Una pareja banal

SANTIAGO GONZÁLEZ-El Mundo

El gran acuerdo presupuestario para el ejercicio que viene lo estuvieron muñendo la ministra Montero y el secretario de Organización de Podemos, Pablo Echenique, la criatura, bajo la mirada consentidora de la vicepresidenta Calvo. Todo hacía presagiar que íbamos a llegar a esto. Lo que pasa es que lo que esperan en Bruselas no parece que sea este medio centenar de folios cargado de promesas y consideraciones bienintencionadas. Convenimos en llamar Presupuestos a unas cuentas en las que se explican ordenadamente los gastos y los ingresos que se prevén para sufragarlos. Lo que redactaron los citados y firmaron Pedro y Pablo es un ilusionado programa de Gobierno.

Una primera particularidad del papel es que está encabezado por dos logotipos: a la izquierda, el del Gobierno de España, en cuyo nombre firma el presidente del Ejecutivo; a la derecha, el del Grupo Parlamentario de Unidos Podemos, por el que firma Pablo Iglesias. Por parte de este nada puede llamar a sorpresa. Recuerden que en las elecciones europeas de 2014 estampó un retrato suyo al carboncillo en las papeletas de voto de su candidatura. Por parte de este presidente del Gobierno nada nos puede ya llevar a la sorpresa, aunque sí debería producir escándalo. ¿Cómo es posible que este tipo firme como presidente del Gobierno un documento que el Gobierno no ha visto, que no ha pasado por el Consejo de Ministras? ¿Cómo es posible rebajar al Gobierno de España para equipararlo con el autodenominado Grupo parlamentario confederal Unidos Podemos En Comú Podem/ En Marea. Hace poco me salía en la columna la anécdota de Katharine Hepburn cuando conoció al que había de ser su amante toda la vida, Spencer Tracy, y le hizo el pase del desdén: «No es usted muy alto», y Mankiewicz, que los había presentado, le dijo: «No te preocupes, Kate. Él te pondrá a su nivel». Algo así le pasa a Pedro frente a Pablo, que el podemita lo pone a su nivel sin mayor resistencia por su parte.

Un personaje de Godard que interpreta Jack Palance en Le mépris dice: «Cuando oigo la palabra cultura echo mano a mi chequera en afortunada paráfrasis de lo de la pistola que se atribuyó a Goebbels y a Göering». A mí me pasa lo mismo cada vez que oigo hablar del contenido social de unos Presupuestos: es hora de echar mano a la cartera y hacer uso de la cláusula de prudencia para preguntar: «Y esto, ¿en cuánto se nos va a poner?». Y lo que es más preocupante: ¿qué efectos va a producir en la economía? El economista José Carlos Díez, que es un socialdemócrata ejemplar, dictaminaba así a ojo en Twitter que esto nos va a subir el paro.

El doctor Sánchez haría bien en enviar a la vicepresidenta Calvo a llevar esos 50 folios a Bruselas para reforzar las explicaciones de Nadia Calviño con su argumento más irrebatible: «Tengan en cuenta que estamos hablando de dinero público y el dinero público no es de nadie».

El papel firmado por esos dos fenómenos contiene 17 veces el término digno: empleo digno, salario digno, pensiones dignas, vivienda digna, nivel de vida digno, trabajo digno (y de calidad). Se consideran el Gobierno de la dignidad, pero sólo son la cuadrilla de la banalidad.