La convocatoria de elecciones autonómicas para el 5 de abril se adelanta en menos de seis meses a la fecha en que hubiesen culminado los cuatro años de legislatura. De ahí que sobrase la mención a las 29 iniciativas que el Gobierno Urkullu tendría en cartera para explicar la disolución de la Cámara vasca, porque corrían el riesgo de quedarse en nada por carecer de una mayoría segura.
El argumento de una alianza parlamentaria -PNV-PSE- a la que le faltaba un escaño para llevar a cabo sus propósitos pudo servir si el lehendakari Urkullu hubiese decidido cortar por lo sano en el primer año de su segundo mandato. Pero no tiene sentido alguno señalar a la obstrucción opositora como causante de un adelanto electoral de cinco meses y veinte días. Mucho menos mes y medio después de que Elkarrekin Podemos facilitase la aprobación de los Presupuestos 2020 para Euskadi.
Es cierto que el mensaje de que Urkullu y su alianza con los socialistas ha tenido que soportar el embate de una oposición implacable, que habría impedido avanzar al país, se situó en un plano secundario en el momento de la convocatoria electoral. Pero los reproches con que un molesto Elkarrekin Podemos, una EH Bildu ascendente, y un PP en busca de sitio dedicaron al convocante, al calor de la inexplicada tragedia de Zaldibar, han recreado sensaciones que distorsionan el desarrollo de la legislatura vencida.
El Gobierno de coalición PNV-PSE no ha cumplido ni con la mitad de su programa legislativo, pero no tanto porque enfrente se encontrase con una oposición correosa, sino porque tampoco consideró tan relevante lo que se traía entre manos en el plano parlamentario como para abrirse a acuerdos puntuales. En una semana, entre Zaldibar y la convocatoria electoral, Gobierno y oposición han proyectado declaraciones que distorsionan el transcurso de los tres años y medio de legislatura. Tiempo en el que ha habido un lehendakari, más que un Gobierno. Y no ha habido oposición, más que por su negativa a secundar las iniciativas gubernamentales a cambio de nada.
Es más que dudoso que las vascas y los vascos hayan percibido a Urkullu y a los socialistas faltos del poder necesario para gobernar a su gusto. Más bien cabría concluir que la ventaja demoscópica con la que parten ambos socios se debe precisamente a que se les ha visto gobernar. Pero la expectativa de una mayoría absoluta conjunta casi asegurada podría volvérseles en contra con Zaldibar inexplicable, en un Domingo de Ramos invitando a la huida, y cuando nadie espera que las urnas ofrezcan sorpresas.