Editorial-El Español

Sanchismo ha sido una palabra más utilizada por la derecha y el centroderecha que por el propio socialismo. La ha utilizado Ciudadanos para señalar la distinción entre la socialdemocracia europea y el PSOE de Pedro Sánchez.

La ha utilizado el PP para ahondar en la brecha entre el viejo socialismo, el de Felipe González y Alfredo Pérez Rubalcaba, y el nuevo socialismo de los pactos con ERC, Unidas Podemos y EH Bildu.

Y la ha utilizado Vox para negar las diferencias entre ambos y para ridiculizar la fe de aquellos que ponen esperanzas en el retorno del «viejo PSOE».

Pero la realidad es que este 40º congreso del PSOE ha servido para cerrar definitivamente la brecha entre el sanchismo y ese viejo Partido Socialista.

Si Sánchez era un ente extraño que, como en La invasión de los ultracuerpos, amenazaba con absorber y suplantar al «verdadero» PSOE, este fin de semana se ha completado la fusión entre ambos. Sánchez ya forma parte de la historia del PSOE en la misma medida que González y José Luis Rodríguez Zapatero.

Centralidad y estabilidad

En su discurso, Sánchez se atribuyó la condición de heredero ideológico del PSOE de González y de Zapatero, y se reivindicó como garante de una socialdemocracia a la que atribuyó dos rasgos de personalidad esenciales: la centralidad y la estabilidad.

En la afirmación de Sánchez había una verdad y una mentira. La verdad es que la centralidad y la estabilidad son, efectivamente, dos de los principales rasgos de la socialdemocracia.

La mentira es que la centralidad y la estabilidad sean características que quepa atribuir a la acción de gobierno de Sánchez. Una acción de gobierno que se ha caracterizado más bien por sus alianzas con partidos populistas y radicales, y por unas políticas más propias de esos partidos que de la socialdemocracia europea.

Una socialdemocracia de la que es emblema el SPD, el Partido Socialdemócrata Alemán. Una formación que ha gobernado en coalición con los democristianos de Angela Merkel, que ha sido garante de la ortodoxia económica alemana, y que si de algo ha huido es de los radicalismos de partidos como Die Linke.

El SPD, sin duda alguna, habría pactado con Ciudadanos tras las elecciones de abril de 2019, y con el PP tras las de noviembre del mismo año. El SPD tampoco habría indultado a los golpistas catalanes o pactado con ellos una moción de censura.

¿Qué estabilidad, en fin, puede dar un gobierno que cabalga a lomos de 120 escasos escaños y que depende de partidos nacionalistas o extremistas para su supervivencia?

¿Que se ve obligado a negociar cada ley con una panoplia de formaciones que exigen contraprestaciones inaceptables a cambio de su escaso puñado de votos?

¿Que convierten la labor parlamentaria en un extenuante y eterno mercadeo de concesiones?

¿Que distorsionan la acción de gobierno hasta que cualquier semejanza de esta con el programa electoral original es, como dicen los créditos cinematográficos, pura coincidencia?

Reforma constitucional

El resultado del 40º congreso del PSOE ha sido, sin embargo, netamente positivo para un Pedro Sánchez que ha logrado incluso dejar en evidencia, a fuerza de abrazos, la soledad de un Felipe González muy soberbio que vio como José Luis Rodríguez Zapatero era mucho más aplaudido por los asistentes que él.

Sánchez ha recuperado, al menos mientras goce del favor de las urnas y reine en la Moncloa, la unidad del PSOE, borrando las fronteras que separaban al sanchismo del felipismo o el zapaterismo.

Y lo ha hecho enarbolando una palabra mágica (socialdemocracia) que es la verdadera ideología hegemónica en España. Socialdemócrata decía ser la UCD. Socialdemócrata fue el viaje al centro del PP de José María Aznar tras la reunificación de las derechas. Y de socialdemócrata se acusó a Mariano Rajoy por unas políticas que el PSOE habría firmado si estas no hubieran sido rubricadas por su rival político.

Impostada o real, la unidad del PSOE en torno a su secretario general es ya un hecho. El problema lo tiene ahora Pablo Casado, finiquitado el argumento de que el PP estaría dispuesto a pactar con el PSOE, pero no con Pedro Sánchez. Porque ambos son ya lo mismo y Sánchez ha empujado a los populares desde el centro hacia Vox.

Un último apunte. Es ya tradición la capacidad de Sánchez para apoderarse de la iniciativa en el debate político. La reforma de la Constitución, que Sánchez ha encargado a Félix Bolaños, es un nuevo ejemplo de ello. Esa, y no otra, es el arma que Sánchez utilizará para llegar como presidente hasta 2027: la de una Constitución que consagre lo que él llama «nuevos derechos» y que vuelva a coger con el paso cambiado al PP.