Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli

 

Se ha sabido que estaba en marcha en estos días un proceso de negociación entre el Partido Popular y Ciudadanos para establecer una alianza de cara a las elecciones catalanas y europeas. Estas conversaciones, conducentes a incorporar a las listas del PP personas valiosas de la formación centrista cuya experiencia política y buen hacer pueden enriquecer la oferta del primer partido español en estos comicios, eran sin duda una muestra de sensatez y correcto sentido táctico por parte de ambos interlocutores. De hecho, esta operación presenta más ventajas para los naranjas que para los azules. Tanto en las autonómicas catalanas como en las europeas, Ciudadanos está condenado a obtener cero escaños, es decir, a desaparecer. No así el Partido Popular, para el que los estudios de opinión predicen como mínimo una triplicación de sus representantes en el Parlament y una duplicación en el Parlamento Europeo. Por consiguiente, es obvio que, a los actuales dirigentes de Ciudadanos, tanto en términos de situación personal como de seguir defendiendo sus principios, sus valores y sus ideas en las instituciones, les interesa vivamente cerrar este trato. La alternativa de hundirse con su averiada nave ni siquiera tendría el resplandor épico de los grandes sacrificios por un ideal, sino que sería percibida simplemente como la consumación de un fracaso al que seguiría la oscuridad del olvido.

La inminente evaporación de Ciudadanos y la residualización de Podemos demuestran que el bipartidismo imperfecto vuelve a ganar terreno

Sin embargo, este planteamiento tan innegablemente racional ha tropezado con el absurdo empecinamiento de la cúpula catalana de Ciudadanos, que se ha negado en rotundo a diluirse en las filas del PP y ha exigido una coalición de igual a igual, pretensión a todas luces excesiva habida cuenta de los respectivos pesos electorales. El argumento de que semejante maniobra representaría el fin de su organización no parece muy sólido porque está llamada a su liquidación en las urnas de todos modos. La dimisión de su secretario general, el eurodiputado Adrián Vázquez, impulsor de la integración en el PP, es una muestra de honradez y coherencia políticas por su parte y contribuirá a hundir aún más las ya escuálidas perspectivas de la fuerza a la que los errores estratégicos de Albert Rivera y la espantada de Inés Arrimas al abandonar Cataluña llevaron desde el éxito a la irrelevancia en un tiempo breve. En otra zona del espectro ideológico, el fichaje de Juan Carlos Girauta, antiguo portavoz de Ciudadanos en el Congreso, por Vox, es otra muestra de que las figuras más destacadas del liberalismo español que allí militaron están decididas a seguir la lucha por los mismos objetivos y las mismas convicciones bajo otras siglas. La inminente evaporación de Ciudadanos y la residualización de Podemos demuestran que el bipartidismo imperfecto vuelve a ganar terreno y que la fragmentación de los dos grandes sectores de la política española, derecha e izquierda, por decirlo en trazos gruesos, ha sido un fenómeno pasajero.

Fortalecer la cohesión

El pluralismo político es un valor constitucional propio de las sociedades libres y complejas. Ahora bien, cuando la Nación está amenazada en su misma existencia y el orden constitucional es pisoteado. En otras palabras, cuando España sufre un ataque avieso de enemigos que aspiran a destruirla y uno de los dos grandes partidos se pasa al bando hostil, todos los que anteponen la unidad de la patria, la paz civil, la igualdad ante la ley, la justicia y la solidaridad entre ciudadanos y Comunidades, a intereses personales o de partido. Tienen la obligación de aparcar diferencias, respetables, pero secundarias comparadas con la magnitud del destrozo que nos quieren imponer, para unir voluntades y cooperar sin reservas con el fin superior de preservar un legado histórico, social, político, cultural y económico amasado por largos siglos de andadura común que se encuentra hoy en peligro embestido por una combinación rencorosa y totalitaria de separatistas, justificadores de la violencia, colectivistas liberticidas y falsos socialistas.

Sean, pues, bienvenidas, todas las iniciativas que fortalezcan la cohesión de aquellos que comparten la certeza de que España ha de perdurar como entidad multisecular internacionalmente reconocida y prestigiada y como ámbito de libertad, altura moral y prosperidad.