ABC 22/10/15
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· La izquierda siempre ha querido «matar a Dios» a fin de sembrar sus dogmas en un terreno más maleable
NO tomen el título de esta columna en sentido literal, por favor. Se trata de una frase hecha. Una metáfora redonda de nuestra bella lengua española que describe a la perfección lo que pretende Pedro Sánchez con su propuesta de suprimir la Religión de la lista de asignaturas impartidas en la escuela pública. No aspira a realizar el «anhelo generacional» de construir un Estado laico, como afirma con cierta cursilería, falseando su verdadera intención tanto como los datos del CIS, que ni siquiera mencionan esta cuestión entre las preocupaciones de los españoles, sea cual sea su edad. Si así fuera, si realmente estuviese decidido a eliminar cualquier referente religioso de los colegios, empezaría por suprimir en las Comunidades que gobierna el PSOE los menús especiales destinados a los escolares musulmanes cuya fe proscribe el cerdo y otros alimentos. ¿Se atrevería a dar ese paso? ¿Obligaría a los niños educados en el islam a consumir embutido o quedarse en ayunas para demostrar que nuestro sistema de Enseñanza pública ignora por completo las creencias de los alumnos? Lo dudo mucho. Y eso que el número de musulmanes declarados en España es muy inferior al de cristianos.
El auténtico propósito del candidato socialista es otro. Mejor dicho, son dos, íntimamente relacionados entre sí. A corto plazo, Sánchez trata de pescar a la desesperada en el caladero de la extrema izquierda podemita que, pese a su caída en picado, sigue mordiéndole un buen trozo de pastel. Treinta y nueve escaños, nada menos, según la encuesta que ayer publicaba ABC. Cincuenta y seis araña Ciudadanos por el centro a las dos fuerzas mayoritarias, lo que explica su «vela a Dios» en forma de asunción de la reforma laboral, tan criticada en su día, acompañada de constantes guiños a la clase media. O sea, electoralismo puro y duro. Pero no queda ahí la cosa.
La explicación del hecho religioso (no del catecismo) resulta esencial para la comprensión de los valores y principios que configuran nuestro pensamiento occidental y lo diferencian de otros. Por más que esta realidad incomode a la izquierda, históricamente empeñada en «matar a Dios» a fin de sembrar sus dogmas en un terreno más maleable, el Occidente democrático es tributario de la fe cristiana y sus pilares. La historia del arte y la arquitectura resultan incomprensibles haciendo abstracción de este patrimonio espiritual. La Historia a secas, con mayúscula, pierde su razón de ser privada de ese sustrato. Las convicciones que nos llevaron a formular la Declaración Universal de los Derechos Humanos se derivan de su legado. ¿Por qué borrar de las mentes más jóvenes un capítulo indispensable para la contextualización de todas las ramas del saber englobado genéricamente en lo que llamamos «Humanidades»? En aras de la ingeniería social. Ese es el propósito último. Priva a un hombre de sus creencias más íntimas y lo convertirás en un ser débil, manipulable. De eso exactamente se trata.
No es preciso ser creyente ni mucho menos practicante para defender la necesidad de que la escuela pública garantice la enseñanza de la Religión (no el adoctrinamiento en un credo) a quien lo solicite, y las familias conserven su derecho a decidir en libertad si desean o no que sus hijos cursen esta asignatura optativa. Claro que la libertad es otro «lujo» que a una parte de la izquierda aún le cuesta dar por bueno. ¿Quiénes son unos padres para saber lo que conviene a sus hijos? Mucho mejor «papá Estado» y todos por el mismo aro. Aspiran a homogeneizar, no a igualar oportunidades. Cualquiera que les dispute el monopolio de la buena conciencia es un enemigo a batir. Y si encima eso da votos… miel sobre hojuelas.