Una política pequeña

KEPA AULESTIA, EL CORREO 26/01/13

· No sólo fallan las virtudes; es que las necesidades públicas se ven reducidas a su mínima expresión.

Las elecciones autonómicas del 21 de octubre del pasado año dieron lugar a un auténtico clamor por parte de los dirigentes políticos anunciando la legislatura del acuerdo. Los trámites del primer partido para sondear la disposición de las demás formaciones y mostrar la suya propia a la hora de constituir el nuevo Gobierno sólo dieron para una ronda. Enseguida se confirmó lo obvio: que el PNV había decidido gobernar en solitario. Ni siquiera sintió la necesidad de imputar a sus adversarios las culpas de un Ejecutivo en minoría. Únicamente los ilusos y los interesados creían que las cosas podían desarrollarse de otra forma. Y, sin embargo, los llamamientos al acuerdo continuaron sonando incluso después de la designación de Urkullu como lehendakari hasta adquirir un tono apagado por los hechos.

Han pasado más de tres meses desde aquellas elecciones y la legislatura que se anunciaba con letras grandes está dando lugar a una política pequeña, a acuerdos ínfimos para salir del paso, a coincidencias inevitables y a un clima general de desencuentro que convierte cada pacto en todo un logro trascendente, en un hallazgo excepcional. La sola advertencia de que los Presupuestos públicos para 2013 podrían quedar empantanados ha convertido el acuerdo de circunstancias alcanzado entre el PNV y el PP para intercambiarse favores en Álava y en Bizkaia en todo un éxito del nuevo tiempo. Vaya por delante que unas cuentas ideadas por un único partido serán siempre peores que las que recojan algún otro sentir. Pero ni siquiera la denuncia del mencionado pacto como un contubernio de la derecha, entonada casi al unísono por la izquierda abertzale y por los socialistas, ha servido para concederle mayor alcance del que tiene, porque representa poco más que un encuentro casual.

El ejercicio de la política de alianzas se basa en obtener el máximo de ventajas con el mínimo de concesiones a los demás. También por eso la ‘geometría variable’ puede realizarse de una manera más o menos coherente o de una forma descaradamente oportunista. El PNV tenía claro, desde mucho antes de los comicios del 21 de octubre, que con un resultado electoral así optaría por gobernar en solitario. El imperfecto pentaedro vasco –el lado UPyD es residual– permite infinidad de combinaciones porque opera en una Cámara legislativa y en otras tres –las Juntas territoriales– que la conveniencia partidaria ha acabado consagrando como parlamentos provinciales. Ello propicia un juego virtual en el que distintos responsables de distintos partidos acaban jactándose de haber realizado una jugada maestra por haber descolocado al contendiente mediante un movimiento imprevisto que permite a su autor el dudoso triunfo de ganar tiempo.

No es solo que fallen las virtudes. Es que las necesidades acaban por verse reducidas a su mínima expresión. Se necesita incrementar el capítulo de ingresos y el lehendakari Urkullu, que hace tan sólo unos meses había soslayado la propuesta de su antecesor López de armonizar una reforma tributaria progresiva porque la competencia era de cada territorio histórico, acaba solicitando a cada diputado general que incremente la recaudación. Para qué otros aderezos. Se trata de que las haciendas forales de Gipuzkoa, Álava y Bizkaia ingresen más en virtud de su respectiva competencia normativa y a cuenta de los argumentos pragmáticos o ideológicos que tengan a bien exponer quienes gobiernan cada diputación. Lo importante es que el erario de la Euskadi institucional no se quede a cuadro. La nación existe en esencia, la tributación es confederal y los criterios fiscales no precisan otra armonía que la de obtener el máximo de ingresos a repartir, en el Consejo Vasco de Finanzas, entre Urkullu, Bilbao, Garitano y De Andrés.

Es la política de lo posible en su sentido más prosaico. Pues bien, mejor que se explique con minúsculas, no sea que en cualquier momento el mero desatasco de un presupuesto se erija en hito histórico. Y que el prorrateo de incrementos puntuales en la presión fiscal sobre una infinidad de figuras tributarias se convierta en un hallazgo de la estrategia presupuestaria. Como si no pudiera obtenerse el mismo resultado mediante un recorte también prorrateado de partidas de gasto o de simuladas inversiones aquí y allí.

La política pequeña es la antesala de la política grande, alegan algunos de sus protagonistas. El acuerdo alcanzado entre EH Bildu y el PSE-EE en Gipuzkoa para sacar adelante los Presupuestos de su Diputación sería el primer ensayo de una hipotética alianza de izquierdas que algún día podría acabar con el dominio jeltzale para siempre. Mientras que el pacto entre el PNV y el PP para la tramitación de las cuentas alavesas y vizcaínas cubriría, para el partido de Ortuzar, un tiempo de espera hasta que los demás se decanten y admitan la privilegiada posición que ocupa el PNV.

Su fuerza no es bastante para dibujar el futuro de Euskadi, pero nadie puede aspirar a nada definitivo sin él. No se trata de decidirse entre EH Bildu y el PSE-EE como aliado duradero, como sugeriría la política convencional. El PNV espera a que los acontecimientos maduren, a que la inviabilidad del Estado constitucional se evidencie por el flanco catalán, a que la izquierda abertzale se desarme material e ideológicamente, y a que la economía comience a salir del decrecimiento para apuntar hacia el infinito. Será el momento en que la política pequeña dé paso a la reserva soberanista. Mientras tanto, nada es más importante que amplificar el poder que se tiene.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 26/01/13