con un fondo de sables; Felipe González acabó declarando como testigo por el asunto de los GAL, y a José María Aznar intentaron buscarle las cosquillas (judiciales) por la aventura de Iraq. Conocedor de la costumbre, Zapatero decidió llevar a cabo el programa de saneamiento que le exigía la cancillería de Berlín, cuidando con esmero los apoyos fácticos. Tomó sus precauciones. Ante la imposibilidad de llegar a grandes acuerdos con el Partido Popular, decidió someter las líneas básicas de su política a la supervisión de una cámara corporativa formada por las principales empresas del país. Hace unas semanas, algunas de esas grandes empresas le hicieron llegar, con gran discreción, el mensaje de que basta. Le pedían, por el bien de España, que adelantase las elecciones a otoño. Ayer mismo, unos minutos después del anuncio presidencial, el máximo directivo del Banco Bilbao Vizcaya, Francisco González, emitía un comunicado de pública satisfacción. Dos días antes, el Banco de Santander enviaba una señal a los sans-culotte del 15-M, aceptando dar un respiro a los hipotecados con graves problemas para el pago. El termostato español tiene complejos mecanismos de regulación.

Nada es exactamente lo que parece en España. Esa es una de las grandes lecciones que uno puede aprender en Madrid. El país está mal y vamos a una campaña electoral en la que los dos grandes partidos harán ver que el enfermo puede curarse sin pasar más por el quirófano. Ese será el mensaje de Mariano Rajoy (ya lo dijo ayer: «No haré recortes sociales»), y esa es la música de Rubalcaba con su complicidad jacobina con el 15-M. Nadie se lo cree, pero esa mentira –porque de una gran mentira se trata– es lo que la gente quiere oír.

Los recortes con afectación social son cosa de los catalanes. Usos y costumbres de la despiadada burguesía catalana. España y su termostato son así.