Mikel Buesa-La Razón

  • Quienes obran bajo una inspiración autoritaria acaban confluyendo en un estatismo que doblega la libertad
Sin solución de continuidad, Yolanda Díaz pasó de derramar una lágrima impostada mientras les retiraba la Medalla del Mérito en el Trabajo a Franco y a otras nueve personalidades de su régimen, al evocar a los represaliados por éste, a reinventar el franquismo a los efectos de la determinación de las indemnizaciones por despido. Sabido es que, según el Fuero del Trabajo de 1938 –y del Código que le siguió seis años más tarde– el del trabajo se concibió como un derecho social e inamovible, de tal modo que el despido no era una facultad del empleador sino de la Magistratura de Trabajo. Y ésta, salvo cuando castigaba políticamente a algún desafecto, fallaba siempre en favor del obrero fijando unas indemnizaciones desmesuradas. Esto es lo que quiere recuperar la ministra de Trabajo con la excusa de «avanzar hacia un concepto reparativo que variaría en función del perfil del despedido». Tal vez la señora Díaz ignore que, precisamente para evitar la arbitrariedad indemnizatoria, en 1956, su predecesor José Antonio Girón –uno de los des-condecorados– estableció una compensación fija de un año de salario en el caso de improcedencia de la rescisión del contrato laboral. Tenía esta norma un sentido modernizador del mercado de trabajo, singularmente para hacer previsibles los costes de ajustar las plantillas. Éstos eran muy elevados –y aumentaron aún más en 1973–, de manera que los empleadores preferían modificar la jornada de trabajo mediante el recurso a las horas extraordinarias, que contratar o despedir gente.

Todo esto cambió con la democracia, aunque no sin resistencias, pues una de las rémoras de la creación de empleos estables sigue siendo el alto coste comparativo del despido. Pero, en cualquier caso, no cabe duda de que, con sus sucesivas reformas hasta la de 2012, el mercado de trabajo se ha hecho más flexible y cercano a lo que se ve por Europa. Pero Yolanda Díaz echa de menos su propia enmienda a las instituciones laborales para satisfacer la añoranza sindical de las viejas compensaciones. Dicen que los extremos se tocan. No sé si eso es verdad, pero de lo que no me cabe duda es de que quienes obran bajo una inspiración autoritaria acaban confluyendo en un estatismo que doblega la libertad.