- Esta misma UE que nos salva de nosotros mismos – vergüenza y oprobio– es, al mismo tiempo, la que nos está hundiendo en otros aspectos sin que nos hayamos enterado de la misa la media hasta hace unos días
«Isho ‘emar hā mshallam». O, como se suele traducir de forma equívoca, «todo está cumplido». Creí sinceramente que así habría de empezar mi columna de hoy. Pocos nos esperábamos que la ley de amnistía habría de retrasarse un tiempo más. Quizá la excepción sea Girauta, que conoce a fondo a los lunáticos de los separatistas y viene diciendo desde hace tiempo que la legislatura reventará tarde o temprano porque aquello del seny catalá se perdió hace décadas; Puigdemont y los suyos viven en una realidad paralela en la que Putin les daría millonadas en Bitcoins y provocaría –ahora sí– la tercera Guerra Mundial por ayudar militarmente a los irresistibles galos que forcejean contra el «Estat opresor espanyol»
A pesar del regodeo del periodismo de la no-izquierda con los gestos de Pedro Sánchez al finalizar la votación del martes a algunos no se nos escapa que hasta en esto puede estar mintiendo el presidente, que es malo pero no idiota. Quizá se está marcando un «Ayuntamiento de Pamplona»: Joseba, anda, espérame unos meses a que pasen las elecciones generales. Intercambien «Joseba» por «Puigdemont» y «elecciones generales» por «elecciones gallegas». La tesis, sin embargo, no acaba de cuadrarme: en Galicia llevan votando nacionalismo encubierto desde hace tiempo, ¿por qué cambiar lo que ya sabemos que funciona? ¿De verdad tiene Sánchez algún tipo de esperanza de gobernar allá? Tiene más sentido que el presidente quiera quedar bien con Europa, si tenemos en cuenta el idilio Putin-Puigdemont. Es posible que Sánchez sólo esté queriendo ganar tiempo y recuperar credibilidad ante los dirigentes de la UE, especialmente ahora que se aproximan elecciones europeas y andará cada uno a lo suyo. Al final todo esto que les cuento son meras elucubraciones: se puede predecir lo que harán los malos, pero con los fumados que han perdido todo sentido de la realidad resulta del todo imposible. Podemos imaginar en qué piensa Otegi pero, ¿con Puigdemont?
En todo caso, apostemos por la hipótesis de que la solución a corto plazo repose en que sea la UE quien corte las alas a la jaula de grillos en que se ha convertido la política española. ¿No les avergüenza que tenga que venir alguien de fuera a poner orden? ¿Qué clase de país somos? ¿Estamos condenados a ser bananeros per secula seculorum? Me consuela en cierto modo que, a pesar del pavor que se le tiene a la derecha, ésta resulta completamente inocua socialmente. ¿Qué pasaría si surgieran grupos terroristas por la unidad de España? ¿Si formáramos tumultos a lo CDR y Tsunami democrátic? Me enorgullece saber que no somos así. A cambio, los líderes que nos representan deberían hacer su trabajo, por algo delegamos en ellos y no nos tomamos la justicia por nuestra mano. Ah, pero no. Tiene que venir la Unión Europea a decir al PSOE que cargarse una democracia constitucional es algo que no se hace. Castigados al rincón de pensar.
Esta misma UE que nos salva de nosotros mismos – vergüenza y oprobio– es, al mismo tiempo, la que nos está hundiendo en otros aspectos sin que nos hayamos enterado de la misa la media hasta hace unos días. Esa UE que, no se sabe bien por qué, le tiene un odio cerril al sector primario, al que ahoga con burocracia, impuestos y prohibiciones. ¿Se acuerdan del confinamiento, cuando la gente se volvía loca por hacer acopio de papel higiénico? No entendí muy bien la jugada, quizá porque tengo bidet y sé para qué sirve. A mí me preocupó más que se agotara la comida. La guerra de Ucrania nos ha mostrado qué ocurre cuando delegamos la producción de un bien de primera necesidad en manos de terceros, ¿por qué quiere la UE dejarnos sin lo más esencial, los alimentos? Quizá ahí ya no compense tanto eso de ser cívicos ciudadanos. Con las cosas de comer no se juega. Tractores a la calle, como en el resto de Europa.