Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
La recaudación de impuestos en el primer cuatrimestre del año presenta un aspecto espléndido al menos para quienes consideran que, por encima de cualquier otra consideración, las haciendas están para recaudar y no para promover la actividad y el empleo y, en especial, para quienes se dedican luego a administrarlo, ya que disponen así de más posibilidades de ‘contentar’ a los ciudadanos. No, a los que aportan no, a los que lo necesitan.
Un 12% de aumento es mucho dinero y, si consideramos las cifras de las que hablamos, es muchísimo dinero. Unos 600 millones. La noticia es buena pues demuestra que la economía vasca mantiene un ritmo apreciable de crecimiento y garantiza la atención de los servicios sociales básicos. ¿Cómo se ha logrado semejante crecimiento? Pues es evidente que la economía no ha crecido un 12%, así que no hay más remedio que achacarlo a una mayor ‘presión’ por parte de las haciendas. Aquí hay de todo. Desde nuevas figuras impositivas a un incremento sustancial de las bases imponibles consecuencia directa del tremendo aumento de los precios. Ya sabe que esto de la inflación es malo para casi todo y para casi todos: para los ahorros, para los salarios de los trabajadores, para la capacidad de compra de los ciudadanos… Para todos menos para la banca, porque empuja al alza los tipos de interés y así puede aumentar sin esfuerzo excesivo sus márgenes de explotación y… Para los gobiernos, de todas las administraciones, que ven cómo las subidas de los precios impactan de lleno en la recaudación y lamina el tamaño real de sus abultadas deudas. Vale, pues enhorabuena.
¿Qué harán nuestros dirigentes con tanto dinero? Pues pueden elegir entre devolver parte de sus deudas, rebajar la carga fiscal de los ciudadanos o… seguir gastando con alegría y despreocupación por el futuro. Si quiere mi opinión –lo siento se la voy a dar aunque no la quiera, ni la necesite, que para eso estoy en posesión del teclado–, podríamos descartar la segunda opción. Bajar los impuestos incide con carácter inmediato en la recaudación, contenta solo a unos pocos, salvo que se toque el IVA o los tramos medios/bajos del IRPF, y concita más críticas que aplausos.
Se puede reducir la deuda para cumplir con eso tan saludable de utitlizar los presupuestos de manera anticíclica. De tal manera que, si va todo tan bien, ahora tocaría ahorrar para luchar contra la inflación. Pero solo se hará de manera testimonial, si se hace. Y se puede gastar más con alegría. Aquí hay una justificación insuperable: Las necesidades sociales son infinitas y si los recursos son hoy menos limitados que ayer… la tentación resulta casi invencible.