PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO – 12/08/14
· Lo paradójico es que, por diferentes motivos, a muchos vascos ha complacido el desdén de Rajoy hacia el lehendakari.
Pudiera ser que el presidente Rajoy no sepa lo que significa esta expresión, pero a buen seguro que cerca de él tiene que haber alguien de por aquí que se lo podrá explicar. Porque ahora es como si él hubiera gritado «¡el último putxi!», como hacíamos jugando de pequeños, y que antes de hacerlo ya tuviera sobre aviso a la Selección española de baloncesto, con los que luego se hizo un ‘selfie’, al nuevo secretario general de los socialistas, al presidente de la Generalitat y al presidente de La Rioja, entre otros, a todos menos al lehendakari Urkullu, quien utilizó incluso una carta para hacerle saber formalmente el interés y contenido de su solicitud, sin obtener siquiera acuse de recibo. Y es que estaba claro que le iban a dejar el último, porque el juego venía marcado y la consigna se sabía de antemano: ‘Urkullu, putxi’.
Lo cierto es que, desde el principio de su mandato, la gestión del protocolo le viene gastando varias malas pasadas a este lehendakari. La última durante el primer día de fiestas de Vitoria-Gasteiz. Tanto en la bajada del Celedón como luego en la conocida popularmente como Procesión de los Faroles, siendo en ambos casos la primera vez que asistía, al lehendakari Urkullu se le sugirió que retrasara su puesto, por razones de protocolo. Ese mismo protocolo que se aduce y da prioridad en las fiestas a las autoridades municipales seguramente no tuvo en consideración la asistencia imprevista y extraordinaria del primer representante del Estado en Euskadi. Porque imaginémonos que en lugar del lehendakari se hubiera presentado el Rey de España por ejemplo: ¿también se le aplicaría a la primera autoridad del Estado el protocolo que dice que los representantes municipales van primero?
Por no recordar el caso de la Euskal Etxea de Nueva York, cuyo presidente decidió poner al lehendakari allí presente al mismo nivel que el de un video grabado del alcalde de Donostia. A estas faltas de respeto institucional se viene a sumar el desplante que le ha propinado el presidente del Gobierno, al no recibirle ni darle ninguna explicación por ello. Pareciera que hay que alegar un problema de secesión con el Estado, ser nombrado líder del principal partido de la oposición o consagrarse en algún deporte, para alcanzar el honor de ser recibido y que no bastara, en cambio, ser la primera autoridad del País Vasco, salvo, y ahí reside el busilis, si se trata de alguien del propio partido.
Lo paradójico es que, por diferentes motivos, a muchos vascos les ha complacido la actitud del presidente del Gobierno con respecto al lehendakari y esta realidad es la que resulta más llamativa y más derivadas políticas presenta. Para empezar, tenemos a los no nacionalistas, entre los cuales cabe distinguir, por una parte, a los que representan al mismo partido de Rajoy en Euskadi: su satisfacción porque no se haya recibido a Urkullu es evidente. Piensan que así se demuestra quién marca los tiempos y que de ese modo se le bajarán los humos al lehendakari, cuya figura histórica adolece, para ellos, de rémoras nacionalistas que la han llevado tanto a querer tratar al presidente del Gobierno de tú a tú como a ausentarse injustificadamente, durante toda la Transición, de muchos actos institucionales del Estado. Para ellos no hay ninguna duda: lehendakari, a la cola. Y respecto del resto de no nacionalistas, los socialistas no pueden decir tampoco nada, a juzgar por el descontento que hay en el PNV con el trato que les ha dado hasta ahora Pedro Sánchez desde que resultó elegido secretario general, y además están embarcados en un cambio de dirigentes de imprevisibles consecuencias. Y qué decir de UPyD, cuyo único representante en el Parlamento vasco está en plena denuncia a Urkullu y su gobierno por la compra de noticias para medios de comunicación afines.
Pero la guinda del caso consiste en que quienes más se alegran todavía de que el lehendakari sea ninguneado por el presidente del Gobierno son, sin duda, los de la izquierda abertzale. Para estos, cuantas menos relaciones políticas o de cualquier tipo haya con Madrid mucho mejor. Porque su prioridad está en mostrar que hay una incompatibilidad manifiesta entre nosotros, los vascos, y el resto de los españoles, que queda simbolizada en la desconsideración con que el presidente Rajoy ha tratado al primer representante político de Euskadi. Con lo cual Rajoy ha cumplido con creces, es de suponer que a su pesar, dicho sea en su descargo, las expectativas de la izquierda abertzale.
La actitud del presidente Rajoy, por tanto, no parece contentar sólo a los suyos en Euskadi, que ahora atraviesan una etapa de reconstrucción de imagen y proyecto, mientras que todo el nacionalismo, mayoritario y sin visos de reducir su presencia aquí, al contrario, con esta dilación de la entrevista con Urkullu, más la publicación simultánea de las balanzas fiscales entre territorios, sale reforzado en su repertorio ideológico de siempre, solo que ahora con un motivo estrella más en su haber, gracias a Rajoy: la recentralización.
Y así, de nuevo, tenemos la política institucional atravesada por la política puramente partidista, quedando en segundo plano los intereses de todos los ciudadanos vascos, a quienes se supone que el lehendakari representa dentro del Estado. ¿O es que hay otra forma de verlo? Con lo que llegamos a la triste conclusión de que el llamado Estado de las autonomías es, para una mayoría de vascos, una especie de artefacto institucional que no hay ni que reivindicar ni que defender, aunque nos resulte, como es nuestro caso, extremadamente útil. Y si el lehendakari no es de nuestra propia cuerda, lo mejor es que le dejen plantado, le ninguneen o le releguen al final de la cola. Urkullu putxi, sí, pero y todos los vascos a los que él representa institucionalmente ¿cómo quedamos?
PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO – 12/08/14